Es necesario reconocer el papel decisivo de los pueblos de la Unión Soviética en la derrota del nazi-fascismo, su extraordinaria aportación a la victoria, pese a los terribles sacrificios y la pérdida de millones de vidas humanas que esto conllevó.
Gilberto López y Rivas / LA JORNADA
A pesar del esfuerzo de muchos ideólogos del pensamiento único para imponer el nihilismo en la interpretación de los hechos históricos, y pretender erradicar de la conciencia social las referencias ineludibles al pasado que nutren las luchas del presente, se hace imprescindible valorar el significado aleccionador de la segunda conflagración mundial que se inició en 1936, con la agresión a la República Española y su cruenta guerra civil, y que culminó con la toma de Berlín por las tropas soviéticas en los primeros días de mayo de 1945.
Asimismo, es necesario reconocer el papel decisivo de los pueblos de la Unión Soviética en la derrota del nazi-fascismo, su extraordinaria aportación a la victoria, pese a los terribles sacrificios y la pérdida de millones de vidas humanas que esto conllevó. El sentido de tal epopeya debe tenerse en cuenta hoy, no sólo porque el fascismo, expresión terrorista del capitalismo, está resurgiendo en Europa y otras regiones del mundo, sino también porque el ejemplo de entereza, entrega, abnegación y heroísmo de millones de combatientes antifascistas de muchas nacionalidades debe ser conocido por las nuevas generaciones y transmitido como invaluable patrimonio para la preservación de la especie humana.
Testimonio del valor humanista de esa gesta lo constituye toda aquella pléyade de poetas, escritores, pintores y artistas que militaron activamente en las organizaciones antifascistas, cuando el simple hecho de escribir un poema, pintar un muro, o expresar un pensamiento en el aula o en la calle, podía significar la prisión, la tortura e incluso la muerte. Pero, quizás, lo más característico de esta generación antifascista fue que se integró por millones de personas de todas las latitudes del planeta, que respondieron al llamado de la lucha liberadora, con una convicción firme de la necesidad de destruir un sistema criminal que amenazaba la existencia de la humanidad: hombres y mujeres, en su mayoría de orígenes modestos, que con compromiso y conciencia social cruzaron mares y fronteras sin otra finalidad que entregarse de lleno a la lucha, con la simplicidad y la generosidad del amor al prójimo.
En los frentes de batalla, y en el “frente interno”, en las mismas filas del enemigo, realizando tareas de inteligencia, en los campamentos guerrilleros, en la retaguardia, en las células de los grupos clandestinos de las ciudades ocupadas, en las cárceles y en los campos de concentración, allí estaban las y los antifascistas que resistían, y que nunca delataron a sus camaradas, que no dejaron que el miedo los paralizara y mantuvieron la dignidad y el decoro, aún en las condiciones más adversas, que no colaboraron ni traicionaron, ni pensaron en salvar el pellejo a costa de lo que fuere. Ellos y ellas llevaron el peso de la guerra e hicieron posible el triunfo de los pueblos en ese inicio de mayo de 1945.
A ellos y ellas queremos recordarlos precisamente hoy, cuando el mundo entero es testigo del genocidio del pueblo palestino, y en el momento en que Estados Unidos, el Estado sionista de Israel y sus aliados europeos–como lo hicieron los fascistas en el pasado–, pretenden imponer su orden mundial basado en la supuesta superioridad de su maquinaria bélica y a partir de la tergiversación de la información y del rígido control de los medios de comunicación masiva.
Como nunca, después de la Segunda Guerra Mundial, los pueblos enfrentan la amenaza real de una nueva contienda bélica que, de ocurrir, sería la última que la humanidad librase. Más aún, cuando se observa el deterioro de los organismos internacionales, particularmente de la Organización de Naciones Unidas (ONU), la cual ha pasado a ser un instrumento dócil de la política de los países capitalistas hegemónicos y visiblemente inoperante para detener ese genocidio.
La cadena de agresiones del imperialismo y el capitalismo militarizado-delincuencial sobre nuestros pueblos y el ambiente de confusión ideológica creados por la izquierda institucionalizada y la democracia tutelada, hacen todavía más necesario mantener vivo el ejemplo de la resistencia antifascista.
En particular, la izquierda que sigue reivindicando el socialismo y el derecho a la utopía revolucionaria, a la construcción de una sociedad sin explotación, justa y democrática, se plantea la necesidad de esta lucha por la memoria, por no olvidar ni perdonar. Por retomar el optimismo que caracterizó a los y las luchadoras antifascistas.
Recordar siempre al comunista checo, Julius Fucik, quien, al pie del patíbulo, el 19 de mayo de 1943, escribió en su testamento: “A los camaradas que sobrevivan a esta batalla final y a los que vengan detrás de nosotros, les estrecho fuertemente la mano. En mi nombre y en el de Gustina. Cumplimos con nuestro deber. Lo repito una vez más: hemos vivido para la alegría; por la alegría hemos ido al combate y por ella morimos. Que la tristeza jamás vaya unida a nuestro nombre”.
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