Sí hay que votar al Frente Amplio (FA). Sí hay que leer el caudal humano extraordinario que se volcó a trabajar por este proyecto, escucharlo, respetarlo. Sí hay que leer lo que está en juego si vuelven los blancos y colorados antes que el FA haya logrado afianzarse como fuerza en el gobierno.
Entrar a la última etapa de las elecciones nacionales inmediatamente después del plebiscito por la anulación de la ley de impunidad impone un ejercicio de disciplina. Elementos a jerarquizar: el análisis del voto por la anulación de la ley de impunidad [el voto rosado] y los requerimientos de la última etapa de la campaña electoral.
He aquí que el problema no está en la dificultad de la tarea sino en una de sus paradojas. La conquista más importante del voto rosado, la incorporación entusiasta y creativa de miles de jóvenes a la acción política, no es del todo compatible con la disciplina que requiere tragar, callar y darle para adelante. Y aunque lo fuera, no se ha demostrado aún la ventaja de hacer política con los dientes apretados.
La incorporación de los jóvenes a la campaña por la anulación de la ley de caducidad (en adelante: por la anulación) logró muchas cosas. Logró, por ejemplo, que el tema saliera del campo de las víctimas y los crímenes del pasado para hacerse problemática del presente de todos. Ya no se trata de los directamente afectados por los crímenes amparados por la ley de impunidad sino de nuevas generaciones que no se mueven por recuerdos, fidelidades o culpas sino por una noción de justicia, por un principio de igualdad. Así, sin impunidad, es la sociedad en la que quieren vivir. Un paso que, sin reclamos de reconocimiento, logró darle a esa lucha un carácter irreversible, que no se acaba cuando mueran las víctimas y los victimarios. Desde ese ángulo, la campaña por la anulación fue victoriosa.
Desde un punto de vista íntimo, sensible, la incorporación de los más jóvenes a viejas causas otorga esa inefable felicidad de ver que el agujero entre las generaciones creado por la dictadura se rellena con una mezcla de emblemas, sentimientos y símbolos que le dan sentido a la genealogía.
Pero el aporte de las nuevas generaciones se destaca también en el plano más amplio de la política nacional: es la garantía de proyección para cualquier fuerza política que si no se renueva, se estanca. Involucrarse con entusiasmo es una forma nítida de expresar que vale la pena vivir en el país en el que se nació. Enorme cambio en un país que tiene tanta gente afuera como adentro. Las últimas manifestaciones multitudinarias, tanto en la campaña por la anulación como en la campaña general del Frente Amplio (FA), recuperaron la pasión y la imaginación que expresan la salud de una fuerza política.
Pero, en vísperas de la veda electoral, volaron algunos murciélagos. El Ejecutivo concedió la cadena de televisión a la Coordinadora por la Anulación de la Ley de Caducidad. No obstante el único canal que trasmitió el mensaje fue Televisión Nacional (TN). Luego, en diferido unos –y tan en diferido otro que transgredió la veda–, los canales de aire trasmitieron una segunda emisión de TN. En suma: no hubo cadena, a pesar de la decisión del gobierno. Los canales alegan que no recibieron el mensaje. El gobierno alega que el mensaje fue cursado por las vías habituales. La confusión afecta la autoridad del gobierno en relación con los medios de comunicación privados, y afecta también al grupo encargado de trasmitir el mensaje: Macarena Gelman, Mariana Zaffaroni, Victoria Julien, Valentina Cháves, Amaral García, Valentín Enseñat. Un grupo emblemático de jóvenes que merece más respeto.
El relato de Alicia en el país de las maravillas, el de la bandera gigante, las ocupaciones de la rambla, el de la gente vestida de rosado, se empezó a desdibujar. Y no vino la reina a pedir “que le corten la cabeza” a los responsables de la omisión.
Luego vino la noche del 25 donde las expectativas de todos se tensaban al máximo.
Los más veteranos, habituados a administrar la esperanza con cierta dosis de escepticismo, estaban preparados para los posibles resultados. Los más jóvenes, los que habían hecho de la campaña por la anulación de la ley su primera batalla política y cultural, no contaban con el mismo nivel de tolerancia. Y eso es bueno. Pero las falsas noticias que una y otra vez fueron comunicadas afectaron por igual a jóvenes y viejos. Que los votos eran suficientes para anular la ley de caducidad. Que no. Ninguna reina pidió que se cortara alguna cabeza.
A la hora de los festejos del domingo, en las calles de Montevideo se desarrolló una escena de locura ordinaria. El partido que obtuvo el 48 por ciento de los votos, más que la suma de sus opositores, estaba mustio; el que había obtenido un magro 28 por ciento festejaba el alargue o, dicho de otro modo, la postergación de su fracaso; y el que había obtenido el 17 por ciento festejaba más que nadie porque festejaba su regreso del país de los muertos. Los periodistas extranjeros, con los ojos cruzados, sólo atinaban a fundamentar sus notas en el realismo mágico.
Ahora viene la segunda vuelta. La militancia que no logró imponer el voto rosado de la dignidad nacional está ahora convocada a luchar contra el voto rosado de la alianza blanco colorada.
Se necesita la militancia de todos pero, si para algunos basta con la disciplina y el análisis, para otros hace falta la pasión, que las razones se acompasen con el corazón. Y el corazón está espinado. No es una paradoja: la campaña por la anulación fue victoriosa porque, como se dijo antes, recargó con presente y futuro una causa cargada de pasado. Porque incorporó a miles de jóvenes que la hicieron suya. Porque logró recuperar símbolos que son ya un patrimonio histórico, como Mariana Zaffaroni y Victoria Julien. Porque los angelitos de los que hablaba el Sabalero están aquí, y hablan el mismo lenguaje que habla su generación.
Y la campaña fue derrotada por unos votos que –y eso es lo peor– podrían haberse conseguido. Con más involucramiento de los candidatos del FA, con más disciplina en el voto. Porque todos vimos por televisión, a la hora del recuento de votos, sobres con listas coloradas o blancas que incluían papeletas rosadas y blancas. Y todos vimos también –y con mayor claridad los delegados– que había sobres con votos para el FA que no incluían las papeletas.
El tema merece un conversatorio sin concesiones. Pero aquí está la segunda vuelta, y están también los expertos en recoger heridos postulando que una derrota sea considerada la derrota total. Que no hay, en suma, que votar al FA.
Sí hay que votar al FA. Sí hay que leer el caudal humano extraordinario que se volcó a trabajar por este proyecto, escucharlo, respetarlo. Sí hay que leer lo que está en juego si vuelven los blancos y colorados antes que el FA haya logrado afianzarse como fuerza en el gobierno. El voto, aun en este país que lo considera sacrosanto, sigue siendo un voto, un préstamo de confianza. ¿Serán conscientes los futuros gobernantes de todo lo que se pierde si se pierde el entusiasmo y la confianza?
* Ho Chi Minh.
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