sábado, 16 de junio de 2018

México, este arroz ya se coció

Estamos viendo un hartazgo social que ha capitalizado Andrés Manuel López Obrador porque a lo largo de los últimos 18 años ha sido necio (como él mismo se autocalifica) en señalar las injusticias y corrupciones que hemos vivido en México  durante las décadas de la hegemonía neoliberal.

Carlos Figueroa Ibarra / Especial para Con Nuestra América
Desde Puebla, México

Esta es la frase que Andrés Manuel López Obrador ha repetido en campaña cuando todas las encuestas le dan entre 15 y 20% de ventaja en las preferencias electorales. A diferencia de 2006 cuando a estas fechas, encuestas discutibles declaraban un empate técnico entre AMLO y Felipe Calderón (era la antesala del fraude electoral); a diferencia de 2012 cuando las mismas encuestadoras  ponían a Enrique Peña Nieto muy por encima de Andrés Manuel (operación de guerra psicológica que los resultados no confirmaron), en  2018 las encuestadoras ya no pueden “cucharear” (maquillar sus resultados) porque el puntero es puntero debido a un fenómeno social  que va más a allá de una coyuntura electoral.

Estamos viendo un hartazgo social que ha capitalizado Andrés Manuel porque a lo largo de los últimos 18 años ha sido necio (como él mismo se autocalifica) en señalar las injusticias y corrupciones que hemos vivido en México  durante las décadas de la hegemonía neoliberal. Escribo estas líneas al día siguiente del tercer debate presidencial, celebrado en Mérida, Yucatán. Nada extraordinario ha sucedido en el mismo. Hemos visto a un López Obrador, experto en esquivar golpes con la más mala intención; a un José Antonio Meade que expone sus argumentos con la precisión de un tecnócrata pero que no logra encender el ánimo con su oratoria. Lo novedoso para mí, ha sido ver que Ricardo Anaya, “el niño maravilla”, de quien se esperaba iba hacer añicos a AMLO con su encendida oratoria, ha aparecido como un candidato desesperado y exasperado. Hace unas semanas,  sus estrategas esperaban que haciendo un brillante desempeño en los tres debates presidenciales, ganaría 4 puntos en cada uno de ellos y se acercaría al empate técnico con el candidato puntero. Nada de esto sucedió. El ambicioso joven político se ha visto mermado por la guerra sucia por el segundo lugar que se le vino desde la campaña de Meade. El escándalo del lavado de dinero en la compra y venta de unas bodegas industriales, lo ha perseguido a lo  largo de toda la campaña. La última sucedió un día antes del tercer debate: Ernesto Cordero, presidente del Senado y supuesto correligionario de Anaya, ha presentado una demanda contra éste por presunto lavado de dinero ante la Procuraduría General de la República. Un dardo envenenado, un puntillazo final, puesto precisamente un día antes del tercer debate presidencial.

La campaña de Anaya, quien buscaba ser tan competitivo como para poder convencer al PRI de activar al PRIAN (alianza neoliberal contra AMLO) como sucedió en 2006 y 2012, ha fracasado en su objetivo. El otrora prometedor y juvenil candidato, mostró en el debate los estragos que le han ocasionado estos meses de fallida campaña, de mitines desangelados, de desmoralización entre sus más cercanos seguidores y colaboradores, de ambiente de derrota. El 2 de julio,  Ricardo Anaya se enfrentará derrotado a todos los enemigos que ha hecho dentro de su propio partido. Y créanme ustedes,  le pasarán la factura.

¿Este arroz ya se coció? Parece que sí, pero cuidado con el triunfalismo.

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