Llegan al país respectivo, se reúnen con funcionarios y autoridades y luego vuelven a los centros neurálgicos del poder económico mundial, Washington, Zúrich, Bruselas, en donde redactan informes de los que depende la posibilidad de que fluyan o no los fondos que permitan respirar a la administración respectiva.
Son famosas sus temibles recetas, siempre orientadas a recortar presupuesto para políticas sociales, reducción del tamaño del Estado y privatización de bienes públicos. Siempre se ha sabido del uso político de los préstamos que otorga. El caso argentino es tal vez el más patente en nuestros días en América Latina, en donde fueron otorgados préstamos leoninos que buscaban evitar la llegada al poder del Frente de Todos y darle aire al atribulado gobierno de Mauricio Macri.
Siendo tan ingente el monto solicitado, en esa ocasión, no fueron oscuros y anónimos funcionarios quienes llegaron negociar, fue la propia Christine Lagarde, presidenta del FMI, la que hizo viaje hasta Buenos Aires, abrazó y dio besitos a Macri, le sonrió hasta al portero de la Casa Rosada y aprobó un monto que todos sabían que condenaba a la Argentina.
Pero eso no es lo usual, por lo que la figura del funcionario internacional del que pende nuestro destino es borrosa. Se piensa que han de ser profesionales competentes a los que, aunque nos separen discrepancias teóricas o de modelo, ideológicas o políticas, se les puede guardar respeto.
Por ello, que uno de esos funcionarios salga de pronto del anonimato y, no solo eso, sino que sea el que, directamente, empiece a regir los destinos de un país en el cargo de presidente de la República, no es lo usual. Sin embargo, eso ha sucedido en Costa Rica, en donde uno de ellos, con treinta años de carrera en el Banco Mundial, apareció de pronto en el escenario político local y, fulgurantemente, accedió a la Presidencia.
Recomendado por alguien que nunca se supo quién era, fue llamado por el anterior presidente para que ocupara la rectoría del Ministerio de Hacienda, en el cual estuvo poco tiempo, pero que le valió para ser conocido en un país que, desesperadamente, estaba buscando a alguien que no fuera “de los de siempre “, hastiado de la corrupción y de la creciente desigualdad que cuarenta años de neoliberalismo han profundizado cada vez más, hasta el punto de que el país es hoy uno de los diez más desiguales del mundo.
Pero resulta que el señor presidente no responde a ese modelo borroso que eventualmente alguno pudiera tener en la cabeza. En el poco más de un año que lleva en la presidencia se ha caracterizado por la toma de decisiones erráticas, de las que con frecuencia debe desdecirse, echando la culpa a funcionarios medios a los que acusa de engañarlo; por proponer leyes como aquella que le sube estrepitosamente los impuestos a las micro, pequeñas y medianas empresas argumentando que con ello se sentirán motivadas a hacer mayor esfuerzo, crecer y tener más ingresos; y por utilizar un lenguaje que parece salido de discusiones de baja estofa de esas que abundan en las redes sociales.
Se trata de un discurso chabacano en el que el insulto aflora con facilidad, y en el que pareciera que en el país hay un único iluminado, él, al que no es posible contradecir so pena de ser descalificado y, eventualmente, perseguido, como le sucedió está semana que termina a funcionarios que dieron un dictamen sobre la capacidad de recepción de visitantes de un conocido parque nacional que no se correspondía con los deseos del jefe supremo.
El señor sigue contando con apoyo importante, aunque a la baja. Parece que sus más fuertes soportes están, sin embargo, en el extranjero, porque las redes sociales se llenan de vítores, aplausos y felicitaciones de supuestos fans vietnamitas, que lo aúpan cada vez que es cuestionado o mete la pata por enésima vez. Hace ya bastante tiempo que se sabe del uso que se hace en política de los famosos troles, pero no estaría de más que estos que utiliza este señor, por lo menos tradujeran su nombre y utilizaran el alfabeto latino.
El que este fenómeno hoy universal tenga expresiones particulares en otras partes del mundo, como en Estados Unidos con Donald Trump, no quita que tener a alguien con esta forma de entender el poder político sea no solo desagradable, sino hasta peligroso. La prepotencia, la descalificación a priori, el insulto y la mentira se legitiman ante la población, entre los jóvenes, enrarece la vida social, descalifica los valores del diálogo y la convivencia y empodera a opciones políticas autoritarias.
A eso ha llegado este país que siempre se ufanó de su diferencia basada en una forma de ser colectiva apoyada en el consenso. Hoy, su Estado de derecho y las instituciones que lo sostienen se encuentran en entredicho, vapuleadas por un funcionario atípico para el medio y la tradición costarricenses, que, seguramente, se acostumbró a los modos impositivos de su lugar de trabajo durante tres décadas.
2 comentarios:
Yo te daría título de periodismo por ese artículo
Excelente análisis. Gracias
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