sábado, 12 de abril de 2025

¿Reordenamiento o repartición?

Hay indicios de que se están creando las condiciones  para forjar un nuevo reordenamiento del mundo multipolar, compuesto por  regiones que rebasan la jurisdiccionalidad de las naciones-Estado.

Arnoldo Mora Rodríguez / Para Con Nuestra América

Comenzaré por explicar los términos del título que encabezan estas líneas. Es ya un lugar común afirmar que el mundo va hacia un nuevo orden político. Dichas así las cosas, me parecen inaceptables. Lo que yo cuestiono es el término “orden”, como si hubiese habido alguna vez en la historia de la humanidad un verdadero y auténtico “orden”, cuando
  en la realidad siempre ha imperado el desorden de una u otra manera,  provocado por un sector para beneficio propio, sea éste un grupo de individuos, sea una región geográfica entera. 
 
Por eso el término más adecuado es el de “reordenamiento”, pues ordenar equivale a poner orden ciertamente, pero obedeciendo a un mandato las más de las veces de carácter despótico y a costa de un doloroso  derramamiento de sangre. Po desgracia, así se ha escrito  la historia real. Por eso lo que  ahora  corresponde es reconocer que se está implantando un nuevo reacomodo de las fuerzas imperiales, pues  buscan establecer una nueva partición del mundo, desde el punto de vista geográfico en vista a la apropiación de las riquezas. Ambas expresiones, ”reordenamiento” y “repartición”, tienen como prefijo la sílaba “re”, que puede significar  tanto repetición como énfasis.  Estructuralmente no denotan nada nuevo, por desgracia, al menos en las intenciones de algunos de los dirigentes sobre todo provenientes del mundo político-cultural de Occidente.
 
Aclarado lo anterior, debemos ahora  ahondar en el tema. Lo que hoy se da en el mundo es el reconocimiento por parte de los Estados Unidos, potencia dominante en el mundo occidental, de que su poder hegemónico universal  ha terminado; quien primero tomó conciencia de esa realidad fue el presidente Obama; sus sucesores intentaron  con inhumano furor mantener el statu quo. Pero ha sido  en vano todo intento por mantener una hegemonía que no se da ni en el ámbito comercial, donde China impera, ni en el campo militar, donde Putin ha demostrado estar ganando la guerra. Los Estados Unidos están endeudados como ningún país en la historia de la humanidad lo ha estado; 36 billones de dólares no se pueden pagar nunca;  es imposible sostener 800 bases militares dispersas en todos los rincones del planeta. 
 
Por eso Trump ha encargado a su superministro Elon Musk aplicar recortes draconianos en el aparato burocrático federal en todos los ámbitos, incluidos el Pentágono y los servicios de inteligencia y espionaje como la CIA, ambos hasta ahora intocables, pero especialmente en el ámbito social,  obligando al resto del mundo,  especialmente a sus vecinos  México y Canadá y a sus aliados de la Unión Europea y, por supuesto,  a sus rivales comerciales como China, mediante la imposición de aranceles, a pagar su deuda incluso a costa de un precio muy elevado políticamente. Pero lo más grave es que lo hace pisoteando la legalidad por la que se regía el comercio mundial y las relaciones diplomáticas, políticas y militares, con lo que la confianza de las naciones  amigas se ha  hecho añicos en estos pocos meses del retorno de Trump a la Casa Blanca.  
 
Por su parte,  Putin  ha demostrado no estar dispuesto a  doblegarse ante las exigencias imperiales de Trump; tampoco  China cederá en su política de acrecentar cualitativa y cuantitativamente sus  relaciones comerciales con el mundo, basado en una política respetuosa del derecho internacional y del crecimiento exponencial de las tecnologías de punta;  los gobiernos musulmanes, inclinándose ante la voluntad ampliamente mayoritaria de su población,   dan muestras cada vez más contundentes de tomar distancia de la política prosionista de Washington; los países periféricos marchan hacia una  consolidación  del BRIC, lo cual y de consonancia con la naturaleza de estas alianzas,  se abren posibilidades de alianzas políticas que no excluyen alianzas militares . Resultado: el Tío Sam está más aislado que nunca.
 
Dado todo lo anterior, resulta claro de que hay indicios de que se están creando las condiciones  para forjar un nuevo reordenamiento del mundo multipolar, compuesto por  regiones que rebasan la jurisdiccionalidad de las naciones-Estado; en otras palabras, la concepción misma de democracia surgida de las revoluciones norteamericana y francesa de la segunda mitad del siglo XVIII ha periclitado, lo mismo que la hegemonía plena de una nación-imperio proveniente de Occidente. Pero esto, no se dará mecánicamente sino dialécticamente, como todo en la historia, en donde la dinámica de los grandes procesos se rige por la ley  de la física newtoniana, según el cual a toda acción se da una reacción en sentido contrario directamente proporcional. 
 
El imperio norteamericano no parece  estar dispuesto a ceder en sus intenciones de apropiarse del mundo entero. Pero ha cambiado de estrategia; ya sus círculos más lúcidos no pretenden hacerlo mediante una guerra total, que significaría la desaparición de la humanidad, incluso de ellos mismos, sino mediante la conquista de regiones hasta ahora inexplotadas, como son los dos polos: El Ártico y la Atlántida; de ahí su decisión de anexionarse Canadá y Groenlandia, para luego disputarle a Rusia la posesión total del  Ártico y todas sus inexplotadas riquezas. Otro tanto se da con las  Islas Malvinas en el  Atlántico Sur, que la OTÁN  está convirtiendo en una base nuclear con el fin de  dominar militarmente la Atlántida. La pérdida del control de muchas regiones de África y el Medio Oriente, especialmente de la  estratégica Península Arábiga, hace aún más apremiante para las potencias occidentales lograr la apropiación  de los dos polos. Específicamente, para los Estados Unidos  el dominio total del Continente, inspirados en la  doctrina Monroe es vital. Los Estados Unidos no pueden reconocer la independencia de Nuestra América porque la consideran su patio trasero, no sólo por razones geopolíticas  sino también  por razones económicas; los datos son contundentes: Wall Street controla el 80% de las “commodities”, 31% de las cuales provienen  de América Latina; en consecuencia,  la pérdida de  Nuestra  América significaría, ni más ni menos, que el derrumbe total del imperio yanqui.
 
Esa es la razón por la cual todo Occidente lucha,  ya que  carecen de las materias primas indispensables para su desarrollo científico-tecnológico, base de su crecimiento económico, su poder político y su irradiación y prestigio culturales.  Los datos hablan por sí mismos. Esas materias primas están en Rusia (gas natural y petróleo, riquezas inexplotadas en Siberia y el Polo Norte), en el Medio Oriente (petróleo), en África y en Nuestra América, por no hablar de China que posee la casi totalidad de las tierras raras, y Bolivia que posee el 67% del litio. Eso es lo que está en juego detrás de todas las bravatas e intrigas del escenario  político  mundial. 
 
Una “repartición” de esas riquezas sería el primer paso para un nuevo “reordenamiento” mundial; su control mediante su apropiación por parte de las grandes trasnacionales, es el objetivo final de ese supuesto “nuevo orden mundial”. Pero eso no será posible mientras Rusia se imponga militarmente,  China comercialmente y los países del BRIC crezcan en número y solidez  política y  económica. Esa es la encrucijada a que se enfrenta una humanidad angustiada ante la amenaza de  un fin apocalíptico inminente  si las  potencias dotadas de armas nucleares desataran una guerra mundial, o la destrucción ecológica sigue sin que la detengamos a tiempo.  

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