De la mano de Martí, y leyendo “Tres héroes”, en La Edad de Oro, aprendimos a amar a Bolívar como a un padre. Ello fija un ritual para cada cubano que llega a Caracas: hay que visitar la estatua del prócer y reeditar el fervor martiano, con la convicción de que ambos, el venezolano y el antillano, tienen mucho que hacer en América todavía.
Tan entrañable fue el vínculo de Martí con esa tierra, que así lo sintetizó en su carta de despedida a Fausto Teodoro de Aldrey, director de La Opinión Nacional:
Muy hidalgos corazones he sentido latir en esta tierra; vehementemente pago sus cariños; sus goces, me serán recreo; sus esperanzas, plácemes; sus penas, angustia; cuando se tienen los ojos fijos en lo alto, ni zarzas ni guijarros distraen al viajador en su camino: los ideales enérgicos y las consagraciones fervientes no se merman en un ánimo sincero por las contrariedades de la vida. De América soy hijo: a ella me debo. Y de la América, a cuya revelación, sacudimiento y fundación urgente me consagro, esta es la cuna; ni hay para labios dulces, copa amarga; ni el áspid muerde en pechos varoniles; ni de su cuna reniegan hijos fieles. Deme Venezuela en qué servirla: ella tiene en mí un hijo.
Esa declaración apasionada sintetiza los muchos servicios que prestó el cubano a Venezuela y a nuestra América durante los meses que vivió en Caracas.
Su intención de establecerse definitivamente en ese país se vio frustrada por la expulsión suya por órdenes del presidente Antonio Guzmán Blanco. Profesor; fundador de órganos de prensa y colaborador de otros ya establecidos; interlocutor asiduo en tertulias y otros espacios de intercambio intelectual; orador respetado y reconocido, todo eso fue el cubano en el semestre en que vivió en tierras venezolanas.
Y llama la atención cómo desde esa época tan temprana reconoce a Venezuela como la cuna de Nuestra América. Ni siquiera en un momento tan amargo como el de la salida intempestiva del país, en la que se frustraban muchos proyectos de estabilización familiar y laboral, dejó Martí de expresar su amor a la patria de Bolívar.
Los antecedentes de esa partida forzada son bien conocidos. El primero de julio de 1881 salió a la luz el primer número de la Revista Venezolana, concreción y continuidad de un proyecto anterior no materializado, la Revista Guatemalteca. En las orillas del Anauco retomó la empresa, caracterizada por su autor del siguiente modo:
Extraña a todo género de prejuicios, enamorada de todo mérito verdadero, afligida de toda tarea inútil, pagada de toda obra grandiosa, la Revista Venezolana sale a luz. Nace del afecto vehemente que a su autor inspira el pueblo en que la crea: va encaminada a levantar su fama, publicar su hermosura, y promover su beneficio. No hace profesión de fe, sino de amor. No se anuncia tampoco bulliciosamente. Hacer, es la mejor manera de decir.
El sentido de la utilidad de su labor, y de la trascendencia de esta hacia una práctica social que quiebra los estereotipos tradicionales de escritura, se hacen explícitos cuando declara que la Revista viene
[…]—a poner humildísima mano en el creciente hervor continental; a empujar con los hombros juveniles la poderosa ola americana; a ayudar a la creación indispensable de las divinidades nuevas; a atajar todo pensamiento encaminado a mermar de su tamaño de portento nuestro pasado milagroso; a descubrir con celo de geógrafo, los orígenes de esta poesía de nuestro mundo, cuyos cauces y manantiales genuinos, más propios y más hondos que los de poesía alguna sabida, no se esconden por cierto en esos libros pálidos y entecos que nos vienen de tierras fatigadas […]Cosas grandes, en formas grandes.
Fiel a su criterio de que la independencia tan arduamente conquistada en el continente debía ser fortalecida de manera constante, Martí se propuso revelar la originalidad de la historia y la cultura venezolanas, y contribuir, con su labor pedagógica, a la educación de sus ciudadanos. Es conocida su labor como profesor en dos colegios caraqueños, el Santa María, de Agustín Aveledo, y el Villegas, de Guillermo Tell Villegas.
Su excelencia como docente y orador, sus dos números de la Revista Venezolana, así como su fama de hombre de pensamiento libre y espíritu original, le granjearon la animadversión de Antonio Guzmán Blanco, especialmente a partir de la publicación de su obituario “Cecilio Acosta”, con motivo del deceso del notable intelectual, contrario al guzmancismo. Por esa razón fue expulsado del país a finales de ese propio mes, y marchó con destino a Nueva York. Desde allí continuó colaborando con La Opinión Nacional de Caracas, e inició sus Escenas norteamericanas, punto de giro en la literatura en nuestra lengua y en la labor de prevención antiimperialista y de mediación cultural entre las dos Américas.
Durante muchos años se mantuvo divulgando la cultura venezolana y nuestramericana por todos los medios posibles, y relacionándose con sus naturales asentados en los Estados Unidos, con los cuales fue formando una red intelectual de sentido descolonizador, cuyo nodo, sin duda alguna, fue la Sociedad Literaria Hispanoamericana de Nueva York, desde donde pronunció un trascendental discurso de homenaje a ese país, en marzo de 1892:
[…]¡pero a Venezuela, como a toda nuestra América, a nuestra América desinteresada, la hemos de querer y de admirar sin límites, porque la sangre que dio por conquistar la libertad ha continuado dándola por conservarla! ¡Proclamemos, contra lacayos y pedantes, la gloria de los que en la gran labor de América se van poniendo de quicio y abono para la paz libre y decorosa del continente y la felicidad e independencia de las generaciones futuras!
Honremos hoy la fidelidad histórica hacia esa tierra hermana, cuya soberanía y paz está siendo amenazada seriamente por los Estados Unidos, esos que Bolívar avizoró como destinados por la Providencia a plagar la América de miserias a nombre de la libertad.
Es un asunto de la mayor importancia, y es nuestro deber y cuestión de honor y principios, respaldar el gobierno legítimo del presidente Nicolás Maduro. Urge hacer un llamado a la paz y exigir el respeto a la soberanía de Venezuela, que es la de Nuestra América y la de todos los pueblos que luchan por un mundo mejor y más justo.

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