sábado, 5 de octubre de 2024

Francisco para tiempos de ira y extravío

 Entendida la política como cultura en acto, vemos confirmado en Francisco lo que nos advirtiera José Martí en 1891, que entre nosotros “el libro importado” ha sido vencido “por el hombre natural”, y no hay aquí batalla “entre la civilización y la barbarie, sino entre la falsa erudición y la naturaleza.”

Guillermo Castro H./ Especial para Con Nuestra América
Desde Alto Boquete, Panamá


“Ha pasado por la zarza encendida del mundo; y compadece las debilidades de los hombres, y los ayuda a salvarse de ellas.”

José Martí, 1893 [1]


El pontificado de Francisco ha producido documentos de gran relevancia para los tiempos de transición por los que atraviesa el sistema mundial. Baste recordar a Laudato Si’, la llamada “Encíclica ambiental”, dada a conocer en 2015, y la social, Fratelli Tutti, de 2020. Otro de apariencia menor, Evangelii Gaudium, de 2013, forma parte de ese legado[2], y gana en relevancia en estos tiempos

 

de ira y extravío en que se ve bambolear en el aire como un inmenso edificio que cuaja y anda buscando asiento, y a las muchedumbres que de antaño gozan y mandan en la tierra, ya alzando insensatas los puños cerrados, como si con sus nudillos roídos de odio pudieran detener el gran palacio humano que desciende, ya ayudando – como ingenieros que buscan en el fondo del río encaje a la mole que sustenta la torre de un puente – a ajustar entre las añejas construcciones ésta nueva que toca a la tierra, incontrastable y confusa, envuelta aún entre sombras de noche y brumas de alba, iluminada a veces – cual suele iluminar la ira el cerebro – por ráfagas inquietas, como hilo de espadas suelto al viento, de luz insana y roja.[3]

 

Allí, Francisco aborda algunas de las dificultades presentes en la construcción de los acuerdos que demanda la construcción “de un pueblo en paz, justicia y fraternidad”. Al respecto, señala cuatro principios “relacionados con tensiones bipolares propias de toda realidad social”, cuya aplicación “puede ser un genuino camino hacia la paz dentro de cada nación y en el mundo entero.”

           

El primero de esos principios, referido a la “tensión bipolar entre la plenitud y el límite”, nos dice que el tiempo es superior al espacio. Entenderlo así, nos dice, “permite trabajar a largo plazo, sin obsesionarse por resultados inmediatos”, otorgando “prioridad al tiempo” ante una cultura política que a menudo privilegia “los espacios de poder en lugar de los tiempos de los procesos.” 

 

Ante esa cultura política, que puede llevar al intento de “tomar posesión de todos los espacios de poder y autoafirmación,” darle prioridad al tiempo “es ocuparse de iniciar procesos más que de poseer espacios”. Pues el tiempo, en efecto, “rige los espacios, los ilumina y los transforma en eslabones de una cadena en constante crecimiento, sin caminos de retorno.” 

 

Asumir así el tiempo, agrega, facilita “valorar con acierto una época”, y comprender “hasta qué punto se desarrolla en ella y alcanza una auténtica razón de ser la plenitud de la existencia humana, de acuerdo con el carácter peculiar y las posibilidades” de la misma. A partir de allí, resulta más sencillo “privilegiar las acciones que generan dinamismos nuevos en la sociedad e involucran a otras personas y grupos que las desarrollarán, hasta que fructifiquen en importantes acontecimientos históricos.” 

           

El segundo principio nos recuerda que la unidad prevalece sobre el conflicto. Este rasgo omnipresente en nuestro tiempo no puede ni debe ser eludido, sino encarado para “resolverlo y transformarlo en el eslabón de un nuevo proceso”. Eso demanda una “comunión en las diferencias”, para que la solidaridad, “entendida en su sentido más hondo y desafiante,” se convierta 

 

en un modo de hacer la historia, en un ámbito viviente donde los conflictos, las tensiones y los opuestos pueden alcanzar una unidad pluriforme que engendra nueva vida. No es apostar por un sincretismo ni por la absorción de uno en el otro, sino por la resolución en un plano superior que conserva en sí las virtualidades valiosas de las polaridades en pugna.

 

El tercero de estos principios plantea que la realidad es superior a la idea. La realidad, dice Francisco, “simplemente es”, mientras la segunda “se elabora”. De allí la importancia de identificar y evitar diversas formas de ocultar la realidad, como “los totalitarismos de lo relativo, los nominalismos declaracionistas”, y “los fundamentalismos ahistóricos, los eticismos sin bondad, los intelectualismos sin sabiduría.” 

 

La idea así desconectada de la realidad “origina idealismos y nominalismos ineficaces, que a lo sumo clasifican o definen, pero no convocan.” Lo que convoca, en cambio, “es la realidad iluminada por el razonamiento”. 

 

De no atender a esto resulta la existencia de políticos “-e incluso dirigentes religiosos-”, que se preguntan “por qué el pueblo no los comprende y no los sigue, si sus propuestas son tan lógicas y claras.” Y quizás sea, dice, “porque se instalaron en el reino de la pura idea y redujeron la política o la fe a la retórica”, mientras otros “olvidaron la sencillez e importaron desde fuera una racionalidad ajena a la gente.”

           

Finalmente, Francisco se refiere a aquella tensión entre “la globalización y la localización”. Ella demanda “prestar atención a lo global para no caer en una mezquindad cotidiana”, y no perder de vista lo local, “que nos hace caminar con los pies sobre la tierra.”

 

Atender a esto permite evitar dos extremos. Por un lado, “que los ciudadanos vivan en un universalismo abstracto y globalizante”, como “miméticos pasajeros del furgón de cola, admirando los fuegos artificiales del mundo, que es de otros, con la boca abierta y aplausos programados”. Por otro, que se conviertan “en un museo folklórico de ermitaños localistas, condenados a repetir siempre lo mismo, incapaces de dejarse interpelar por el diferente y de valorar la belleza que Dios derrama fuera de sus límites.”

 

Así, el todo es superior a las partes. Esto nos dice que “no hay que obsesionarse demasiado por cuestiones limitadas y particulares”, pues siempre conviene “ampliar la mirada para reconocer un bien mayor que nos beneficiará a todos.” 

 

Con todo, esto debe hacerse “sin evadirse, sin desarraigos”, porque es necesario “hundir las raíces en la tierra fértil y en la historia del propio lugar,” para trabajar “en lo pequeño, en lo cercano, pero con una perspectiva más amplia.” Así, nos dice, una persona que hace parte cordial de su comunidad, “no se anula, sino que recibe siempre nuevos estímulos para su propio desarrollo.” 

 

De aquí resulta que no se trata de optar entre “la esfera global que anula” o “la parcialidad aislada que esteriliza”, sino de ver en la realidad un poliedro “que refleja la confluencia de todas las parcialidades que en él conservan su originalidad.” Allí, agrega,

 

entran los pobres con su cultura, sus proyectos y sus propias potencialidades. Aun las personas que puedan ser cuestionadas por sus errores, tienen algo que aportar que no debe perderse. Es la conjunción de los pueblos que, en el orden universal, conservan su propia peculiaridad; es la totalidad de las personas en una sociedad que busca un bien común que verdaderamente incorpora a todos.

 

Desde esta perspectiva, incluso, cabría agregar quizás que lo global es una categoría abstracta que se torna concreta en lo glocal, que es de lo que hacemos parte.

          

 A once años de haber sido presentadas, estas ideas ganan en pertinencia en cuanto hacen parte de la especial atención a las condiciones subjetivas del hacer político que caracteriza a lo mejor de nuestra cultura contemporánea desde que encontrara su acta de nacimiento en el ensayo Nuestra América, de 1891. Así se hace evidente en todo lo que va de José Martí a José Carlos Mariátegui, y de allí a Fidel Castro, Ernesto Guevara, Paulo Freire y, por supuesto, Gustavo Gutiérrez y los movimientos de trabajadores intelectuales y manuales, del campo y la ciudad.

 

Entendida la política como cultura en acto, vemos confirmado en Francisco lo que nos advirtiera José Martí en 1891, que entre nosotros “el libro importado” ha sido vencido “por el hombre natural”, y no hay aquí batalla “entre la civilización y la barbarie, sino entre la falsa erudición y la naturaleza.” [4] Por eso ejercemos ante la ira la esperanza, como frente al extravío lo hacemos con la certidumbre en la capacidad de nuestras gentes para el mejoramiento humano y el ejercicio de la virtud en la lucha por el equilibrio del mundo.

 

Alto Boquete, Panamá, 30 de septiembre de 2024

 


 

NOTAS

[1]  “Desgracia de un amigo”. Patria, 21 de noviembre de 1893. Obras Completas. Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1975. IV, 455.

[2] Exhortación Apostólica Evangelii Gaudium del Santo Padre Francisco a los obispos, a los presbíteros y diáconos, a las personas consagradas y a los fieles laicos sobre el anuncio del evangelio en el mundo actual. Dado en Roma, junto a San Pedro, en la clausura del Año de la fe, el 24 de noviembre, Solemnidad de Jesucristo, Rey del Universo, del año 2013, primero de mi Pontificado. Pgr. 221 a 237.

https://www.vatican.va/content/francesco/es/apost_exhortations/documents/papa-francesco_esortazione-ap_20131124_evangelii-gaudium.html

[3] Martí, José: “Prólogo” a Cuentos de Hoy y de Mañana, por Rafael Castro Palomares. La América, Nueva York, octubre de 1883. Ibid., V, 101.

[4] “Nuestra América”. El Partido Liberal, México, 30 de enero de 1891. Ibid., VI, 17.

No hay comentarios: