América Latina posee gobiernos empeñados en salvar el sistema y perpetuar la desigualdad, y otros, los menos, buscan una propuesta alternativa, romper con el capitalismo.
Marcos Roitmann Rosenmann / LA JORNADA
(Ilustración: fragmento de "La noche de los pobres", de Diego Rivera).
Hace cuatro décadas el mapa político de América latina estuvo marcado por golpes de Estado, dictaduras militares, gobiernos conservadores y el auge del neoliberalismo. Chile, Argentina, Uruguay, Brasil, Paraguay, Bolivia, Haití, Ecuador, Nicaragua, Honduras, Guatemala y El Salvador caían en manos de las fuerzas armadas y en guerras de liberación nacional contra la opresión. Detenidos desaparecidos, torturas, exilios y violación continuada de los derechos humanos fue su marca distintiva. Asimismo persistían gobiernos conservadores bajo fórmulas bipartidistas o encausadas bajo un partido Estado. Colombia, Venezuela, República Dominicana, Costa Rica, Perú o México. Salvo Panamá y Cuba, la región reproducía los conflictos derivados de la aplicación del neoliberalismo. Bajo el amparo del Fondo Monetario y el Banco Mundial se desarrollaron sus directrices. La doctrina de la seguridad nacional y más adelante las guerras de baja intensidad soliviantaron su control y arsenal doctrinario. El discurso anticomunista fue su antorcha mientras los conflictos se encuadraron en la guerra fría. Una vez concluida, se construyó un nuevo mensaje legitimador.
El consenso de Washington y la ideología de la globalización se presentaron como la encarnación del neoliberalismo triunfante. Se proclamó el advenimiento de una tercera revolución propia de la era de la información y el cambio de paradigmas. El orden del caos y la complejidad. Nuevas ciencias, nuevos principios. Era obligado diseñar el futuro y sus coordenadas. Aproximar las expectativas del neoliberalismo a las necesidades de un nuevo actor, el consumidor, sustituto del ciudadano. Una contrarrevolución en las formas del actuar y del pensar en medio de la instauración neo oligárquica del poder.
En el ámbito económico, se homologó el concepto de caos espontáneo a las leyes de la oferta y la demanda. La mano invisible de Adam Smith se rescató junto a Hayek y Rawls para reconstruir objetivamente los principios de una economía de mercado. Ocho premios Nobel de Economía entre 1974 y 1995 eran miembros del grupo de Mont-Pèlerin, grupo creado por Hayek. Se habló de retirada del Estado de la economía. De constreñir el gasto público y privatizar. De organizar la sociedad como un mercado autorregulado, pasando el capital privado a tener el control sobre la asignación de los recursos en la producción y el consumo. Se naturalizó el lenguaje. Nichos de trabajo, dinero semilla y yacimientos de empleo.
Liberalizar el comercio, eliminar barreras arancelarias y favorecer las inversiones financieras a corto y medio plazo con criterios especulativos fueron parte del dogma. Se llegó a conceptualizar los capitales invertidos en dicha especulación como capitales golondrinas. Emigraban en caso de nubarrones y mal tiempo. Los efectos prácticos no se hicieron esperar. En lo político su implante se acompañó de un creciente totalitarismo invertido y desmovilizador. Así se limitaron los derechos civiles, desarticulando las respuestas organizadas de las clases populares. Su existencia era una traba para los regímenes neoliberales. La trilateral habló de simetría de los procesos. Favorecer el nacimiento de una gobernabilidad equiparable a la democracia representativa existente en los países centrales. Redefinir el capitalismo y universalizar su razón cultural.
En medio de esta orgía, los resultados no se hicieron esperar. Gobiernos ilegítimos, corrupción política generalizada inherente al capitalismo. La frustración crecía en quienes habían creído en el discurso de un mundo más igualitario. Los objetivos del neoliberalismo no llegaron. Ni las transiciones de los años 80, ni los tratados de libre comercio, ni la era de la globalización en los años 90 del siglo pasado fueron un revulsivo. Más bien profundizaron la herida. Los primeros avisos se dan en Venezuela. El Caracazo, diciembre de 1989, supone un levantamiento popular contra las políticas del segundo gobierno de Carlos Andrés Pérez. Más de mil muertos a manos del ejército. Más adelante, el primero de enero de 1994, la gran remontada. El EZLN, en México, se alzaba contra el neoliberalismo y en defensa de la humanidad, poniendo en evidencia las contradicciones de las políticas excluyentes y el discurso de apertura democrática y modernización. Conceptos como dignidad, justicia social y democracia se reivindicaban en el marco de un continente frustrado dentro de un Ya basta generalizado.
El corralito en Argentina, el hambre, la pobreza y la explotación infantil eran una realidad constable. Los objetivos de aminorar las desigualdades y favorecer la cohesión social levantadas por los neoliberales eran una quimera. Pero sus ideólogos, acólitos, y funcionarios prefirieron no variar el rumbo. Perseveraron en el error. Un discurso fundamentalista de los beneficios inherentes a una economía de mercado, facilitó idealizar la iniciativa privada. La nueva gestión pública, aplicación de los criterios del beneficio y la ganancia de la empresa privada a la administración ha sido un verdadero desastre.
Sin embargo, mostrar desconfianza en las acciones emprendidas por las entidades financieras y gubernamentales era suficiente para ser arrinconado. El paroxismo del proyecto neoliberal se hizo presente en discursos complacientes ofreciendo una era de esplendor aplazada sine die. Con las expectativas por los suelos, a fines del siglo XX los movimientos político-sociales toman la iniciativa haciendo caer a gobiernos: Argentina, Ecuador y Bolivia. Al socialconformismo se le contrapone una acción crítica. En algunos casos, los cambios no alteran el proceso neoliberal, aunque lo administran. La crisis se profundiza con los gobiernos considerados progresistas en Chile, Brasil, Uruguay. No hay un punto de inflexión, son parte del engranaje. Venezuela, Bolivia, Ecuador, y Paraguay se plantean una refundación del Estado y la nación. Pactos constitucionales, bajo una propuesta anticapitalista, popular, democrática y antimperialista. En esta lógica, Brasil se alza con un proyecto subimperialista. Mientras tanto, los triunfos electorales del FSLN en Nicaragua y del FMLN en El Salvador o los cambios en Panamá se articulan en torno a una mutación de sus organizaciones. Sus políticas administran la crisis y se apoyan en las lógicas descarnadas del mercado. Mientras tanto, subsisten gobiernos contrainsurgentes, caso de Colombia, y en México la mafia toma el poder real. Militarización de la sociedad en medio de una crisis de legitimidad.
En el ámbito económico, se homologó el concepto de caos espontáneo a las leyes de la oferta y la demanda. La mano invisible de Adam Smith se rescató junto a Hayek y Rawls para reconstruir objetivamente los principios de una economía de mercado. Ocho premios Nobel de Economía entre 1974 y 1995 eran miembros del grupo de Mont-Pèlerin, grupo creado por Hayek. Se habló de retirada del Estado de la economía. De constreñir el gasto público y privatizar. De organizar la sociedad como un mercado autorregulado, pasando el capital privado a tener el control sobre la asignación de los recursos en la producción y el consumo. Se naturalizó el lenguaje. Nichos de trabajo, dinero semilla y yacimientos de empleo.
Liberalizar el comercio, eliminar barreras arancelarias y favorecer las inversiones financieras a corto y medio plazo con criterios especulativos fueron parte del dogma. Se llegó a conceptualizar los capitales invertidos en dicha especulación como capitales golondrinas. Emigraban en caso de nubarrones y mal tiempo. Los efectos prácticos no se hicieron esperar. En lo político su implante se acompañó de un creciente totalitarismo invertido y desmovilizador. Así se limitaron los derechos civiles, desarticulando las respuestas organizadas de las clases populares. Su existencia era una traba para los regímenes neoliberales. La trilateral habló de simetría de los procesos. Favorecer el nacimiento de una gobernabilidad equiparable a la democracia representativa existente en los países centrales. Redefinir el capitalismo y universalizar su razón cultural.
En medio de esta orgía, los resultados no se hicieron esperar. Gobiernos ilegítimos, corrupción política generalizada inherente al capitalismo. La frustración crecía en quienes habían creído en el discurso de un mundo más igualitario. Los objetivos del neoliberalismo no llegaron. Ni las transiciones de los años 80, ni los tratados de libre comercio, ni la era de la globalización en los años 90 del siglo pasado fueron un revulsivo. Más bien profundizaron la herida. Los primeros avisos se dan en Venezuela. El Caracazo, diciembre de 1989, supone un levantamiento popular contra las políticas del segundo gobierno de Carlos Andrés Pérez. Más de mil muertos a manos del ejército. Más adelante, el primero de enero de 1994, la gran remontada. El EZLN, en México, se alzaba contra el neoliberalismo y en defensa de la humanidad, poniendo en evidencia las contradicciones de las políticas excluyentes y el discurso de apertura democrática y modernización. Conceptos como dignidad, justicia social y democracia se reivindicaban en el marco de un continente frustrado dentro de un Ya basta generalizado.
El corralito en Argentina, el hambre, la pobreza y la explotación infantil eran una realidad constable. Los objetivos de aminorar las desigualdades y favorecer la cohesión social levantadas por los neoliberales eran una quimera. Pero sus ideólogos, acólitos, y funcionarios prefirieron no variar el rumbo. Perseveraron en el error. Un discurso fundamentalista de los beneficios inherentes a una economía de mercado, facilitó idealizar la iniciativa privada. La nueva gestión pública, aplicación de los criterios del beneficio y la ganancia de la empresa privada a la administración ha sido un verdadero desastre.
Sin embargo, mostrar desconfianza en las acciones emprendidas por las entidades financieras y gubernamentales era suficiente para ser arrinconado. El paroxismo del proyecto neoliberal se hizo presente en discursos complacientes ofreciendo una era de esplendor aplazada sine die. Con las expectativas por los suelos, a fines del siglo XX los movimientos político-sociales toman la iniciativa haciendo caer a gobiernos: Argentina, Ecuador y Bolivia. Al socialconformismo se le contrapone una acción crítica. En algunos casos, los cambios no alteran el proceso neoliberal, aunque lo administran. La crisis se profundiza con los gobiernos considerados progresistas en Chile, Brasil, Uruguay. No hay un punto de inflexión, son parte del engranaje. Venezuela, Bolivia, Ecuador, y Paraguay se plantean una refundación del Estado y la nación. Pactos constitucionales, bajo una propuesta anticapitalista, popular, democrática y antimperialista. En esta lógica, Brasil se alza con un proyecto subimperialista. Mientras tanto, los triunfos electorales del FSLN en Nicaragua y del FMLN en El Salvador o los cambios en Panamá se articulan en torno a una mutación de sus organizaciones. Sus políticas administran la crisis y se apoyan en las lógicas descarnadas del mercado. Mientras tanto, subsisten gobiernos contrainsurgentes, caso de Colombia, y en México la mafia toma el poder real. Militarización de la sociedad en medio de una crisis de legitimidad.
En síntesis, América Latina posee gobiernos empeñados en salvar el sistema y perpetuar la desigualdad, y otros, los menos, buscan una propuesta alternativa, romper con el capitalismo. La historia dirá. En medio, Cuba persevera.
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