La rebelión actual es el reflejo de un resentimiento largamente contenido de la inmensa mayoría de los pueblos de Guadalupe y Martinica que se sienten lo que efectivamente son para Francia: ciudadanos de segunda clase. Viven a merced de una economía centrada en el turismo, unas pronunciadas desigualdades internas y una precariedad social aquejada por una dependencia extrema en importaciones de sus alimentos y prácticamente todo lo que se consume.
NOTA RELACIONADA: Guadeloupe: oscura clave de la crisis mundial, de Immanuel Wallerstein para LA JORNADA de México.
Carlos Rivera Lugo / Semanario Claridad - Puerto Rico
Decía esa apasionada voz de “los condenados de la tierra”, el radical pensador y psiquiatra martiniqueño Frantz Fanon, que el mundo colonial es “un mundo cortado en dos”. Por un lado, el colonizado, condenado a la opresión y a la violencia de todo un orden que le niega y, por otro lado, el colonizador o el colono, quien apuntala al régimen basado en la explotación del colonizado. Más allá, el colonizador también fabrica al colonizado bajo el despliegue represivo de su fuerza policial. Se impone así una cohabitación entre el colono y el colonizado como si fuese el resultado de un orden íntimo y natural inescapable. El colono controla así cuerpos y mentes de los colonizados. Y, sentencia Fanon, que para desmantelar toda esta construcción histórica malévola, hay que atreverse a “cambiar el orden del mundo”, es decir, desordenar lo establecido mediante una lucha sin cuartel contra todas sus manifestaciones.
En el actual contexto mundial de la subsunción de la vida toda bajo los predicados salvajes del capital, toda lucha contra ese mundo maniqueo de colonos y colonizados, burgueses y proletarios, ricos y pobres, aún desde un contexto colonial, se ve forzada a confrontar su carácter sistémico. Así ocurre por ejemplo con la rebelión que hace más de un mes se libra en las islas antillanas y latinoamericanas de Guadalupe y Martinica. Allí el colono es también el dueño del capital y, en medio de la actual crisis del capitalismo, es también el mayor responsable de las penurias que su régimen salvaje de expoliación le inflige a una mayoría de la humanidad.
Lo que a primera vista puede parecer una mera huelga a favor de mejoras salariales y la reducción en los precios de los productos básicos, constituye hoy una cada vez más imponente realidad definido por su carácter estructural y permeado por los vestigios de la esclavitud colonial combinado con las realidades de la esclavitud asalariada propia del capitalismo. De ahí que la primera respuesta de Francia fue el envío de aproximadamente unos dos mil efectivos de gendarmería móvil, una fuerza policial especializada en el control de protestas y el mantenimiento del orden público. Con ello pretende aplastar las consecuencias, aunque no las causas, del presente conflicto social y racial.
“Cada vez que protestamos, el estado francés se pone de parte de los empresarios y el único resultado es que envían sus fuerzas contra nosotros. Parece que somos una colonia”, denunció un manifestante. Otro le exige al gobierno francés que “debe abolir totalmente todos los restos de neocolonialismo y vestigios de esclavitud en las regiones de ultramar”.
Colonizadas por Francia desde el siglo XVII y anexadas a ésta como “departamentos de ultramar” a mediados del siglo XX, ambas islas son ejemplos de la persistencia de un marco colonial real que contrasta con el marco de alegada igualdad que formalmente se le reconoce. Cuando el actual presidente francés Nicolás Sarkozy ocupaba en el 2005 la cartera de Ministro del Interior, abogó por un proyecto de ley que requería que los libros escolares le reconociesen un “papel positivo” al colonialismo francés. En días pasados, confrontado con la virulencia de las protestas en Guadalupe y Martinica, se vio forzado a reconocer el peso histórico de las heridas dejadas por ese mismo colonialismo: “Yo sé que ustedes tienen un sentimiento de injusticia, dadas las desigualdades y la discriminación”, expresó Sarkozy. “¿Cómo podemos justificar monopolios, ganancias excesivas y, por qué no decirlo, formas de explotación que no deberían tener lugar en el siglo XXI?”
La rebelión actual es el reflejo de un resentimiento largamente contenido de la inmensa mayoría de los pueblos de Guadalupe y Martinica que se sienten lo que efectivamente son para Francia: ciudadanos de segunda clase. Viven a merced de una economía centrada en el turismo, unas pronunciadas desigualdades internas y una precariedad social aquejada por una dependencia extrema en importaciones de sus alimentos y prácticamente todo lo que se consume. El costo de la vida es cinco veces el de la metrópoli. El desempleo en Guadalupe es de 23 por ciento, comparado con 8 por ciento en Francia. Los niveles de pobreza doblan los existentes en Francia. Aún los que emigran de las islas a metrópoli en busca de un mejor futuro, se ven discriminados en lo económico, lo social y lo político, como expresión de esa fractura colonial-capitalista del mundo bajo el cual se han visto compelidos a vivir.
De ahí que el grupo de organizaciones que lidera la rebelión se llama justamente “Colectivo contra la explotación” (Liannak en creole o LKP, por sus siglas en dicho idioma). Su ira la dirigen en lo inmediato contra una exigua minoría social, de origen blanco, integrada por los descendientes de los colonizadores y esclavistas, la cual controla la economía. Es esta burguesía intermediaria, conocida como beké, que asciende aproximadamente al uno por ciento de la población, la dueña de las empresas que se lucran escandalosamente de los altos precios que se le han impuesto a los productos básicos, la mayoría de los cuales son importados desde Francia.
“Ellos tienen el dinero, tienen el poder, tienen Guadalupe", indicó Lollia Naily, una de las huelguistas en Guadalupe. Y abundó: “Éste no es un asunto racial. Es un asunto de dinero, un asunto de poder”.
Ante la frustración generalizada por las posturas escurridizas del Estado francés y la patronal, dominada por los bekés, en el proceso de negociaciones con los sindicatos, dice Patrice Tacita, representante del Colectivo contra la Explotación: “Si no quieren hablar, llevaremos la presión popular a las calles y haremos que compartan su fortuna con la gente de Guadalupe”. “Hace 40 días que estamos en movimiento. El LKP no se detendrá”, advierte Elie Demota, otro representante del Colectivo.
“Martinica es nuestra, no de ellos”, es el cántico que entonan por su parte los huelguistas en rechazo a los bekés en dicha isla.
Un Manifiesto de Intelectuales Antillanos, aprobado en el marco del actual conflicto, reivindica la legitimidad de los reclamos populares para que se ponga fin al régimen de explotación colonial-capitalista: “Ninguna de nuestras reivindicaciones es ilegítima. Ninguna es en sí misma irracional y sobre todo no más desmesurada que los engranajes del sistema que enfrenta”. Puntualiza que la fuerza del actual movimiento rebelde está en “haber sabido organizar sobre una misma base lo que hasta entonces se hallaba disperso”. Se trata, insiste el Manifiesto, “en unir, reunir y relevar todo lo que era insolidario”. El movimiento “se basa en que el verdadero sufrimiento de las mayorías (enfrentado a concentraciones económicas, ententes y ganancias delirantes) se junta con aspiraciones difusas, aún inexpresadas pero muy reales, entre los jóvenes, las personas mayores, olvidados, invisibles y otros sufrimientos indescifrables de nuestras sociedades”.
“Este movimiento –continúa el Manifiesto de los Intelectuales Antillanos- debe florecer en una visión política, que debería abrirse a una fuerza política renovadora y con proyecciones que nos permitan acceder a nuestras propias responsabilidades a través de nosotros mismos y a nuestro propio poder sobre nosotros mismos.” Concluye con una invitación a emprender el fin de los arcaísmos coloniales, la dependencia y el asistencialismo a partir de la construcción de un nuevo mundo “poscapitalista” en el que la vida no se reduzca a “la administración de inadmisibles miserias ni a la regulación de las salvajadas del mercado”.
Han sabido interpretar verdaderamente los signos de los tiempos, con sus crisis globales, sus resistencias comunes cada día más generalizadas y sus búsquedas afanosas de destinos nuevos más allá del actual orden civilizatorio capitalista.
En el actual contexto mundial de la subsunción de la vida toda bajo los predicados salvajes del capital, toda lucha contra ese mundo maniqueo de colonos y colonizados, burgueses y proletarios, ricos y pobres, aún desde un contexto colonial, se ve forzada a confrontar su carácter sistémico. Así ocurre por ejemplo con la rebelión que hace más de un mes se libra en las islas antillanas y latinoamericanas de Guadalupe y Martinica. Allí el colono es también el dueño del capital y, en medio de la actual crisis del capitalismo, es también el mayor responsable de las penurias que su régimen salvaje de expoliación le inflige a una mayoría de la humanidad.
Lo que a primera vista puede parecer una mera huelga a favor de mejoras salariales y la reducción en los precios de los productos básicos, constituye hoy una cada vez más imponente realidad definido por su carácter estructural y permeado por los vestigios de la esclavitud colonial combinado con las realidades de la esclavitud asalariada propia del capitalismo. De ahí que la primera respuesta de Francia fue el envío de aproximadamente unos dos mil efectivos de gendarmería móvil, una fuerza policial especializada en el control de protestas y el mantenimiento del orden público. Con ello pretende aplastar las consecuencias, aunque no las causas, del presente conflicto social y racial.
“Cada vez que protestamos, el estado francés se pone de parte de los empresarios y el único resultado es que envían sus fuerzas contra nosotros. Parece que somos una colonia”, denunció un manifestante. Otro le exige al gobierno francés que “debe abolir totalmente todos los restos de neocolonialismo y vestigios de esclavitud en las regiones de ultramar”.
Colonizadas por Francia desde el siglo XVII y anexadas a ésta como “departamentos de ultramar” a mediados del siglo XX, ambas islas son ejemplos de la persistencia de un marco colonial real que contrasta con el marco de alegada igualdad que formalmente se le reconoce. Cuando el actual presidente francés Nicolás Sarkozy ocupaba en el 2005 la cartera de Ministro del Interior, abogó por un proyecto de ley que requería que los libros escolares le reconociesen un “papel positivo” al colonialismo francés. En días pasados, confrontado con la virulencia de las protestas en Guadalupe y Martinica, se vio forzado a reconocer el peso histórico de las heridas dejadas por ese mismo colonialismo: “Yo sé que ustedes tienen un sentimiento de injusticia, dadas las desigualdades y la discriminación”, expresó Sarkozy. “¿Cómo podemos justificar monopolios, ganancias excesivas y, por qué no decirlo, formas de explotación que no deberían tener lugar en el siglo XXI?”
La rebelión actual es el reflejo de un resentimiento largamente contenido de la inmensa mayoría de los pueblos de Guadalupe y Martinica que se sienten lo que efectivamente son para Francia: ciudadanos de segunda clase. Viven a merced de una economía centrada en el turismo, unas pronunciadas desigualdades internas y una precariedad social aquejada por una dependencia extrema en importaciones de sus alimentos y prácticamente todo lo que se consume. El costo de la vida es cinco veces el de la metrópoli. El desempleo en Guadalupe es de 23 por ciento, comparado con 8 por ciento en Francia. Los niveles de pobreza doblan los existentes en Francia. Aún los que emigran de las islas a metrópoli en busca de un mejor futuro, se ven discriminados en lo económico, lo social y lo político, como expresión de esa fractura colonial-capitalista del mundo bajo el cual se han visto compelidos a vivir.
De ahí que el grupo de organizaciones que lidera la rebelión se llama justamente “Colectivo contra la explotación” (Liannak en creole o LKP, por sus siglas en dicho idioma). Su ira la dirigen en lo inmediato contra una exigua minoría social, de origen blanco, integrada por los descendientes de los colonizadores y esclavistas, la cual controla la economía. Es esta burguesía intermediaria, conocida como beké, que asciende aproximadamente al uno por ciento de la población, la dueña de las empresas que se lucran escandalosamente de los altos precios que se le han impuesto a los productos básicos, la mayoría de los cuales son importados desde Francia.
“Ellos tienen el dinero, tienen el poder, tienen Guadalupe", indicó Lollia Naily, una de las huelguistas en Guadalupe. Y abundó: “Éste no es un asunto racial. Es un asunto de dinero, un asunto de poder”.
Ante la frustración generalizada por las posturas escurridizas del Estado francés y la patronal, dominada por los bekés, en el proceso de negociaciones con los sindicatos, dice Patrice Tacita, representante del Colectivo contra la Explotación: “Si no quieren hablar, llevaremos la presión popular a las calles y haremos que compartan su fortuna con la gente de Guadalupe”. “Hace 40 días que estamos en movimiento. El LKP no se detendrá”, advierte Elie Demota, otro representante del Colectivo.
“Martinica es nuestra, no de ellos”, es el cántico que entonan por su parte los huelguistas en rechazo a los bekés en dicha isla.
Un Manifiesto de Intelectuales Antillanos, aprobado en el marco del actual conflicto, reivindica la legitimidad de los reclamos populares para que se ponga fin al régimen de explotación colonial-capitalista: “Ninguna de nuestras reivindicaciones es ilegítima. Ninguna es en sí misma irracional y sobre todo no más desmesurada que los engranajes del sistema que enfrenta”. Puntualiza que la fuerza del actual movimiento rebelde está en “haber sabido organizar sobre una misma base lo que hasta entonces se hallaba disperso”. Se trata, insiste el Manifiesto, “en unir, reunir y relevar todo lo que era insolidario”. El movimiento “se basa en que el verdadero sufrimiento de las mayorías (enfrentado a concentraciones económicas, ententes y ganancias delirantes) se junta con aspiraciones difusas, aún inexpresadas pero muy reales, entre los jóvenes, las personas mayores, olvidados, invisibles y otros sufrimientos indescifrables de nuestras sociedades”.
“Este movimiento –continúa el Manifiesto de los Intelectuales Antillanos- debe florecer en una visión política, que debería abrirse a una fuerza política renovadora y con proyecciones que nos permitan acceder a nuestras propias responsabilidades a través de nosotros mismos y a nuestro propio poder sobre nosotros mismos.” Concluye con una invitación a emprender el fin de los arcaísmos coloniales, la dependencia y el asistencialismo a partir de la construcción de un nuevo mundo “poscapitalista” en el que la vida no se reduzca a “la administración de inadmisibles miserias ni a la regulación de las salvajadas del mercado”.
Han sabido interpretar verdaderamente los signos de los tiempos, con sus crisis globales, sus resistencias comunes cada día más generalizadas y sus búsquedas afanosas de destinos nuevos más allá del actual orden civilizatorio capitalista.
- Carlos Rivera Lugo es Catedrático de Filosofía y Teoría del Derecho y del Estado en la Facultad de Derecho Eugenio María de Hostos, en Mayagüez, Puerto Rico. Además, es miembro de la Junta de Directores y colaborador permanente del semanario puertorriqueño “Claridad”.
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