sábado, 14 de enero de 2023

Un pensamiento crítico latinoamericano para la unidad estratégica contra el imperialismo

 En una reciente intervención, Evo Morales señaló que no se puede ser revolucionario sin ser antimperialista y, por el otro lado, resaltó la necesidad del relevo generacional en la lucha estratégica contra el imperialismo. Empiezo con estas dos cuestiones porque estarán implícitas en todo este ensayo y si nos percatamos, es aquí precisamente que está en juego el futuro de la unidad de nuestros pueblos. 

Abdiel Rodríguez Reyes / Para Con Nuestra América
Desde Ciudad Panamá

El pensamiento es con la escuela de Frankfurt y, de la tradición latinoamericana, fundamentalmente crítico ¿Qué quiere decir eso? Que cuestiona al orden vigente y en nuestra América no solo nos quedamos en ese nivel, sino ensayamos alternativas. Gran parte del progresismo latinoamericano con sus luces y sombras consiste en esto último: ensayar, crear, transformar. Algunas experiencias más que otras, pero en el fondo intentamos salir del orden vigente del neoliberalismo, del capitalismo y la modernidad. Emir Sader hablaba del posneoliberalismo, en el cual había una base social por lo menos, en la cual los pobres no fuesen más pobres. Por ejemplo, Brasil emprendió una lucha por erradicar el hambre, recordaran el programa de Hambre Cero cuyo coordinador fue Frei Betto, pero el asistencialismo no cerró las desigualdades. 
 
Insistiendo en el pensamiento latinoamericano, también queremos enfatizar que se trata de un pensamiento situado, es decir, comprometido políticamente con su locus de enunciación. En este caso es nuestra América o nuestra Abya Yala (así de paso también le hacemos justicia a nuestros pueblos aurorales, en el cual Abya Yalasignifica tierra de sangre vital, es decir la vida, lo vivo), lo cual no impide un diálogo con lo más granado de Occidente, con lo que Perry Anderson llamó el marxismo occidental; en definitiva, que partamos de nuestra realidad, de nuestro territorio, no impide el diálogo pluricultural con otras experiencias emancipatorias. Es decir, no podemos estar cerrados. 
 
El pensamiento situado, el pensamiento latinoamericano, es un estar comprometido con la transformación del orden vigente globalmente y con lo local también. Para Adorno, el pensamiento en tanto pensamiento ya es crítico, nuestro punto es necesario hacerlo explícitamente. Con Enrique Dussel esto se hace incluso más explícito cuando habla del momento crítico, creativo y propositivo. El pensamiento latinoamericano como aquel que se compromete con su locus es, por antonomasia, crítico. La experiencia de la colonización no nos dejó tregua, e incluso, su naturaleza inmanente nos invita a ser explícitos en tanto que crítico del orden vigente. Asumimos la crítica de Karl Marx cuando dice que los filósofos se han encargado de interpretar el mundo, de lo que se trata es de transformarlo. Cuando Marx dice esto no descarta la interpretación, pero sí nos está diciendo que no nos quedemos anclados en este rejuego interpretativo.
 
Ahora bien, tampoco se trata de un voluntarismo, de una práctica sin un basamento sólido. Allí, la importancia de la formación política, donde se estudien colectivamente las experiencias ya dadas por el progresismo latinoamericano, como en el caso del Brasil de Lula o la Bolivia de Evo, incluyendo la autocrítica por supuesto. También como veremos más adelante, no hay que darle tregua al imperialismo. En los dos casos citados, vimos cómo operaron golpes de Estado, las derechas nacionales con apoyo de las lógicas imperiales estadounidenses no están dispuestas a renunciar al control de los países con gobiernos progresistas ya ni siquiera quieren ganar elecciones, por eso irrumpen en la vida nacional sin legitimidad, no están dispuestos a seguir sus propias reglas. En todo este rejuego, vemos que la OEA juega a favor del Imperio, mete los goles en contra de nuestros pueblos, lo cual ya no es un juicio de valor, ideológico o lo que fuere, es algo concreto. Cuando hablamos de Imperio, no es una abstracción, es la política exterior estadounidense injerencista en los asuntos internos del país. En Panamá, por ejemplo, sabemos muy bien lo que esto significa, tenemos viva la memoria de las víctimas de la invasión de 1989. Es desde esta carga histórica y de contenido de lucha nuestro compromiso práctico. 
 
Entre los rasgos característicos del pensamiento latinoamericano, entonces tenemos su inmanentismo, se ocupa de procesos políticos en concreto por lo inmediato de nuestras necesidades materiales. Eso no quiere decir que en sí no tengamos una riqueza espiritual, lo que queremos decir es que nuestras necesidades materiales son determinantes a la hora de pensar. Inmanentismo también quiere decir que si hacemos una reflexión abstracta o metafísica esta ha de tener un asidero en nuestra realidad material, a eso nos estamos refiriendo. 
 
El pensamiento latinoamericano no es una reflexión transcendental, lo es más inmanente, eso es lo que define su carácter.  Entonces, el pensamiento en tanto pensamiento es crítico y en tanto latinoamericano inmanente. No partimos de la nada para llegar a estas conclusiones preliminares, es el cúmulo de experiencias emparentadas a la transformación del orden vigente las que nos ayudan de acicate. Es nuestra tarea, hacer esto explícito, desmenuzarlo lo más posible. Allí deviene la praxis, es decir, la reflexión profunda en torno a ciertas prácticas emancipatorias que se elevan a ideas, conceptos y son ordenadas en pensamiento y en tanto crítico como inmanente incide en la realidad práctica, no para contemplarla únicamente, sino para transformarla. 
 
Hemos dado algunas pinceladas de lo que supone el pensamiento latinoamericano. Si solo lo exponemos, no es suficiente, es necesario tomar conciencia de ello y no necesariamente está dado, es un tema por trabajar constantemente hasta lograr una conciencia para sí. Y, como decíamos, no hay que partir de cero, tanto Marx como el Che, abordaron esto en el tenor expuesto, en la tesis sobre Feuerbach como El socialismo y el hombre nuevorespectivamente trabajaron estos temas con mayor solvencia. El pensamiento y la acción revolucionaria van de la mano para encarar al orden vigente desde nuestras realidades muy heterogéneas entre sí, pero estructuralmente vapuleadas por un mismo sistema capitalista. Al momento de tomar conciencia del contenido de nuestro pensamiento latinoamericano ya no solo tenemos sobre sí la experiencia in situ, sino las armas teóricas para seguir en la profundización de la lucha. Así, cada militante no es un ciudadano sin compromiso ideológico con un proyecto político liberador en concreto. Para decirlo, en otros términos, el militante ya no actúa por voluntarismo o por instinto, ya tiene plena conciencia de una práctica revolucionaria como diría Marx. 
 
¿Para qué nos sirve todo esto? Aquí, entonces, entramos en otro tramo de nuestra reflexión: la unidad estratégica. El tema de la unidad es difícil, siempre hablamos de unidad para aquí, unidad para allá y nunca se logra. No somos capaces de deponer nuestros intereses por aquellos comunes. Si subsumimos el contenido del pensamiento latinoamericano al menos como lo hemos expuesto aquí, tendremos el compromiso de la unidad. En términos teóricos, el tema de la unidad tiene lugar en Hegel y Marx, como un nuevo momento de síntesis de partes en conflicto, en términos políticos, en nuestros procesos muchas veces nuestras subjetividades no nos permiten llegar a esa síntesis y en vez de aquella, reproducimos nuestra autoimagen, mientras la otra parte, se antagoniza sin necesariamente ser parte de una contradicción. Son diferencias de subjetividades, de egos, no son contradicciones de clase. Por ejemplo, en un mismo país puede haber más de distintas fuerzas políticas vivas de izquierdas, comunistas o progresistas que tienen un denominador común, pero no se ponen de acuerdo porque parten de una autoimagen antagónica por problemas que no responden a una contradicción de clase, sino a problemas de subjetividades. Por otro lado, un poco más amplio, es el tema de la unidad regional, aquí hay cierto consenso de los países con gobiernos progresistas de tener una política anti injerencista de parte de la política exterior estadounidense, como ya hemos señalado, esta no da tregua, desestabiliza, apoya golpes de Estado para que estos gobiernos no continúen. 
 
Es poco probable que un gobierno progresista no lleve a cabo una política anti injerencista y eso lo lleva a crear consenso con esos otros gobiernos de su misma línea, así Perú, Bolivia, México por citar a algunos ejemplos, pueden tener con poca dificultad conversaciones de ese tipo. Ahora bien, allí viene el otro ingrediente de nuestro tema, es lo estratégico, no estamos pensando solo en términos tácticos, lo cual es importante, sino también a largo plazo. Los gobiernos progresistas muchas veces son contingentes cuando tan pronto gana la derecha esa unidad se coarta, o el cálculo para la unidad siempre depende de lo electoral. El punto es que, en esos términos, la unidad es muy frágil por su contingencia. Es importante trabajar en dos dimensiones, por un lado, la unidad a lo interno de un país, pero también trabajar en la unidad de los pueblos. 
 
Ahora tratemos de reflexionar un poco sobre la unidad. La unidad interna de las fuerzas políticas vivas en un país, en muchos de nuestros países la realidad es el fraccionamiento por la subjetividad y no la contradicción de clases sociales de la izquierda. Los viejos problemas de sectarismo aún persisten. La unidad en la diversidad, la unidad de múltiples determinaciones pareciera un postulado que no encuentra asidero. El neoliberalismo hizo bien su trabajo, nos individualizó tanto en nuestra subjetividad que nos cuesta pensarnos como comunidad. Por eso, la importancia del pensamiento latinoamericano como lo hemos expuesto aquí es para crear conciencia, para una práctica revolucionaria más allá del individualismo neoliberal, una práctica revolucionaria implica hacer nuestra la unidad en la diversidad, la unidad de múltiples determinaciones. Pensar como comunidad también implica deponer nuestros intereses particulares como sujetos u organizaciones por los intereses comunes. 
 
Con respecto a la unidad de los gobiernos progresistas, por intereses comunes, es más fácil ponerse de acuerdo. Cuando hay gobiernos progresistas lo más probable es que hubo cierto tipo de unidad interna de las fuerzas vivas que hicieron posible el triunfo electoral. Es ya de sentido común, saber sobre el papel lacayo de organismos como la OEA a los intereses injerencistas de los Estados Unidos, al menos esto es evidente con la actual administración, pero ya incluso nos parece que el problema es de la misma institución en sí. Por eso, desde el progresismo, hemos visto como se les dio un empuje a organizaciones de integración del Sur y el reciente interés por organismos como la CELAC. La unidad de los gobiernos progresistas es vital para encarar el injerencismo imperialista, y como decíamos, hay cierto consenso al respecto. El problema es la contingencia. Entonces, una cosa depende de la otra. Si hay unidad interna de las fuerzas vivas, es probable que se asegure los respectivos triunfos electorales. 
 
A finales del 2015 se empezó a hablar del fin del ciclo progresista, pese a todo era un buen síntoma. Si tal ciclo había terminado, quería decir que en algún momento inicio, y que, por lo tanto, era distinto a otros, como el ciclo neoliberal. Ese ciclo progresista consistía fundamentalmente en la coincidencia de varios gobiernos ideológicamente a la izquierda que, si bien no eran propiamente socialistas, no eran neoliberales en sentido llano, era una especie de híbrido, pero que en términos generales hubo una preocupación por los derechos de quienes menos tenían, pero los obstáculos no fallaron, como tampoco la desestabilización de esos gobiernos por parte del imperialismo estadounidense fundamentalmente. Los gobiernos progresistas llegaron al ejecutivo con las reglas de la democracia representativa, en el mejor de los casos fueron resultado de una revolución democrática electoral, ninguna usó con existo otro mecanismo que no fuese ganar con votos las elecciones y, aun así, en esas circunstancias, el imperio no le gustó esos resultados. Por eso, cuando Evo dice que para ser revolucionario hay que ser antiimperialista, se está refiriendo precisamente a esto. Es decir, tomemos conciencia plena del papel que juega el imperio en nuestras democracias y es de desestabilización. 
 
En varias ocasiones la OEA jugó a su favor. En definitiva, no se podía ocultar lo evidente, el ciclo progresista está en curso, es algo distinto, por eso los agobian, promueven golpes. Como dice Álvaro García Linera, sería más apropiado hablar de oleadas, ahora estamos en una nueva oleada progresista que debe aprender de las fortalezas de la anterior y también de sus límites y errores. 
 
Estamos hablando de progresismo y no es que obviemos sus críticas más frecuentes, como la que hicieron los pos-extractivistas, quienes evidenciaron el carácter extractivista de estos, pero en la misma línea, también vimos cómo estos gobiernos empezaron a hablar de los derechos de la Pachamama, en ese escenario hubo avances. Pero este no es el tema de nuestro interés. Pero sí es importante reflexionar sobre los límites del progresismo con respecto al desarrollo. Donde un pensamiento latinoamericano tiene mucho que decir, porque ya no podemos seguir hablando de desarrollo sin cuestionarlo. La condición de muchos de nuestros países de subdesarrollo no es una etapa, es una condición producida por el desarrollo de las sociedades industrializadas que solo ven nuestras a regiones como una gran despensa de materias primas, lo cual no es una reflexión nueva, ya los teóricos de la dependencia reflexionaron en esa dirección.
 
Volvamos al tema de la unidad. Hablemos de la unidad de los pueblos latinoamericanos, ya hablamos de la unidad interna de las fuerzas vivas, de la unidad de los gobiernos progresistas. Cuando hablamos de la unidad de los pueblos es con miras estratégicas, es decir, miras largas. No renegamos de las instituciones, tenemos que pensar en estas, pero con un nuevo contenido ético político como nos enseñó el maestro Enrique Dussel. Debemos crear instituciones fuertes o darles ese contenido a las ya existentes y que sean salvaguarda los intereses del pueblo latinoamericano, es decir, la plena realización de nuestras vidas en la gran comunidad latinoamericana. Al final de cuentas, se trata de un principio material que hemos aprendido con el maestro Enrique Dussel y consiste en la reproducción de la vida en comunidad más allá del antropocentrismo moderno. 
 
Para la unidad de los pueblos latinoamericanos insistimos, necesitamos instituciones robustas que no dependan de las contingencias de quien está o no en el Gobierno, aunque esto último no deje de ser importante. Pero también en el trabajo de una conciencia colectiva, de un espíritu de cuerpo, de un sentir comunal. No podemos poner como se dice, todos los huevos en una canasta, la diversidad de la lucha tanto en las calles como los espacios gubernamentales son igualmente importantes. Una cosa es un partido progresista en el gobierno y otra, un partido progresista sin gobierno, en un sistema democrático endeble se le acosará para no poder funcionar, apenas pierden las elecciones estos gobiernos, entran en una etapa de desgaste, donde operan intereses particulares que se empieza a quebrar por las disputas internas, y eso pasa en casi todos los partidos progresistas que han estado en el gobierno. La vida política continua en un escenario en que no se esté en el gobierno; las secretarias, los institutos y los ministerios tienen la obligación ética de continuar más allá de lo electoral, ese no es su demarcación.
 
Y, aquí, llegamos a nuestro último punto, retomando lo que decíamos al inicio con Evo, no podemos ser revolucionarios si no somos antiimperialista. Muchas veces olvidamos esto o, lo ponemos en un segundo plano, muchos también dicen que ser antiimperialista es una cuestión del pasado, de la guerra fría; lo cierto es la vehemencia con que actúa el imperio, cuando algunos gobiernos no se alinean con sus intereses geopolíticos. Como se ha dicho, Estados Unidos no tiene amigos, tiene intereses, así de sencillo. Todos los países tienen el suyo, el tema es que los intereses imperialistas amedrentan la soberanía de nuestros países, en Panamá es habitual la intromisión en nuestros asuntos internos, nos incluyen en listas financieras afectando empresarios nacionales. Sin entrar en la larga historia colonial (con un enclave colonial en la zona del canal) y toda la injerencia con bases militares y el simple hecho de ser una economía dolarizada nos mantienen atados. Y si nos vamos a ejemplos cotidianos de nuestra vida política, vemos como el jefe de misión de Estados Unidos llega a decir que se tomará medidas para los corruptos en Panamá. Como dice Olmedo Beluche, Panamá vuelve a ser un protectorado, si es que algún día lo dejó de ser. Aunque también los pueblos escriben su historia desde las resistencias. Aunque tengamos una clase política servil, hay dignos ejemplos que no darán su brazo a torcer. De esas experiencias de ayer y hoy, necesitamos aprender.  
 
Volver a los postulados aquellos que decía Lenin que el imperialismo es la última fase del capitalismo se hace un imperativo para la lucha. Eso no es el fin de la historia en un sentido teleológico; como si después ya no hay nada. Es un hecho que en esta fase imperialista multipolar que estamos viviendo, tampoco es que Estados Unidos las tenga de gratis con Rusia y China, pero en nuestra región sus coletazos pegan duro muy duro, solo pensemos por un instante los golpes de estados e invasiones. Ahora bien, una cosa es hablar en abstracto del imperialismo y otra desde una experiencia concreta en particular, como, por ejemplo: en el caso de Panamá y Puerto Rico en sus formas coloniales, enclaves coloniales y neocoloniales y, con mayor vehemencia con la invasión estadounidense donde hubo centenares de muertos. Hemos experimentado también en toda la región como el imperialismo atenta contra los procesos democráticos de nuestros pueblos, desestabilizando a los gobiernos progresistas.
 
Ahora bien, la lucha contra el imperialismo se logra desde la unidad de los pueblos cuando toman conciencia colectiva de su memoria histórica. Es una lucha de largo aliento, por eso lo estratégico, lo táctico es trabajar sobre la marcha para tener espacios de toma de decisión, sin dejar a un lado el radicalismo de la calle, de los movimientos sociales, de la pluralidad de las fuerzas vivas, a veces le tememos a la pluralidad, allí el sectarismo tiene un terreno fértil, y eso opera en el plano subjetivo individual como el colectivo organizativo. Desde arriba se empieza a estar en una zona de confort y por no querer perder lo ganado, se empieza a ceder; mientras que, desde abajo la dinámica es otra. Hay que ser sinceros y autocríticos a veces los gobiernos progresistas pierden el piso. 
 
Es desde esta realidad compleja, necesario reflexionar sobre el sustento teórico de una transformación, si bien partimos de las experiencias históricas, tenemos que trabajar los conceptos, los contenidos, los núcleos problemáticos que le dan sustento a la transformación. Es importante estar en la retaguardia como dice Boaventura de Sousa Santos, viendo y aprendiendo de aquellas experiencias que les dan contenido transformador. Es así como enfatizar en el pensamiento crítico latinoamericano, no como una mera reflexión abstracta, es una necesidad para avanzar, no es que si queremos avanzar podemos ver para otro lado, no. Necesitamos un pensamiento crítico latinoamericano más allá del coyunturalismo. Un pensamiento robusto y distinto del orden vigente, si bien en esta reflexión hemos centrado en la cuestión de la unidad y el antiimperialismo, también la lucha es contra el patriarcado, contra el racismo, contra el capitalismo, contra el eurocentrismo. Esto es como una hidra, si le cortamos una cabeza le salen dos, por eso tenemos que cortarlas todas. 

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