sábado, 23 de noviembre de 2019

La Feria Internacional del Libro de Venezuela (FILVEN 2019)

Una feria del libro, con ediciones hermosas, de tirajes inmensos y baratísimos, a los que venezolanos y venezolanas accedían después de largas colas para luego marcharse con paquetes rebosantes de ediciones recién salidas del horno.  Toda una lección de coraje y dignidad para quienes tratan de hincarlos con la prepotencia de las cañoneras.

Rafael Cuevas Molina/Presidente AUNA-COSTA RICA

Invitado por la FILVEN, estuve del 7 al 11 de noviembre en Caracas. Presenté a la comunidad lectora venezolana mi último ensayo publicado junto con Andrés Mora Ramírez, Otra Educación. Prácticas Educativas y Pedagogías Críticas en América Latina, y mis últimas dos novelas publicadas, 300 y Una Mínima Fracción del Viento.

Fue una oportunidad para encontrarme de nuevo con un país al que me unen muchos y profundos lazos afectivos desde hace muchos años. Conocí la Caracas de los años 70, la de los 90 y, luego, la de los años de la Revolución Bolivariana casi desde inicio, cuando  la llegada al gobierno de Hugo Chávez.

Ahí también vive gente a la que quiero mucho. A algunos los conocí desde que eran niños, y otros han llegado a mi vida después, aunque también hace ya muchos años, desde finales de los años 80.

Caracas fue la ciudad a la que llegué cuando volví de estudiar varios años en Rumanía. Veníamos mi esposa y yo de vivir en una ciudad universitaria medieval incrustada en el corazón de Transilvania, y llegar a la ruidosa, aglomerada y eternamente rumbeante Venezuela fue un verdadero shock.

Eran los años iniciales de la década del 80; en mi país, Guatemala, gobernaba la férrea mano del genocida Efraín Ríos Montt, y haber estudiado en un país socialista era equivalente a tener firmada una sentencia de muerte.

Viniendo de Guatemala, un país de gente introvertida, acostumbrada a hablar bajito, Venezuela me parecía un manicomio en el que la omnipresente salsa me atolondraba, el calor me sofocaba y la expansividad de la gente me sorprendía.

En esos tiempos fue que conocí a la familia Cazal. Eran paraguayos y habían llegado exiliados a Caracas después de un periplo que los había llevado antes unos años al Uruguay. Joel Atilio, el pater familias, publicaba entonces una pequeña revista, casi un boletín, que luego se transformó con los años en una bella publicación muy bien editada, llamada Koeyú latinoamericano, que en español, traducido del guaraní, significa Amanecer Latinoamericano.

Inmediatamente me convertí en colaborador de la revista, de la que formé parte de su Consejo Editorial durante más de 30 años, hasta que dejó de publicarse por la muerte de Joel. Era una revista político-cultural en cuya publicación colaboraba toda la familia Cazal, a la que yo me integraba totalmente cada vez que visitaba Caracas desde Costa Rica, país en el que al final terminé recalando.

En el pequeño apartamento ubicado en El Silencio, en pleno centro de la ciudad y, seguramente, uno de los lugares más ruidosos del mundo, me quedaba a dormir en el sofá de la sala mientras por las tardes, cuando volvía de los menesteres que me habían llevado hasta ahí, ayudaba a empaquetar la revista, ilustraba artículos o recortaba etiquetas con direcciones.

Fue ahí donde conocí, en esas tareas, al entonces joven Nicolás Maduro, que siendo amigo del hijo mayor de la familia, Raúl, llegaba a echar una mano mientras se contaban chistes y se comía una pizza hecha por Blanca, la madre de la prole.

Raúl es ahora viceministro de cultura de Venezuela. Apenas pude verlo y platicar esporádicamente con él en medio de los ajetreos que implican una feria, presentaciones de libros, mesas redondas o entrevistas. Corría de un lado para otro tratando que todo estuviera a punto, arreglando los entuertos de último momento de siempre.

La feria se realizaba a escasas 3 o 4 cuadras del apartamento de El Silencio,  en dónde sigue viviendo Blanca, en medio del mismo bullicio de siempre pero ahora en una ciudad asediada a la que la más poderosa potencia militar y económica del mundo trata de ahogar. Y en medio de ese panorama, una feria del libro, con ediciones hermosas, de tirajes inmensos y baratísimos, a los que venezolanos y venezolanas accedían después de largas colas para luego marcharse con paquetes rebosantes de ediciones recién salidas del horno.  

Toda una lección de coraje y dignidad para quienes tratan de hincarlos con la prepotencia de las cañoneras.

1 comentario:

omarrayugsen@hotmail.com dijo...

Apreciado Rafael Cuevas Molina: Lamento que no hubiésemos podido coincidir dentro de la FILVEN 2019. Me alegra que hayas estado, nuevamente, entre nosotros y que durante tu estadía en esta patria, que también es tuya, te trataran con el afecto de siempre. Un abrazo, Camarada. Omar Hurtado Rayugsen omarrayugsen@hotmail.com