sábado, 7 de julio de 2018

México y López Obrador: un triunfo histórico

Con una votación histórica e inobjetable, y con mayoría en las dos cámaras –Senado y Congreso-, el nuevo gobierno enfrentará el desafío de levantar al país de una de sus más graves crisis, y particularmente, de poner en marcha la reconstrucción del proyecto nacional, la cuarta transformación de México.

Andrés Mora Ramírez / AUNA-Costa Rica

El triunfo arrasador de Andrés Manuel López Obrador (AMLO) en las elecciones presidenciales del pasado 1 de julio, en las que obtuvo más el 53% de los votos, más del doble de los consignados por el segundo lugar, deja pocas dudas sobre la voluntad del pueblo mexicano de emprender un cambio de rumbo, ahora por caminos distintos a los del proyecto neoliberal instaurado desde la década de 1990, y cuyos antecedentes se remontan a las crisis de 1976 y 1982, y a las falsas soluciones implementadas por los gobiernos del PRI que acabaron por someter el país a los dictados de los organismos financieros internacionales.

Ese proyecto tuvo su hito culminante en el Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN), tanto desde la perspectiva de las élites que vieron en al acuerdo comercial la tan anhelada puerta de ingreso al llamado primer mundo, como desde la perspectiva de los grupos y sectores históricamente oprimidos, que entendieron que aquella alianza de empresarios representaba un punto de inflexión en las formas de lucha y resistencia contra el nuevo giro civilizatorio del capitalismo neoliberal. La emergencia del Ejército Zapatista de Liberación Nacional en las montañas de Chiapas, el 1 de enero de 1994, el mismo día de la firma del TLCAN, resultó emblemático del nuevo momento histórico que se abría.

En aquel contexto, apareció hacia finales de los años ochenta un libro fundamental para la comprensión del devenir social, cultural y político del hermano país del norte: México profundo. Una civilización negada, de Guillermo Bonfil Batalla[1]. En su obra, el antropólogo analizaba el devenir del México imaginario, forjado a partir de la negación sistemática de las culturas originarias y de la subordinación de los sectores populares, y que tomaba como referente a las civilizaciones extranjeras. Desde la crítica a ese modelo,  el autor exhortaba sobre la necesidad de “redefinir y echar a andar un nuevo proyecto nacional”, basado en “los procesos históricos y de civilización que están vigentes aquí y que son resultado de una historia profunda”. Bonfil Batalla pensaba que “no es la acumulación de dificultades lo que nos agobia. Lo que nos inmoviliza hoy es el desvanecimiento de un proyecto y la incapacidad para formular otro que no reincida en sus viejas trampas”. Frente a esa realidad, explicaba, la alternativa consistía en “proponernos construir una nación plural”, desde la que fuera posible “querer ser lo que realmente somos y podemos ser: un país que persigue sus propios objetivos, que tiene  sus metas propias derivadas de su historia profunda”.

Tuvieron que transcurrir casi cuatro décadas de dolorosas experiencias políticas, del saqueo indiscriminado de las riquezas energéticas –ofrecidas sin reparo al mejor postor-, de decadencia de sus instituciones republicanas, de penetración del narcotráfico y el crimen organizado en su sistema democrático, de entrega de su política exterior soberana y latinoamericanista a los intereses del imperio; y en definitiva, de la instauración, a sangre y fuego, de una cultura de la violencia que afecta a ricos y pobres, para que la sociedad mexicana optara finalmente por la posibilidad de construir un proyecto nacional alternativo, de regeneración nacional en su más amplio sentido, como lo propuso AMLO en los numerosos recorridos que realizó por todo el territorio mexicano en los últimos años.

En su breve pero emocionante discurso de la victoria, la noche del domingo, el presidente electo perfiló las principales líneas de acción de su gobierno para el próximo sexenio: profundización de la democracia y respeto a todos los derechos consagrados en el ordenamiento constitucional; atención preferencial “a los más humildes y olvidados; en especial, a los pueblos indígenas”; lucha frontal contra la corrupción, resguardo de la hacienda pública y revisión de los contratos y concesiones de recursos energéticos realizados por los últimos gobiernos; en materia económica, aumento de la inversión pública y fortalecimiento del mercado interno para “producir en el país lo que consumimos y que el mexicano pueda trabajar y ser feliz donde nació, donde están sus familiares, sus costumbres, sus culturas”; cambio en el enfoque de combate a la violencia, para atender sus causas: la desigualdad y la pobreza; y en política exterior, relaciones de respeto y firmeza con los Estados Unidos en la defensa de los intereses mexicanos, y recuperación de los tradicionales principios de no intervención, de autodeterminación de los pueblos y resolución pacífica de los conflictos.

Con una votación histórica e inobjetable, y con mayoría en las dos cámaras –Senado y Congreso-, el nuevo gobierno enfrentará el desafío de levantar al país de una de sus más graves crisis, y particularmente, de poner en marcha la reconstrucción del proyecto nacional, la cuarta transformación de México. AMLO parece decidido a ello, y en América Latina no le faltará la fuerza ni la solidaridad para emprender esa tarea. ¡Adelante, señor presidente!



NOTAS
[1] Bonfil Batalla, Guillermo (2008). México profundo. Una civilización negada. México, DF: Random House Mondadori. Pp. 229-230 y 245.

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