De aquella “unidad geográfica y ecológica indivisible, cuyos pueblos y naciones representan una extraordinaria diversidad cultural y étnica, con una lengua e historia común”, como definieron a Centroamérica los presidentes del SICA en la Declaración de Nicaragua de 1997 , solo queda la retórica unionista, un Istmo fracturado y partido en dos.
El pasado jueves 29 de octubre en Ciudad de Panamá, en el marco de la firma del Acuerdo de Asociación Costa Rica-Panamá, cuyos principales puntos de negociación giran en torno al comercio y la vigilancia y seguridad fronteriza, el presidente costarricense Oscar Arias declaró a la prensa que “este acuerdo con Panamá representa un CA2, es decir, un Centroamérica 2. Los dos países al sur del Istmo se unen” (La Nación, Costa Rica, 30-10-2009), lo que constituye, a su manera, la contraparte del CA4 conformado, desde hace algunos años, por Guatemala, Honduras, El Salvador y Nicaragua.
El acuerdo llega en momentos en que el presidente panameño, Ricardo Martinelli, nueva vedette de la derecha latinoamericana, lanza fuertes cuestionamientos al proceso y los mecanismos de la integración centroamericana (quiere ser parte de la negociación del Acuerdo de Asociación con la Unión Europea, pero sin adherirse al Sistema de Integración Centroamericana, SICA), al tiempo que aprovecha los distintos foros para fustigar la ola de gobiernos progresistas y nacional populares que han accedido al poder democráticamente en el continente, y a los que se ha propuesto detener durante su gestión.
Revelador de la naturaleza política de Martinelli es el hecho de que el suyo fue el único gobierno, en toda América Latina, que se declaró dispuesto a reconocer las elecciones en Honduras, cuando pretendían realizarse bajo la dictadura de Roberto Michelleti (La Prensa, Honduras, 20-09-009).
Así las cosas, una lectura posible de la entente Arias-Martinelli es la que señala el fortalecimiento del eje Bogotá-Panamá-San José, dentro de la geoestrategia de EE.UU. para el área mesoamericana (ver: La tenaza que se cierra).
Otra vía de interpretación, y que nos interesa destacar en estas líneas, es la que pone énfasis en cómo nuestra región parece marchar, inexorablemente, hacia a su fractura política y socioeconómica.
Precisamente, desde hace ya algún tiempo las investigaciones sobre el desarrollo social, político y económico de Centroamérica, así como de su proceso de integración, hacen hincapié en señalar el fenómeno de la fractura regional, es decir, la conformación de dos bloques de países, con características más o menos similares, y que seguirían caminos bien diferenciados en el futuro inmediato: por un lado, el del CA4, y por el otro, el del recién bautizado CA2.
El Informe Estado de la Región del 2008, por ejemplo, ensayó varios ejercicios prospectivos sobre los posibles escenarios de Centroamérica para el año 2020, tomando como punto de partida las condiciones existentes en 2008 (que difícilmente cambiarán en el corto plazo), y sus resultados no son alentadores.
De no cambiar las tendencias actuales del desarrollo centroamericano, la situación del CA4 se caracterizará por una profundización de la apertura económica basada en la agroexportación y la maquila, pero sin conexión entre el crecimiento económico y el progreso social; los Estados verán agravada su debilidad institucional –ya de por sí precaria- y persistirá una alta desigualdad en la distribución de la riqueza; y relacionado con esto, la “exportación de personas” (migraciones por motivos económicos) y las remesas mantendrán su protagonismo en el sistema económico.
Para el CA2, en cambio, las perspectivas lucen un tanto más positivas, en la medida en que Costa Rica y Panamá consoliden su modelo de desarrollo “diferenciado” del resto de Centroamérica -aunque igualmente dependiente de los centros metropolitanos-, a saber, el neo-enclave tecnológico, turístico y financiero. Si bien esto ampliará la desconexión entre el sector externo de la economía (el que se orienta “hacia afuera”) y el resto de los sectores productivos, los resultados económicos y sociales serían aceptables y se observarían avances relativos en el desarrollo humano; empero, esto no eximiría a los dos países de experimentar al fenómeno de la formación de “bolsones” de pobreza urbanos.
Lo que el Informe describe, y de alguna manera lo refleja su metodología de análisis por bloques de países, no es otra cosa sino el escenario de la renuncia total a la idea política, económica y cultural histórica de la integración centroamericana, un destino hacia el cual hoy, desgraciadamente, los grupos hegemónicos empresariales, financieros y políticos dan pasos agigantados.
De aquella “unidad geográfica y ecológica indivisible, cuyos pueblos y naciones representan una extraordinaria diversidad cultural y étnica, con una lengua e historia común”, como definieron a Centroamérica los presidentes del SICA en la Declaración de Nicaragua de 1997, solo queda la retórica unionista, un Istmo fracturado y partido en dos, mientras el 46,5% de su población vive en condición de pobreza (este dato corresponde al 2006, y por lo tanto no contabiliza aún los efectos de la actual crisis económica global).
Pero nada de esto parece importarle a las élites que realmente tienen el poder en nuestros países, encandiladas como están por las promesas de prosperidad del libre comercio panamericano y de la globalización de los mercados (esto es lo que nos confirmó el golpismo de nuevo cuño ensayado y ejecutado "preventivamente" en Honduras); ni tampoco le interesa a sus aliados transnacionales, quienes han cosechado de nuestras divisiones, desconfianzas y desarrollos desiguales, para favorecer sus entramados de negocios.
Para estos grupos, minoritarios pero poderosos, en Centroamérica 4 + 2 nunca sumarán 6.
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