sábado, 25 de enero de 2025

Estados Unidos: una supernova en una galaxia decadente

 Estados Unidos está perdiendo el combustible que le mantenía a la vanguardia de la dinámica mundial del capitalismo.


Rafael Cuevas Molina / Presidente AUNA-Costa Rica 

Una supernova es una explosión estelar que se produce cuando una estrella muere. Es un fenómeno astronómico extremadamente brillante y poderoso que puede eclipsar a galaxias enteras. Se produce cuando una estrella masiva se queda sin combustible, se enfría y su presión disminuye. La gravedad gana y la estrella se desmorona, creando ondas de choque que provocan la explosión que produce una luminosidad que puede aumentar 100 000 veces su brillo original. Esta luminosidad, que dura unos pocos días, produce destellos de luz de una magnitud absoluta mayor que el resto de la galaxia. Posteriormente su brillo decrece de forma más o menos suave hasta desaparecer completamente.
 
Estados Unidos en actualmente una super nova que está expandiendo su poderío a todos los rincones de nuestro pequeño universo terráqueo. Está colapsando porque está perdiendo la batalla contra su principal contendiente estratégico, China, a la que trata de detener en su ascenso a través de todo tipo de medidas coercitivas, incluyendo las amenazas militares, pero no puede ni podrá pararla, aunque temporalmente pueda ralentizar relativamente su ascenso.
 
Estados Unidos está perdiendo el combustible que le mantenía a la vanguardia de la dinámica mundial del capitalismo. Tiene todavía material para brillar de tal forma que enceguece a la pequeña galaxia que somos, pero es su etapa terminal que, para nuestra desgracia, puede durar decenas de años, aunque teóricos como Emanuel Wallerstein han hecho vaticinios que no la prolongan tanto. 
 
La brillantez enceguecedora de la super nova estadounidense se produce en un contexto de crisis civilizatoria. Al hablar de crisis civilizatoria nos referimos a la civilización occidental, que es dominante en el mundo contemporáneo. Las dos crisis, la civilizatoria y la de Estados Unidos se entrelazan, se alimentan mutuamente y se confunden. Son las dos mayores crisis por las que ha atravesado alguna vez la humanidad. Ambas son globales y nos están llevando a vivir situaciones límite que pueden concluir, cada una por separado o las dos juntas, con el fin de la especie humana.
 
Las vías de la posible catástrofe final pueden revestir distintas caretas: puede ser tanto la guerra termonuclear, con la cual se coquetea obscenamente en nuestros días, como por un colapso medioambiental sin retorno que cada día parece más próximo.
 
Como en todo proceso terminal, en la super nova norteamericana los procesos de aceleran, se producen encontronazos violentos, aparecen síntomas nuevos que anuncian y evidencian la extinción final que se acerca. Hay quienes ven en ellos muestras de creciente e inconmensurable poderío, aunque sean exactamente todo lo contrario, síntomas de esfuerzos desmesurados por mantenerse el estatus prevaleciente.
 
Todo el sistema, central y periférico -y en este caso la periferia es el mundo entero- se descompone, se desarticula, se desarma y sus componentes cambian las relaciones que tenían entre sí. En el orden de lo social y lo político asistimos a una época de desquiciamiento. Todos son síntomas y anuncio de que vivimos una etapa terminal. ¿Sucederá lo que predice el poeta, que a la noche más oscura sigue el amanecer? No lo sabemos, es una posibilidad, pero no una certeza. Como siempre, dependerá de todos nosotros, aunque nosotros mismos seamos parte de la confusión y la desorientación.
 
Por lo pronto, no hay que dejarse enceguecer por la brillantez de la estrella que resplandece furibunda anunciando, angustiada y tratando de asirse a la vida, su destino manifiesto. 
 
Tampoco hay que dejarse llevar por el resplandor ascendente de la otra estrella. Seguir el consejo martiano sería lo más prudente, buscar el equilibrio del mundo, es decir, buscar el brillo propio que será mayor en función de nuestra unidad.

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