Nuestra América se encuentra ante una oportunidad histórica y es preciso insistir en ello. Hoy, el pulso político en las relaciones entre el Norte y el Sur lo están marcando las sucesivas victorias, populares y democráticas, de los movimientos sociales y los gobiernos progresistas.
Andrés Mora Ramírez / AUNA-Costa Rica
(Fotografía: manifestaciones populares durante la IV Cumbre de las Américas 2005)
La V Cumbre de las Américas, cónclave de la Organización de Estados Americanos (OEA) que se celebrará en el mes de abril en Puerto España, Trinidad y Tobago, se anuncia desde ya como un evento de gran interés hemisférico. No solo por tratarse de la presentación en sociedad del presidente Barack Obama ante sus homólogos latinoamericanos, ni por la enorme comitiva que lo acompañará -1000 personas, 800 más que al presidente Hugo Chávez-, sino por las inéditas condiciones políticas e históricas que configuran el contexto de esta cita: entre ellas, la crisis de la hegemonía estadounidense en la región, el debilitamiento de los viejos aliados de la era Bush y el nacimiento de un nuevo consenso nuestroamericano.
Crisis de hegemonía. Barack Obama no es G.W. Bush, ciertamente, pero las tendencias imperialistas de los Estados Unidos en su relación con América Latina, a lo largo de más de dos siglos, son incuestionables, más allá de quién ocupe la Casa Blanca.
Esto hace aún más relevante el hecho de que ahora, por primera vez en casi 50 años, la potencia del norte acuda a la Cumbre de Puerto España en medio de una crisis de hegemonía sin precedentes y que, en el caso que nos ocupa, se manifiesta en el contundente debilitamiento del consenso pro-imperialista, reaccionario y neoliberal que ha caracterizado a la OEA (recuérdese que en este foro se engendró, a principios de la década de 1990, el proyecto neopanamericano de dominación: el Área de Libre Comercio de las América, ALCA).
Aunado a lo anterior, el desgaste de la legitimidad política e institucional de gobiernos aliados de Estados Unidos durante la era Bush, como los de Elías Antonio Saca -ya de salida- en El Salvador, Álvaro Uribe en Colombia y Allan García en Perú, redujo el margen de maniobra de Washington en la región. De ahí que los conductores de la política exterior estadounidense recurran, por estos días, a medidas extremas del viejo repertorio de prácticas desestabilizadoras, como ocurre en los países de la compleja región andina; o bien, que lancen la carta de la militarización de la frontera y la inminente intervención estadounidense en México, al amparo de la Iniciativa Mérida, como solución al Estado fallido del “prianismo” gobernante y los riesgos que esto supone para los negocios del TLCAN.
Esta crisis de hegemonía de los Estados Unidos se hizo más evidente en la última Cumbre de las Américas, celebrada en Mar del Plata, Argentina, en 2005, cuando el ALCA fue derrotado por los pueblos latinoamericanos y la férrea oposición de tres gobiernos: Argentina, Brasil y Venezuela (los dos primeros por razones distintas a las de la Revolución Bolivariana).
Así lo reconoció la analista Cynthia McClintock, profesora de la Universidad George Washington y miembro del Consejo de Directores del Centro de Política Internacional, quien hace unas semanas declaró ante un subcomité del Congreso estadounidense lo siguiente: “Particularmente indicativo de la erosión de la influencia de Estados Unidos fue el contraste entre la Reunión de Las Américas en 1994, cuando 34 países del hemisferio firmaron un tratado, el tratado del Área de Libre Comercio de Las Américas, y la reunión del 2005, cuando Brasil y otras naciones latinoamericanas pidieron a EE.UU. terminar con los subsidios para la agricultura antes de proseguir con las conversaciones de tratados de libre comercio”.[i]
Esto hace aún más relevante el hecho de que ahora, por primera vez en casi 50 años, la potencia del norte acuda a la Cumbre de Puerto España en medio de una crisis de hegemonía sin precedentes y que, en el caso que nos ocupa, se manifiesta en el contundente debilitamiento del consenso pro-imperialista, reaccionario y neoliberal que ha caracterizado a la OEA (recuérdese que en este foro se engendró, a principios de la década de 1990, el proyecto neopanamericano de dominación: el Área de Libre Comercio de las América, ALCA).
Aunado a lo anterior, el desgaste de la legitimidad política e institucional de gobiernos aliados de Estados Unidos durante la era Bush, como los de Elías Antonio Saca -ya de salida- en El Salvador, Álvaro Uribe en Colombia y Allan García en Perú, redujo el margen de maniobra de Washington en la región. De ahí que los conductores de la política exterior estadounidense recurran, por estos días, a medidas extremas del viejo repertorio de prácticas desestabilizadoras, como ocurre en los países de la compleja región andina; o bien, que lancen la carta de la militarización de la frontera y la inminente intervención estadounidense en México, al amparo de la Iniciativa Mérida, como solución al Estado fallido del “prianismo” gobernante y los riesgos que esto supone para los negocios del TLCAN.
Esta crisis de hegemonía de los Estados Unidos se hizo más evidente en la última Cumbre de las Américas, celebrada en Mar del Plata, Argentina, en 2005, cuando el ALCA fue derrotado por los pueblos latinoamericanos y la férrea oposición de tres gobiernos: Argentina, Brasil y Venezuela (los dos primeros por razones distintas a las de la Revolución Bolivariana).
Así lo reconoció la analista Cynthia McClintock, profesora de la Universidad George Washington y miembro del Consejo de Directores del Centro de Política Internacional, quien hace unas semanas declaró ante un subcomité del Congreso estadounidense lo siguiente: “Particularmente indicativo de la erosión de la influencia de Estados Unidos fue el contraste entre la Reunión de Las Américas en 1994, cuando 34 países del hemisferio firmaron un tratado, el tratado del Área de Libre Comercio de Las Américas, y la reunión del 2005, cuando Brasil y otras naciones latinoamericanas pidieron a EE.UU. terminar con los subsidios para la agricultura antes de proseguir con las conversaciones de tratados de libre comercio”.[i]
El consenso nuestroamericano. En Mar del Plata, el presidente Chávez, en su encuentro con los movimientos sociales en la Cumbre de los Pueblos, anunció el nacimiento de un tiempo nuevo para América Latina. No se equivocó.
El desenlace de la IV Cumbre de las Américas anticipó lo que, a partir de entonces, han venido consolidando los procesos electorales: la reconfiguración de las fuerzas progresistas latinoamericanas, el fortalecimiento del bloque suramericano, el ascenso de nuevos liderazgos políticos de centro-izquierda y nacional-populares, y un cuestionamiento abierto del dominio de los Estados Unidos en nuestra América.
Así, en la contracara de la crisis de hegemonía estadounidense, encontramos la emergencia de un nuevo consenso que podríamos denominar nuestroamericano (retomo aquí el concepto del Dr. Luis Suárez), por sus fuentes de inspiración históricas, políticas y culturales. Desde este consenso, la corriente progresista y nacional-popular latinoamericana reclama, promueve y construye otro orden internacional para las relaciones entre los pueblos y los Estados. Así lo demostró el Grupo de Río en su última reunión (Salvador de Bahía, diciembre de 2008), cuando aprobó por unanimidad la incorporación de Cuba como miembro pleno.
Precisamente Cuba, gran ausente de la Cumbre de Puerto España, podría convertirse en protagonista de los debates y las tensiones entre los participantes. Nicaragua y Venezuela anunciaron que presentarán, formalmente, una iniciativa para el levantamiento de las sanciones impuestas por la OEA al gobierno Revolucionario, en la ya lejana Cumbre de Punta del Este de 1962.
Los exitosos resultados de la ofensiva diplomática desplegada por Cuba en los últimos años, que permitieron el restablecimiento de relaciones con todos los países de la región (con Costa Rica la semana anterior, y en los próximos meses con El Salvador), expresan un cambio en la correlación de fuerzas en el continente y envían un mensaje que el gobierno estadounidense no puede ignorar más.
El desenlace de la IV Cumbre de las Américas anticipó lo que, a partir de entonces, han venido consolidando los procesos electorales: la reconfiguración de las fuerzas progresistas latinoamericanas, el fortalecimiento del bloque suramericano, el ascenso de nuevos liderazgos políticos de centro-izquierda y nacional-populares, y un cuestionamiento abierto del dominio de los Estados Unidos en nuestra América.
Así, en la contracara de la crisis de hegemonía estadounidense, encontramos la emergencia de un nuevo consenso que podríamos denominar nuestroamericano (retomo aquí el concepto del Dr. Luis Suárez), por sus fuentes de inspiración históricas, políticas y culturales. Desde este consenso, la corriente progresista y nacional-popular latinoamericana reclama, promueve y construye otro orden internacional para las relaciones entre los pueblos y los Estados. Así lo demostró el Grupo de Río en su última reunión (Salvador de Bahía, diciembre de 2008), cuando aprobó por unanimidad la incorporación de Cuba como miembro pleno.
Precisamente Cuba, gran ausente de la Cumbre de Puerto España, podría convertirse en protagonista de los debates y las tensiones entre los participantes. Nicaragua y Venezuela anunciaron que presentarán, formalmente, una iniciativa para el levantamiento de las sanciones impuestas por la OEA al gobierno Revolucionario, en la ya lejana Cumbre de Punta del Este de 1962.
Los exitosos resultados de la ofensiva diplomática desplegada por Cuba en los últimos años, que permitieron el restablecimiento de relaciones con todos los países de la región (con Costa Rica la semana anterior, y en los próximos meses con El Salvador), expresan un cambio en la correlación de fuerzas en el continente y envían un mensaje que el gobierno estadounidense no puede ignorar más.
Golpe de timón continental. Los resultados de la V Cumbre de las Américas en Puerto España, tanto en sus acuerdos como en sus posposiciones, podrían definir el futuro de la OEA, especialmente ahora que, desde el sur del continente, se avanza en la conformación de una Organización de Estados Latinoamericanos (cuyo primer paso fue la reciente creación del Consejo de Defensa de la UNASUR), que cortaría definitivamente los lazos de América Latina con ese ente que Raúl Roa, el canciller de la dignidad cubana, definió en su momento como el ministerio de colonias de los Estados Unidos.
En las actuales condiciones de la región, la timorata actuación de la OEA frente al conflicto Colombia-Ecuador (marzo de 2008) o el genocidio de campesinos e indígenas en Pando, Bolivia (setiembre de 2008), ratificó su obsolescencia como espacio de solución de conflictos y diálogo interamericano.
En cuanto a Estados Unidos, vale citar aquí, nuevamente, las palabras de la profesora McClintock: en Puerto España, “el presidente Obama va a tener una excelente oportunidad de establecer un nuevo tono con los líderes de Latinoamérica (…). Primero y principalmente, el presidente debería escuchar (…). Con un nuevo tono de respeto y unas nuevas e inteligentes políticas hacia Cuba, control de drogas, e inmigración, la administración Obama debe encontrar en los países latinoamericanos mucho más interés en cooperar en otros importantes pero muy complejos temas, tales como integración económica y reducción de la pobreza y también la cuestión energética y cambio climático”. [ii]
Nuestra América se encuentra ante una oportunidad histórica y es preciso insistir en ello. Hoy, el pulso político en las relaciones entre el Norte y el Sur lo están marcando las sucesivas victorias, populares y democráticas, de los movimientos sociales y los gobiernos progresistas.
En este escenario, Washington aparece como un interlocutor que no descifra aún las nuevas claves sociopolíticas y culturales de la región, y que intenta extender una mano sin desterrar aún el gesto fiero de su rostro imperial. Por eso Obama busca mediadores, como el presidente Lula, que hablen la lengua de los sublevados: si cabe el símil shakesperiano, diríamos que Obama (o la élite gobernante) hace las veces de un Próspero que contempla, asombrado y sin respuestas, el levantamiento calibánico –en el mejor y más emancipatorio sentido de la expresión- de los pueblos latinoamericanos.
El consenso nuestroamericano (que no es solo de los gobiernos, sino y sobre todo de los pueblos y los movimientos sociales) debe estar a la altura de las circunstancias, tomar la iniciativa e impulsar, con todo vigor, durante y después de la Cumbre, un golpe de timón en las relaciones hemisféricas y en el rumbo de nuestros países. Un cambio que haga posible el paso del capitalismo salvaje y el neoliberalismo desintegrador, a la construcción de alternativas incluyentes, que garanticen la reproducción y sostenibilidad de la vida de los seres humanos y la naturaleza.
En las actuales condiciones de la región, la timorata actuación de la OEA frente al conflicto Colombia-Ecuador (marzo de 2008) o el genocidio de campesinos e indígenas en Pando, Bolivia (setiembre de 2008), ratificó su obsolescencia como espacio de solución de conflictos y diálogo interamericano.
En cuanto a Estados Unidos, vale citar aquí, nuevamente, las palabras de la profesora McClintock: en Puerto España, “el presidente Obama va a tener una excelente oportunidad de establecer un nuevo tono con los líderes de Latinoamérica (…). Primero y principalmente, el presidente debería escuchar (…). Con un nuevo tono de respeto y unas nuevas e inteligentes políticas hacia Cuba, control de drogas, e inmigración, la administración Obama debe encontrar en los países latinoamericanos mucho más interés en cooperar en otros importantes pero muy complejos temas, tales como integración económica y reducción de la pobreza y también la cuestión energética y cambio climático”. [ii]
Nuestra América se encuentra ante una oportunidad histórica y es preciso insistir en ello. Hoy, el pulso político en las relaciones entre el Norte y el Sur lo están marcando las sucesivas victorias, populares y democráticas, de los movimientos sociales y los gobiernos progresistas.
En este escenario, Washington aparece como un interlocutor que no descifra aún las nuevas claves sociopolíticas y culturales de la región, y que intenta extender una mano sin desterrar aún el gesto fiero de su rostro imperial. Por eso Obama busca mediadores, como el presidente Lula, que hablen la lengua de los sublevados: si cabe el símil shakesperiano, diríamos que Obama (o la élite gobernante) hace las veces de un Próspero que contempla, asombrado y sin respuestas, el levantamiento calibánico –en el mejor y más emancipatorio sentido de la expresión- de los pueblos latinoamericanos.
El consenso nuestroamericano (que no es solo de los gobiernos, sino y sobre todo de los pueblos y los movimientos sociales) debe estar a la altura de las circunstancias, tomar la iniciativa e impulsar, con todo vigor, durante y después de la Cumbre, un golpe de timón en las relaciones hemisféricas y en el rumbo de nuestros países. Un cambio que haga posible el paso del capitalismo salvaje y el neoliberalismo desintegrador, a la construcción de alternativas incluyentes, que garanticen la reproducción y sostenibilidad de la vida de los seres humanos y la naturaleza.
NOTAS:
[i] McClintock, Cynthia. “Políticas de los Estados Unidos para América Latina en 2009 y a futuro”. Texto presentado como testimonio ante el Comité de la Casa de Representantes sobre el tema de Asuntos Foráneos del Subcomité del Hemisferio Occidental. 4 de Febrero del 2009. Programa de las Américas. Disponible en: http://www.ircamericas.org/esp/5917
[ii] Ídem.
[i] McClintock, Cynthia. “Políticas de los Estados Unidos para América Latina en 2009 y a futuro”. Texto presentado como testimonio ante el Comité de la Casa de Representantes sobre el tema de Asuntos Foráneos del Subcomité del Hemisferio Occidental. 4 de Febrero del 2009. Programa de las Américas. Disponible en: http://www.ircamericas.org/esp/5917
[ii] Ídem.
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