sábado, 21 de septiembre de 2019

No juguemos con fuego

Como primer e ineludible paso para evitar la cercana extinción de la vida  en la Tierra, se requiere de la conquista,  por parte de los sectores populares, del poder económico y político a fin de poner todo el  conocimiento y el poder que suministran  la ciencia y el dinero, al servicio de los mejores y más auténticos valores. 

Arnoldo Mora Rodríguez / Especial para Con Nuestra América

El (des)orden político mundial y su sustentación económica, basada en el neoliberalismo, arde en llamas, que se extienden desde la Amazonía  y California hasta Australia pasando por diversos países de Europa, es decir, en el mundo entero. Nerón incendió Roma; hoy lo hace Bolsonaro, su émulo,  con la complicidad y la retórica incendiaria y demencial de Ronald Trump, su cómplice. Con ello se hace patente, una vez más, lo que tantas veces he repetido, a saber, que la hegemonía de  Occidente está llegando a su fin después 26 siglos; a partir del siglo XXI el mundo requiere de un nuevo orden  político y económico, basado no en el despotismo imperial de una región, sino creando las condiciones materiales e ideológicas a fin de propiciar el surgimiento de un nuevo sujeto histórico que salve a la humanidad de sí misma; se trata de forjar  un ser humano sin más, no importa su raíces étnicas, su cultura, su religión, su origen geográfico.

Pero para lograr esa utopía, tan maravillosa como indispensable, se requiere de un nuevo orden mundial, que impulse un gobierno universal, basado en el respeto irrestricto a los derechos humanos. De eso no se escapa nadie, porque lo que está en juego (y en fuego) es la existencia misma de la especie irónicamente autocalificada de “sapiens”. Se requiere de un movimiento universal que genere una nueva y lúcida conciencia de nuestras responsabilidades, no sólo con nosotros mismos, sino con todos los seres viviente del presente y del futuro, que incluya también todo nuestro rico pasado cultural.  Los adultos no dan signos de estar impregnados de esta ineludible responsabilidad;  me refiero a los sectores dominantes y sus poderes fácticos,  que fingen, por (sin)razones) ideológicas,  no percatarse de que estamos jugando con fuego y que, como la mariposa que gira en torno a la llama de una vela, nuestras alas, es decir, nuestras vidas, se pueden achicharrar enteramente. Ya lo experimentaron los antiguos griego, quienes  tomaron conciencia de esta amenazante realidad y dejaron testimonio de ello en el relato del mítico Ícaro. 

Dichosamente han surgido voces lúcidas y valientes, como la de una encantadora adolescente sueca, quien con su testimonio ha despertado  conciencias en el mundo entero, secundando de manera muy original lo que científicos y grupos  de derechos humanos y defensores de la naturaleza han venido advirtiendo  de manera tan insistente como apremiante. Pero, como lo señalara el Papa Francisco - otro adalid de estas causas -  en su encíclica Laudato Si, la causa de la destrucción de la naturaleza está en las violaciones  a los derechos humanos  provocadas por la aplicación inmisericorde de la “lógica” del capital,  que reduce a la miseria a más de 850 millones de seres humanos, cuando el avance indetenible de la ciencia y de la tecnología podrían alimentar suficientemente a los casi 8 mil millones de seres humanos que pueblan  hoy el planeta. La causa de todos estos males no radica en las leyes de la naturaleza, ni únicamente en los cataclismos que  ella por sí sola produce, sino  principalmente en los abusos éticos de las élites que acaparan el capital y el poder político y mediático, como ha sido demostrado ampliamente en el caso del recalentamiento del clima en todo el planeta y de la mayoría de los cataclismos, de la destrucción de innumerables especies  vivientes y de no pocas enfermedades endémicas.

Hoy el mayor peligro que tiene la vida bajo todas sus manifestaciones, radica en la irresponsabilidad que los sectores poderosos  tienen ante el poder que da la tecnología, basada en el conocimiento cada  vez más profundo y riguroso de las leyes  que rigen el devenir de la naturaleza, que nos suministra el método científico. Pero, insisto, eso no se debe al desarrollo de la ciencia ni de la tecnología, que ha hecho mucho para el bien de la humanidad, sino a la desenfrenada avaricia fomentada por el “capitalismo salvaje”.  El capitalismo ya cumplió su función histórica, por lo que debemos hoy  tenerlo como el causante de casi todos los males que azotan a los seres vivientes, como en la Edad Media lo hacían las pestes.

Por eso, como primer e ineludible paso para evitar la cercana extinción de la vida  en la Tierra, se requiere de la conquista,  por parte de los sectores populares, del poder económico y político a fin de poner todo el  conocimiento y el poder que suministran  la ciencia y el dinero, al servicio de los mejores y más auténticos valores.  Pero, como no debemos ser luz de la calle y oscuridad de la casa,  tenemos que comenzar por nuestros propios países de Nuestra América, ya que son nuestro vecindario inmediato y nuestra primera responsabilidad ciudadana.  Ilustremos lo dicho con algunos casos recientes. El  hermano pueblo argentino han experimentado lo que significan las consecuencias nefastas de la ideología neoliberal. También las sufren otros países como el Brasil del neofascista Bolsonaro y naciones centroamericanas como Honduras y Guatemala. Todo lo cual ha provocado la legítima reacción de otros países latinoamericanos, como lo demuestra el triunfo arrollador de Andrés Manuel López Obrador en la Patria de Emiliano Zapata. 

Tampoco debemos olvidar el significativo y esperanzador proceso que actualmente se incuba en los propios Estados Unidos, como es el crecimiento de  movimientos de izquierda, cuya manifestación hasta hace  poco parecía no ser más que un delirio de política ficción;  lo cual tiene sus raíces  históricas y sociales en lo  que fue esa nación antes de la última postguerra y, en concreto, antes de la nefasta época del macartismo;  entonces en los Estados Unidos los sindicatos y movimientos de izquierda  tuvieron un papel  protagónico en la escena política; aunque siempre hubo racismo y tendencias filofascistas, sobre todo, en el Partido Republicano, paradójicamente fundado por una de las figuras más  progresistas  de su historia, como fue Abraham Lincoln.  En conclusión, en este panorama  internacional, un tanto oscuro,  brillan luces que animan sentimientos de esperanza para la liberación de los pueblos, como la derrota aplastante  infligida al  Presidente Macri, o las alianzas de centroizquierda que se forjan en países latinos de Europa, como Portugal e Italia; esperemos que  otro tanto se dé en España y que  tras la crisis de la derecha ultraconservadora en Inglaterra, la tendencia de izquierda del Partido Laborista asuma el poder. Todo lo cual me hace pensar que la humanidad está tomando conciencia de que con el fuego se pueden lograr cosas maravillosas, como luz en la oscuridad y calor en el invierno, pero que con el fuego no se puede jugar.

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