sábado, 12 de octubre de 2024

Un doce de octubre entre polémicas

 El 1 de octubre, Claudia Sheinbaum tomo posesión de la presidencia en México y, además de las diatribas y los discursos catastrofistas de la derecha, hubo polémica por la no invitación al rey de España al referido acto.


Rafael Cuevas Molina / Presidente AUNA-Costa Rica 

Todo deriva de la solicitud -respetuosa y mesurada-que hizo hace cinco años Andrés Manuel López Obrador a la Corona española para que, en un marco de diálogo y respeto mutuo, se pidiera disculpas a México por las tropelías cometidas durante la Conquista.
 
El señor rey español se ofendió y quedó en silencio. Siendo, como es, representante máximo del Estado de su país, tal silencio se puede entender como una afrenta al presidente de otro país, por lo que Sheinbaum consideró que, habiéndose faltado el respeto a su antecesor y mentor, no iba a invitarlo a la ceremonia.
 

La celebración -que no conmemoración- del 12 de octubre en el reino de España, conocida ahí como Día de la Hispanidad, es fecha de afirmación del nacionalismo oficial, un nacionalismo acartonado que tiene como referentes centrales a los Reyes Católicos y “la épica” conquista y colonización de América. 

 

Como se sabe, el nacionalismo es una construcción ideológica que configura un imaginario que persigue establecer una conciencia unitaria de un determinado grupo social, en este caso, el de los españoles. 

 

Se construye escogiendo hechos, procesos, fenómenos y personajes del pasado para elevarlos al rango de pivotes, hitos o referencias fundamentales de lo que la nación “es”. En torno a ellos se arma un tinglado con canciones, himnos, estandartes, imágenes y ceremonias que, reiteradamente, refuerzan los sentimientos nacionalistas.

 

La presencia de la Corona española en América forma parte de este escenario nacionalista dominante en España. Es elemento principal de una visión de mundo que, para muchos españoles, otorga estructura a su vida. Es una cosmovisión en la que florecen los prejuicios (“en América se habla mal el español”, “los indios son haraganes, ladrones y taimados”, “los sudacas vienen a España a causar problemas”), y que también tiene sus intelectuales, que arman un discurso en el que los horrores de la conquista son vistos como invento de una leyenda negra promovida en su momento por el Reino Unido, rival imperial de España.

 

En este discurso, España llegó a civilizar caníbales que dominaban a sus rivales a punta de enormes matanzas. Les llevó una mejor religión, orden, incorporación en pie de igualdad a un reino en el que cada quien podía progresar.

 

 Las guerras de independencia del siglo XIX habrían sido, en realidad, una especie de guerra civil entre españoles. Los que se sentían encorsetados por las reglas establecidas por la Corona decidieron lanzar todo por la borda y separarse del Reino de España. Mal habrían hecho porque les fue mal, y ahora son subdesarrollados, cuando podrían ser parte de un reino que forma parte del primer mundo.

 

Esa España es la que se siente ofendida, agredida e incomprendida por la petición de López Obrador. No entra en su cabeza que alguien -menos un presidente- no reconozca su labor civilizadora. Para esa España el colonialismo nunca existió y menos, por lo tanto, sus consecuencias hasta nuestros días.

 

Es de ese mundo del que en América Latina debemos alejarnos. Nos desprecia y nos toma en cuenta solo en la medida en que les seamos útiles. No lo hacemos porque, entre nosotros, hay quienes son reproducciones -baratas y toscas- de todo eso, y practican los que Pablo González Casanova llamó el colonialismo interno.

 

Es gente que se siente más gente en la medida en que se parezcan más a quienes allá, en el norte, nos desprecian. Añoran tener ojitos claros, pelito rubio y decir Badajoz pronunciando la “z” como la pronuncian quienes “hablan bien” el español. Su actitud es uno de los productos del neocolonialismo que niegan, y que el uruguayo Eduardo Galeano sintetizó en una expresión: son los que “escupen al espejo”.

 

Pedir disculpas, pues, es solo un acto simbólico. Debería tener atrás suyo un plan vasto y de largo aliento que construyera una visión descolonizada de nuestra historia. Esos esfuerzos ya se hacen hoy, pero son patrimonio sobre todo de algunos intelectuales y ciertos movimientos sociales que no tienen lugar en la formulación de políticas culturales nacionales.

 

Armar e impulsar una visión de este tipo ayudaría no solo a la mejor comprensión de nosotros mismos, sino también al mismo Reino de España, cuya herencia es bastión central de lo que somos.

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