sábado, 13 de mayo de 2023

El rey invita

 Hace más o menos dos meses recibí una llamada de una agencia de mailing express muy conocida, en la que me comunicaban que tenían un sobre a mi nombre del Palacio de Buckingham. 

Rafael Cuevas Molina / Presidente AUNA-Costa Rica

Creí que se trataba de una de las tan usuales estafas que abundan en nuestros días y, después de un comentario sarcástico con el que pretendí dejar en su lugar al estafador, colgué.
 
Durante una media hora conversamos en casa sobre las cada vez más ingeniosas estrategias con las que en nuestros días pretenden estafarnos por teléfono, sobre todo desde las cárceles en donde, como ya es archiconocido, hay una industria que pretende hacernos caer para que entreguemos claves de tarjetas de crédito y débito y número de cuentas bancarias.
 
Pero el caso es que la supuesta agencia de correos volvió a llamar. Oí una voz lejana contaminada con ruido de tránsito pesado -probablemente el de una carretera- que me preguntaba cómo llegar hasta mi casa. Tengo muy claro que mi dirección puede ser confusa para alguien no habituado a la forma como se dan en el Caribe: del árbol de guácimo que se encuentra al costado de la carretera a cuatrocientos metros en dirección a Puerto Viejo después de la entrada principal de Cahuita, doscientos cincuenta metros en la sexta entrada de tierra en dirección al mar y ochenta retomando dirección a Puerto Viejo. Así que, ya que alguien llegaba en persona, pensé que a lo mejor no estaba de más ver de qué se trataba esa broma del Palacio de Buckingham. 
 
En pocos minutos tuve ante mí a un muchacho en moto quien, a pesar del calor que nos azotaba, parecía un astronauta vestido de negro y que sacó, con profesional presteza de un maletín que llevaba atravesado sobre el pecho, un sobre lacrado que ostentaba una serie de escudos y blasones que a todas luces no habían sido estampados en la pacífica aldea caribeña en la que nos encontrábamos.
 
Como no tenía más que firmar y recibir el sobre, lo hice. El motorizado partió raudo por la calle sombreada por amapolones rojos y desapareció inmediatamente de mi vista. Examiné el extraño e inesperado sobre al tiempo que entraba al corredor en donde cuelgan lánguidas las hamacas brasileñas.
 
Mi nombre y dirección estaban bien escritos con caracteres grandes y claros; los blasones adornados con leones y animales mitológicos, extraños para mí, venían impresos en sepia. Era una invitación, escueta, pero clara, para participar en el acto de coronación de “Su Majestad” -decía- Carlos III, que tendría lugar el sábado 6 de mayo en la Abadía de Westminster.
 
Quedé sorprendido. Mis relaciones con la monarquía del Reino Unido se habían limitado a una corta y poco fructífera visita a la reina hacía bastantes años, ocasión en la que fui examinado como personaje exótico por los ojos soñolientos de una anciana que parecía soportar con dificultad la carga de sus funciones oficiales.   
 
Pero la respuesta de haber sido tomado en cuenta me llegó por deducción al leer el nombre de la oficina de la embajada británica a la que debía ir para que se me proporcionara pasaje aéreo, gafetes de identificación e instrucciones. Se trataba de la Office of Overseas Affairs and Ethnic Diversityuna oficina que seguramente había guardado mi nombre en un archivo para cuando hiciera falta llenar cuotas de diversidad.
 
No pude aceptar la invitación porque ya tenía un compromiso previo: un club de lectura de Cahuita había leído mi novela La Barricada, y me había invitado, en la misma fecha, a conversar. La noche del sábado 6 de mayo vi por televisión parte del pomposo ritual al que debía de asistir. 
 
Me di cuenta que mi nota de disculpa por mi inasistencia había llegado demasiado tarde porque, en un recorrido lento que hizo la cámara por la abadía abarrotada de gente aburrida, vi una silla vacía en la primera fila de un grupo en el que había gente con rasgos físicos parecidos a los míos, de la que no habían quitado el cartelito que consignaba mi nombre, solo que, seguramente, para comodidad de quienes llevaban a la gente hasta su sitio, estaba traducido al inglés, Ralph Caves. 
 
No dudo que ha de ser mi imaginación, pero ya me lo confirmarán quienes vean la retransmisión de la ceremonia: el rostro inmutable de Carlos III se altera solo un segundo cuando, con el rabillo del ojo, alcanza a ver en su desfile por el pasillo principal de la abadía la única silla vacía, la que debía ocupar uno de los del grupo de los oscuros que se abalanzan peligrosamente sobre el glorioso Reino Unido, y que solo por insistencia del meteco primer ministro hindú, está ahí por primera vez.  

 

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Notable Rafael.

Francisco Morales Santos dijo...

Da pie para una novela como Got seif de cuin ! de <nicolàs <david Ruiz Puga

Francisco Morales Santos dijo...

Da pie para una novela como Got seif de cuin ! de David Nicolás Ruiz Puga