sábado, 27 de agosto de 2022

Del viaje iniciático a la conciencia generacional

RESEÑA
Título: “La generación del puente”.
Autor: Carlos Véjar Pérez-Rubio
Ilustraciones: Salvador Altamirano Cozzi
Editorial: Palabras al vuelo
Formato: Ebook 
https://issuu.com/palabraenvuelo/docs/generacio_n_del_puente 

Carlos María Romero Sosa / Para Con Nuestra América
Desde Buenos Aires, Argentina

No es fácil que un grupo de jóvenes asuma con las responsabilidades del caso, que constituye una generación. En el estudio de las generaciones que inauguró Augusto Comte en el siglo XIX, aunque según Julián Marías la primera teoría generacional es de Ortega y Gasset,  queda claro que salvo excepciones suelen ser ellas advertidas y caracterizadas en forma retrospectiva,  circunscribiéndolas alrededor de quienes más se han destacado durante el ciclo histórico en el que se desarrollaron y donde dejaron marcada su impronta. Lo dicho viene a cuento de la lectura del libro de viaje del intelectual mexicano Carlos Véjar Pérez-Rubio: “La generación del puente”, y ello por entender el autor a la suya como una plataforma que hizo de  nexo entre los jóvenes de los años 30 y de los 60, comunicados unos y otros: “por lazos entre las riberas de un mundo fracturado por la violencia, la injusticia, la desigualdad social y la incertidumbre de los cambios”, como lo propone en un párrafo

 

A partir de la reconstrucción de una travesía con propósitos culturales, puesto que: “una de las cosas que más nos motivaban eran los viajes, sentíamos que nos ayudaban a encontrarnos a nosotros mismos”, se intuye que más allá de los afectos y expectativas que unían a tres viajeros, afloraban entre sí las “afinidades electivas”, lo cual parecía incitarlos a participar de algo más juntos. Algo que tanto los adentraba en el sí mismo cuanto los impulsaba al futuro en la comunidad  de índole espiritual y cultural a la que alude el título, asumiendo hoy Véjar Pérez-Rubio que “nosotros éramos la generación del puente.  

 

Libro que permite diferentes niveles de lectura, hay en sus páginas abundante material como para reconstruir la vida cotidiana de un sector social acomodado y profesional –su padre por ejemplo era médico- de la ciudad de México desde las postrimerías de los años 50 del pasado siglo. Tiempos cuando la música tropical llegaba al país azteca desde Cuba y Puerto Rico, el rock en español comenzaba  apenas a sonar en la radio, muchos jóvenes a punto de ingresar a la Universidad y ávidos lectores de la revista Siempre, estaban pendientes de la Revolución Cubana e incluso el narrador cuenta haber conocido adolescente a Fidel Castro tomando café en la tienda de Lalita de la Avenida Cuauhctémoc, antes de internarse en la Sierra Maestra. 

 

Por supuesto el núcleo central de la obra lo constituye el relato del periplo de tres amigos,  dos de nombre Carlos y uno Salvador –que no debe ser otro que Salvador Altamirano Cozzi, arquitecto, profesor de la Universidad Nacional de México, artista plástico de renombre e ilustrador del texto de su antiguo copartícipe del trayecto tan lleno de vicisitudes como que el trío estudiantil se aventuró a principios de la década del 60 a los Estados Unidos de América para saltar después a Europa a bordo del trasatlántico “Queen Elizabeth” y recorrer Inglaterra, Francia, Italia, Suiza y España. 

 

Ese madurado proyecto viajero alcanzado finalmente respondía sin duda a la exigencia de la época de buscar como un ritual iniciático horizontes nuevos,  fresca en la memoria de muchos la novela “En el camino” de Jack Kerouac, a desenrollar entre los aprestos nihilistas de la Generación Beat y el vértigo de la Ruta 66. Así no es casual que más o menos por la misma época en que lo hicieron estos muchachos mexicanos –una década después que Ernesto Guevara, previo a ser el Che, recorriera el Continente en motocicleta con Alberto Granados-, también la argentina Beatriz Sarlo llevó a cabo sus trayectos sudamericanos y europeos de aprendizaje registrados con parecida fidelidad a las páginas aquí comentadas por la compatriota crítica literaria y docente de culto en su libro “Viajes” dado a conocer en 2014. 

 

Sería para los trotamundos  un tiempo más de peregrinajes que de mero e insustancial turismo. De emocionados encuentros con ojos ávidos por descubrir  reliquias del pasado,  sin la incitación posmoderna a perder las horas en los “no lugares” de que habla Marc Augé, para el caso los aeropuertos o shoppings.         

 

Un elemento a tener en cuenta en el libro de Véjar Pérez-Rubio, donde aún no se advierte un proceso de  politización significativo en los veinteañeros protagonistas, es sin embargo que en la recorrida por  España, la España de Franco, y luego de leer el autor: “Así fue la defensa de Madrid” del general Vicente Rojo y “Sobre todo Madrid” del chileno Luis Enrique Delano, un diplomático del país trasandino cercano a Pablo Neruda, tuvo una sacudida que lo hizo meditar en los horrores de la Guerra Civil ocurrida décadas atrás. Y a partir de aquella bibliografía  disparadora de su mente y  corazón, imaginó el exilio –o más exactamente la condición de “transterrados”- de tantos republicanos peninsulares en el México abierto a los vencidos por el presidente Lázaro Cárdenas e hizo duelo por el martirio de Federico García Lorca en Granada, “su Granada” del poema de Alberti. 

 

Con todo, no había llegado la hora exacta del juvenilismo, movimiento que a nivel mundial iba a irrumpir pocos años después y al que también se hace referencia en las páginas finales, cuando los más o menos tranquilos primeros 60 avanzaban hacia el insurreccional 1968. El año del despertar casi en función de clase social de los estudiantes de La Sorbona en el Mayo Francés, con grafitis tan iconoclastas y desprejuiciados al punto de recomendarle al mismísimo Sartre “¡sé breve!”. Era el propio año de  la  lucha no violenta por  el socialismo con rostro humano en Praga sin acallar sus consignas frente a los tanques del Pacto de Varsovia y, asimismo, el tétrico de “la noche de Tlatelolco”, por mencionar en términos de Elena Poniatowska  la matanza ocurrida bajo el gobierno de Gustavo Díaz Ordaz en la Plaza de las Tres Culturas. 

 

Todo eso sucedería pronto y de ello les cabría  testimoniar en su hora a los ex viajeros, sin imaginar sus soles y nublados al regresar entusiastas a la patria un sábado 2 de marzo de 1963, bien tendido el “puente” generacional entre el viejo mundo, ese que no termina de morir por parafrasear a Gramsci y otro nuevo y augurado mejor a condición de luchar por él.             

                                     

****

 

Carlos Véjar Pérez-Rubio (Ciudad de México, 1943) es Arquitecto, Maestro en Historia del Arte y Doctor en Estudios Latinoamericanos por la Universidad Nacional de México. Ha sido profesor durante más de cuarenta años en la Facultad de Arquitectura de la UNAM. Autor de varios libros, dirige la revista ARCHIPIÉLAGO REVISTA CULTURAL DE NUESTRA AMÉRICA, de ejemplar espíritu de integración continental. Una publicación abierta a las inquietudes en materia social, política y cultural de nuestros pueblos desde su primera entrega hace treinta años, a partir de su número cero aparecido en agosto de 1992. Desde entonces ARCHIPIÉLAGO se ha erigido como una suerte de respuesta a la revolución conservadora y neoliberal de aquellos años, los posteriores y los actuales. Respuesta dada desde el Sur entendido como categoría del orbe dependiente y no como punto cardinal.   

3 comentarios:

Anónimo dijo...

La lectura del libro es muy refrescante para esa generación y para las nuevas que les permite ver similitudes y de diferencias. Estela Morales

Anónimo dijo...

Un articulo excelente.Felicitaciones!!

Anónimo dijo...

Sebastian Jorgi. Excelente articulo. Pleno de asociaciones hustoricas.