sábado, 28 de septiembre de 2019

Argentina: Lo que no fue ni será

Luego de la estrepitosa derrota del 11 de agosto y la obligada diáspora, Frankenstein agoniza, amenaza partir como llegó. No fue ni será. Sus mentores del norte le han negado el oxígeno para llegar a las elecciones de octubre. Lo han entrampado con el cambio de autoridades en el FMI y rever lo pactado. Una cosa es segura: por el momento no hay plata. Y… sin plata, los chicos ricos no son nada.

Roberto Utrero Guerra 
Especial para Con Nuestra América
Desde Mendoza, Argentina

Fue un fenómeno, un engendro propio del país macrocéfalo que ha sido y es Argentina. El experimento nació y desarrolló años antes, ganó el gobierno y se mantuvo ocho años en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, la cabeza de Goliat, entre 2007 y 2015 y continúa, hasta que a partir de ese año ganó a la república y extendió sus débiles tentáculos al resto del territorio nacional. Tentáculos que, conforme el entusiasmo, personalidad o rapiña del adlátere local, cobró el rol de líder de la derecha de la derecha.

Partido político nacido del descrédito de la política, el Pro, Propuesta Republicana – primera agrupación de lo que hoy es la alianza variopinta, Juntos por el Cambio –, surgió a contrapelo de lo que es una asociación política estable, apoyada en una ideología que aspira a ejercer el poder de una nación, como reza la escueta definición de partido en cualquier diccionario.

Rejunte de niños ricos, a partir de dominar Boca Juniors, a la sazón “la mitad más uno del país”, según la tradición futbolera, se ilusionaron con ingresar a la política con la Fundación Creer y Crecer, creada en julio de 2001 como avizorando lo que se venía a fin de año, intentando ganar un espacio en el estallido del país. En ese escenario atroz, la serpiente incubó sus huevos. Fue cuestión de esperar.

Su presentación en el blog de Internet los identifica como: “un grupo de ciudadanos que estamos comprometidos con construir una sociedad argentina en la que todos tengamos oportunidad de desarrollarnos en plenitud”.

Sofisma ideológico híbrido, sin raigambre, salvo el dinero y los negocios, propio de quienes une el espanto del interés, adhesivo saliva tan fugaz como el dinero que fluye de mano en mano.

Esa mentira sólo pudo ser sostenida por Marcos Peña Braun y Jaime Durán Barba, sacerdotes profanos encargados de darle carnadura al monstruo. El “Monaguillo” Peña sostuvo un ejército de trolls para expandir sus odiosas prédicas. Es mecanismo sembró el odio que estaba bajo la superficie de la envidia colectiva. Los pobres votaron como ricos, porque en el fondo, estaban contagiados del consumismo individualista, propio de las clases medias.

Presumiendo de “tener el mejor equipo de los últimos 50 años” intervinieron en la función pública, con la avidez lince de los Ceos, fungiendo ser buenos administradores, pero los traicionó la avaricia. Se fueron de mambo, han dejado todo en banca rota y… ya no pueden ocultar quién pagará los platos rotos.

Saben que millones de argentinos que se levantan a la hora que ellos se acuestan, generaran riqueza nuevamente, para que, en otro “descuido” vuelvan con engaños, mentiras y renovadas promesas a mostrarse con deseos de disputar el gobierno.

Desde el fondo de la historia, cabe recordar que los parásitos vinieron con las naves de Solís al Río de la Plata y si bien fueron repelidos y devorados por los indios, quedaron caballos y vacunos abandonados que con los años se multiplicaron y modificaron las pasturas de lo que sería la ubérrima Pampa Húmeda que, en tiempos de la Colonia, iluminaron la mente de los cabildantes y repartieron esa inmensa cantidad de ganado según el suelo que pisaban. A fines del siglo XVI las marcas de hierro candente identificaron a sus dueños, prestigiosos vecinos con voz y voto en el cabildo. Vecinos que luego de la emancipación, tomarían las riendas del comercio y la banca.

La estancia, empresa ganadera por excelencia del modelo agroexportador, tuvo al mestizo como peón rural desde su nacimiento. El gauderio, el gaucho, el diestro centauro de las pampas chatas. Rebelde y sumiso a la vez, fue esclavo de la oligarquía y tropa de los caudillos federales que se levantaron contra el poder unitario de estos señores, dueños del puerto. Esa gente que tempranamente se abrió al mundo a costa de los intereses nacionales de los modestos pobladores de la patria naciente.

De allí que, don Arturo Jauretche – viejo pensador nacionalista de FORJA luego empedernido peronista – revalorizara al caudillo como “el sindicato del gaucho”, porque era el único que los escuchaba y defendía. Eso explica la ciega adhesión a las montoneras federales que, en el siglo pasado conformaron la base de los movimientos populares. Entrado el siglo XX engrosarían las filas del radicalismo yrigoyenista, y después, como los descamisados, los cabecita negra del peronismo.

Por eso el desprecio a los movimientos populares del populacho, la plebe, los grasas manifestado por las elites, la alta burguesía o, directamente la oligarquía, remozada en los chicos ricos de Juntos por el Cambio.

Luego de la estrepitosa derrota del 11 de agosto y la obligada diáspora, Frankenstein agoniza, amenaza partir como llegó. No fue ni será. Sus mentores del norte le han negado el oxígeno para llegar a las elecciones de octubre. Lo han entrampado con el cambio de autoridades en el FMI y rever lo pactado. Una cosa es segura: por el momento no hay plata. Y… sin plata, los chicos ricos no son nada.

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