sábado, 6 de diciembre de 2025

Cincuenta años no son nada

En 2025 hemos cumplido 50 años desde que una gran ola revolucionaria mundial nos empujó a la militancia estudiantil en las filas del marxismo revolucionario, el trotskismo. Los extraordinarios acontecimientos de 1975 movieron las conciencias de una generación de jóvenes, que aún no cumplíamos los 18 años de edad, a activarnos en la militancia de la izquierda panameña en sus diversas acepciones, que eran muchas. 

Olmedo Beluche / Para Con Nuestra América
Desde Ciudad Panamá

De esos centenares o miles de militantes, un puñado nos unimos al marxismo internacionalista y, desde entonces nos hemos mantenido fieles y consecuentes en esa lucha por un mundo sin opresión ni explotación, el socialismo. Pese a los vaivenes de la lucha de clases. Comparto ese privilegio con un puñado de personas cuya matriz política fue el colegio Fermín Naudeau, entre tantos y tantas: Giovanni Beluche, Briseida Barrantes y Roberto Ayala.
 
Por supuesto, de ese colegio y de aquella generación salieron muchas otras personas que han destacado en diversos aspectos de la sociedad panameña y de la política nacional, en todo el espectro político imaginable. Pero este artículo es una conmemoración personal del encuentro entre hechos internacionales impresionantes y un método para comprenderlos, explicarlos y actuar sobre ellos, basados a una ética obrera y socialista, que sólo el trotskimo podía darnos.
 
Era abril de 1975, en la segunda quincena del mes, sucedió un acontecimiento que iluminó el mundo como un rayo que desintegró la oscuridad y el pesimismo: la revolución de los pueblos de Indochina, Vietnam y Camboya, que salían victoriosos de décadas de agresión e intervención militar francesa y norteamericana que bloqueaban su derecho a la independencia. 
 
El 30 de abril, los noticieros transmitieron las imágenes de Saigón cuando funcionarios del gobierno títere de Vietnam del Sur desesperadamente intentaban abordar los helicópteros norteamericanos que les salvaran del Viet Cong que entraba victoriosamente en la ciudad.
 
Vietnam había demostrado que el imperialismo norteamericano podía ser derrotado. La potencia militar más poderosa del mundo y de la historia había sido vencida por un pueblo humilde, pero tenaz. Esta derrota política y militar tuvo su primera razón en la valentía y persistencia del pueblo vietnamita, complementada con la resistencia de la juventud norteamericana a ser reclutada para ir a una guerra a todas luces injusta.
 
El Che Guevara, aunque muerto para entonces, demostraba tener razón: si el imperialismo yanqui es el peor enemigo de la humanidad, había que crear “dos, tres, muchos Vietnam”, para derrotarlo. Sin duda el mundo parecía tener un futuro mejor. 
 
A ese rayo de esperanza se sumó el 25 de junio de 1975 la liberación e independencia de Mozambique del imperio colonial portugués en cuya metrópoli, un año antes, se había producido la Revolución de los Claveles que derrocó a la dictadura militar abriendo paso a la democratización de Portugal. Toda África también parecía en ebullición. La victoria de Mozambique dio paso al reconocimiento de la independencia de Angola en noviembre del 75. Caían los últimos bastiones del colonialismo europeo en África.
 
Como si aún faltara algo más para completar el optimismo de quienes aspiraban y luchaban por un mundo libre de opresión y explotación, el 20 de noviembre llegó la noticia de la muerte del dictador español Francisco Franco. Esa noche se bebieron miles de botellas de cava en toda España. La agonía del dictador estuvo acompañada de una oleada de movilizaciones obreras y estudiantiles que anunciaban el final de 40 años de dictadura.
 
Ese año, 1975, fue declarado por la Asamblea General de la Organización de las Naciones Unidas (ONU) como el Año Internacional de la Mujer, en el que se realizó la Primera Conferencia Mundial sobre la Mujer, en la ciudad de México, del 19 de junio al 2 de julio de ese año. A esta conferencia asistieron mujeres representando a 133 gobiernos del mundo, mientras que entre 4 y 6 mil mujeres se reunieron en el foro paralelo de organizaciones sociales y organismos no gubernamentales. Allí se aprobó un Plan de Acción para hacer realidad en todo el mundo la plena igualdad entre los géneros y la eliminación de todas las formas de discriminación contra las mujeres.
 
No todo podía ser positivo, lamentablemente el contrapunto lo dio el inició de la guerra sucia de la Triple A en Argentina contra activistas sindicales, de derechos humanos, estudiantiles y barriales, auspiciada desde el propio gobierno de Juan D. Perón y su viuda “Isabelita”.  Marruecos, con la complicidad del gobierno español, inició la ocupación del Sahara Occidental, impidiendo que concretara su independencia el pueblo saharaui.
 
Panamá no escapaba a la oleada antiimperialista. Estaba en su apogeo la campaña de internacional del general Omar Torrijos para lograr de Estados Unidos la firma de un tratado que disolviera la Zona del Canal y compartiera la administración de la vía acuática. El Movimiento de Países No Alineados (ni con la URSS, ni con EE UU) era el principal respaldo internacional a la soberanía panameña. Pero en el plano económico interno empezaba a notarse la desaceleración producto de la crisis mundial de 1973. 
 
Ese mundo que bullía de revoluciones y esperanzas tenía que motivar a los jóvenes estudiantes de secundaria, interesados por los grandes problemas del mundo, y de su país, a organizarse políticamente. 
 
En Panamá, las organizaciones estudiantiles se llenaban de militantes: la llamada Tendencia, escindida del Partido del Pueblo y ya organizada como ala izquierda del torrijismo y los militares (“progresistas”), que controlaba la dirección de la Federación de Estudiantes de Panamá (FEP); la juventud del Partido Comunista (del Pueblo); por otro lado, la llamada Izquierda Revolucionaria: compuesta por el Frente Estudiantil Revolucionarios (FER-29), el Guaykucho-NIR y la Liga Socialista Revolucionaria (de orientación trotskista), que posteriormente se convertiría en Partido Socialista de los Trabajadores (PST).
 
Las figuras referentes de la izquierda panameña por entonces eran: Rubén D. Souza, César De León, Francisco Changmarín y la legendaria Marta Matamoros, por el Partido del Pueblo; Lucho Gómez y Ramiro Vásquez Chambonet, por la Tendencia; Jorge Turner y Diana Morán, exiliados en México, y en Panamá, Federico Britton, por el MLN-29; Egbert Wetherborne y Graciela Dixon, por el PRT; Virgilio Araúz, José Cambra, Herasto y Nelva Reyes, por lo que sería el PST. De manera independiente, desde la Universidad de Panamá, eran referentes Simeón González y Miguel A. Bernal. 
 
Giovanni, entró en relación primero, con el germen de los trotskistas, cuando era estudiante de secundaria en el Fermín Naudeau, 1974, que se organizó con el nombre de La Comuna. Bernardo Ezurmendía y otros lo fundaron. Ellos nos invitaron a las primeras reuniones a las que empezamos a asistir iniciado el curso de 1975. Nuestra prueba de fuego fueron los aumentos de precios del arroz y otros alimentos y una oleada de protestas estudiantiles que se tomaron las calles. Pese a la represión policial, la “ultraizquierda” ganaba fuerza en los colegios y se resquebrajaba el control de la FEP pro torrijista. 
 
En mi caso particular, lo que más me impresionó fue la explicación de los grandes problemas del mundo capitalista a partir de un método materialista con perspectiva internacional que superaba al marxismo acartonado de los estalinistas del Partido del Pueblo, a los que ya conocía desde un par de años atrás. Por primera vez podía entender las debilidades políticas de la Unión Soviética y sus comportamientos inconsecuentes, y como encajaban la Revolución Cubana y Vietnamita en un mundo bipolar. 
 
Sólo el trotskismo podía dar ese enfoque global del sistema capitalista. Las otras organizaciones de la izquierda revolucionaria carecían de una explicación de los problemas que trascendiera las fronteras nacionales. Eran internacionalistas en la solidaridad, pero no lo eran en el análisis de la realidad. 
 
Ese fin de año recuerdo haber devorado “Historia de la Revolución rusa” y “La Revolución traicionada” de León Trotsky. En los meses siguientes llegó hasta Centroamérica el debate entre Ernest Mandel y Nahuel Moreno sobre la guerrilla en Latinoamérica. Acá tuvimos una polémica presencial entre un representante de la “mayoría” de la IV Internacional, un compañero del PRT mexicano, probablemente Manuel Aguilar Mora; y uno de la minoría del “morenismo” argentino, Eugenio Greco, muy hábil polemista.
 
Seguidamente Greco montó un seminario de una semana sobre Un documento escandaloso (en respuesta a En defensa del leninismo, en defensa de la Cuarta Internacional de Ernest Germain) (1973). Allí entendimos el error del método foquista de las organizaciones guerrilleras de Latinoamérica que sacaron conclusiones equivocadas de la Revolución Cubana, incluyendo al Che Guevara. Había que trabajar con el movimiento obrero disputando su dirección política a las burocracias sindicales.
 
¡Qué diferencia entre esos años y los actuales! Por entonces, el viento de la revolución soplaba a favor de los pueblos oprimidos y de las clases explotadas. Ahora, bajo la oleada reaccionaria y derechista pareciera, que sopla en contra. Pero no hay derrota, los pueblos resisten y luchan: ahí están los millones que se han movilizado contra el genocidio del pueblo palestino en Gaza y los que marchan en las ciudades de Estados Unidos diciéndole a Donald Trump que no quieren un “rey”.
 
Las amenazas de Trump contra Venezuela no pasarán. La República Bolivariana, al igual que Vietnam hace cincuenta años, cuenta con el apoyo de los pueblos del mundo y de Latinoamérica. Repetiremos tarde o temprano la victoria contra el imperialismo yanqui, del que Venezuela se puede convertir en la tumba del imperio yanqui.
 
Aunque el trotskismo haya perdido fuerza organizativa de entonces a acá, producto de los embates del neoliberalismo contra la clase obrera en todos lados, de nuevas realidades no previstas y errores políticos, sigue siendo el método adecuado para entender lo que pasa y para guiar la acción política en lucha por un mundo sin explotadores ni opresores, el socialismo, que sigue siendo el objetivo.
 
En alguna parte, sobre La Comuna de París, Carlos Marx reflexiona que la clase trabajadora a veces da pasos de gigante y luego, se detiene, como asombrada, y parece retroceder ante el enorme objetivo que tiene por delante. Pero luego retoma con fuerza y produce otro salto histórico. 
 
En ese sentido, a mis compañeros y compañeras de generación, que a veces compungidos por el avance de la extrema derecha y los retrocesos que, en apariencia vivimos, parecen dudar, les digo: 50 años no son nada, para la lucha de clases, aunque a título personal es una vida. Bien ha valido la pena dar esas décadas de militancia y esfuerzo para contribuir con un granito de arena a la liberación de la humanidad.
 
Panamá, 1 de diciembre de 2025

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