sábado, 18 de enero de 2025

Argentina: Compulsión estival

Los argentinos tropezamos mil veces con la misma piedra y volvimos a la compulsión estival, luego de un año devastador y cruel, sin regalos en el arbolito navideño o sin arbolito y con los zapatos vacíos luego de Reyes…

Roberto Utrero Guerra / Especial para Con Nuestra América
Desde Mendoza, Argentina

El receso propuesto por el verano austral, receso obligado que se proyecta en el mes de enero, luego de las fiestas de fin de un año extraordinario, en el estricto sentido de la palabra dado a que el país de los argentinos fue sometido al “mayor ajuste económico de la historia de la humanidad”, según las reiteradas manifestaciones expresadas externa e internamente por el orgulloso y petulante presidente Javier Milei, impuso merecidas vacaciones a todos aquellos que tuvieron la fortuna de mantener sus trabajos. Quienes lo votaron como los que no lo hicieron, se sintieron sorprendidos por las políticas adoptadas acelerádamente por el Topo encargado de destruir al Estado desde adentro, según las palabras del primer mandatario, es decir, el Topo, el mercado, según su reiterada cantinela, debe ocupar todos los intersticios en la producción, distribución y comercialización de bienes y servicios dentro del territorio nacional, estimulando de todas maneras la activa participación privada, en muchos casos privadas de acción, dada la estrepitosa recesión que se ha venido produciendo desde que asumió el gobierno.
 
Ante este escenario imprevisible y confuso en el que cada habitante, cualquiera sea el lugar que ocupaba, dado que miles de empleados estatales fueron despedidos y otros tantos de pequeñas y medianas empresas cerradas por la recesión operada (sin ánimo de echar leña al fuego, el PBI se contrajo un 3,4% entre abril y julio/2024[1] y, como consecuencia de ello, el consumo masivo en 2024 fue el peor de los últimos veinte años, cayendo las compras en supermercados y almacenes de barrio un 18% en diciembre pasado, y el 13,9% si se comparan las ventas totales del año contra las de 2023, según lo indica un estudio de la consultora especializada Scentia[2]),también quedaron en la calle, sumado a la estrepitosa caída del poder adquisitivo de los salarios; la sorpresa e incertidumbre ocuparon la mente de todos los habitantes, los pudientes y los desplazados, desclasados para ser más precisos. De allí que surgió, como otras tantas veces, un país centrífugo, que expulsa a los jóvenes más capacitados. Profesionales, investigadores del Conicet a quienes también les recortaron salarios y financiamiento para sus proyectos, han sido los primeros en salir. Además, los jóvenes nacidos en este nuevo siglo salen al mundo a cumplir sus sueños en la aldea global, los que distan de establecerse y formar una familia, situación no compartida por la inmensa mayoría de gente de a pie que intenta sobrevivir día a día como puede dentro de las fronteras nacionales.
 
Agosto y enero son meses muertos, el primero porque le sigue al receso invernal y le cuesta recuperar el dinamismo anterior; enero porque es cálido y todas las actividades oficiales entran en receso, por eso quienes pueden, escapan de sus moradas habituales en busca de aires más frescos y tranquilidad.
 
Según los datos oficiales, las playas argentinas han tenido una de las peores temporadas, al extremo que la segunda quincena del mes en curso, en el que se renuevan los turistas, han tenido que bajar los precios para recuperar algo de la actividad de otras temporadas. Sin embargo, no pueden competir con las playas de Brasil o Chile donde los precios de alojamiento y comida son un tercio más baratos que en el país, con un beneficio extra, las compras en ropas y artículos del hogar que deben reponerse periódicamente, resultan irrisorios frente a los precios del mercado nacional, razón que confiere el apretado título de la presente columna: compulsión estival, dada la fiebre que invade a los argentinos cuando ingresan a una tienda a comprar, haciéndolo compulsivamente como si se fuera a acabar el mundo, transformándolos en verdaderos oniómanos, llenan los carritos de artículos que luego corren el peligro de ser retenidos por la aduana o quedar olvidados en un rincón de armarios o placares, sin llegar a ser usados. 
 
Pero bueno... los argentinos ya lo vivimos en épocas de dictadura, en los noventa de Carlos Menem, en la del ingeniero campeón de bridge, asiduo visitante de Villa la Angostura; en cada ocasión en que se abre la importación y se destruye la industria nacional que tanto cuesta desarrollar. 
 
Modelos de país contrapuestos, separados por una grieta similar a una falla geológica; uno que intenta crecer puertas adentro empleando todos sus recursos y creatividad de sus habitantes y otro dispuesto a continuar como cómoda y complaciente factoría colonial, según la remanida fórmula liberal conservadora.
 
Los procesos de cambio invocados en cada ocasión, repiten procedimientos y prácticas, aunque el entorno geopolítico y las circunstancias temporales varíen como sucede en cada momento de la historia. Procesos que involucran personajes y conductas acorde con el adelanto tecnológico de las comunicaciones, que en la era digital de las redes ha sido un elemento indispensable para ubicar en el poder a mandatarios extravagantes, por asimilarlos o aproximarlos a una cierta descripción, cuya exacerbación a la violencia u odio al enemigo, petulancia e ignorancia, despertaron frustraciones dormidas alimentadas durante el encierro pandémico, conforme las características de la población de cada país.
 
Las relaciones carnales de los noventa del primer gobierno menemista, posibilitaron que miles de argentinos de clase media o clase a mitad de camino, como la definía en un poema el escritor uruguayo Mario Benedetti, viajaran sin visa a Estados Unidos. Las agencias de viaje promocionaban paquetes de excursión a Miami de diez días para ir de compras, en los que se incluían pasajes, estadía en hoteles en el Dawntawn, cercanos a la avenida Collins y un auto rentado a la salida del aeropuerto internacional, el que era devuelto en el momento de la partida. 
 
Era obligado visitar al Sawgrass Mills, un inmenso emporio de compras a cielo abierto distante a unos 56 kilómetros del centro, con cientos de tiendas de todas las marcas, donde los habitantes de las pampas chatas se sumergían desaforadamente a comprar ropas, muebles, electrodomésticos y otras chucherías que llenaban valijas al regreso. 
 
En la mayoría de los comercios céntricos, los cubanos hacían su agosto vendiendo de todo a los nuevos turistas provenientes del extremo sur. Políticos del zoológico nacional de todos los colores, se eludían o saludaban efusivamente en la recepción de los hoteles contratados o en los espectáculos que se ofrecían en el momento, en donde la fallecida cantante inglesa Olivia Newton-John se presentaba en la icónica ciudad balnearia; otros, nostalgiosos de los sabores porteños, se congregaban en “A la pasta con Porcel”, un restaurante del celebrado capo cómico argentino, Jorge “el Gordo” Porcel. 
 
El desbarajuste financiero dejado por el uno a uno y el agotamiento del modelo, luego de tirar por la borda lo recaudado por la venta de las empresas estatales, “las joyas de la abuela” según palabras del ex presidente Alfonsín, llevaron al país a la bancarrota y desquicio de 2001. 
 
Sin embargo, una vez que volvió a remontar la cuesta; nuevamente los pícaros que mueven los hilos tras bambalinas, volvieron a inventar argumentos repetidos hasta el cansancio por los mentimedios y nuevamente lanzaron la consigna del Cambio, así, con mayúscula, de modo que entraran por el aro esa mayoría crítica que se sienta a la mesa a hablar de política luego de atosigarse de fews news. Los pícaros saben de sobra aquel aserto “miente, miente que algo queda”; todos los opinadores domésticos evaden o simulan aceptar argumentos contrarios a su opinión por más sólidos que sean, pero, por dentro siguen apoyando a rajatabla la idea del cambio. Así fue la llegada del león libertario, donde millones de jóvenes centennials salieron a las calles de la mano de adultos y jubilados que ahora se lamentan por las calles o lloran por los rincones la falta de remedios del PAMI. 
 
Pero bueno... los argentinos tropezamos mil veces con la misma piedra y volvimos a la compulsión estival, luego de un año devastador y cruel, sin regalos en el arbolito navideño o sin arbolito y con los zapatos vacíos luego de Reyes, mientras los verdaderos reyes del modelo celebran que una vez más volvieron al ruedo más exitosos que nunca, aplaudiendo que la derecha y la extrema derecha no se van más de la política mundial.
 
Ahora, en este enero tórrido y caliente, sin discusiones estridentes, la compulsión compradora se trasladó a los países vecinos. Brasil, Chile y Paraguay sienten como un aluvión la llegada de argentinos dispuestos a veranear y comprar todo lo necesario para el año en curso mientras el bolsillo aguante. Hay que reponer los útiles y la ropa de la escuela de los chicos para el año escolar, como también para el resto de la familia, comprar celulares u otro adminículo electrónico escaso o muy caro en el país.
 
Los programas televisivos y su programación de vacaciones han dispuesto de corresponsales y cámaras en los lugares habituales de turismo y desde allí anuncian la rebaja de precios con respecto a los mismos artículos que se venden en el mercado local, destacando la enorme diferencia. 
 
Las tiendas de las playas del sur brasileño son  las preferidas por los argentinos residentes en las provincias del litoral y Buenos Aires que optaron por ese lugar ante la carestía de las nacionales. Del mismo modo el paso internacional de Los libertadores en el corredor central entre Argentina y Chile, sufre demoras de varias horas debido a las largas colas de vehículos que se acumulan a ambos lados de la frontera. Hacia el norte y el sur, la situación es la misma. 
 
La zona franca de Punta Arenas en el extremo austral de la costa chilena, cuyos artículos están liberados de impuestos, son altamente requeridos a pesar de las grandes distancias que deben sortearse. Punta Arenas, podría decirse, hace punta en la preferencia de las compras de los argentinos, si a ello le sumamos la exquisita oferta de pescados, mariscos y centollas, el viaje es un privilegio y un verdadero ahorro para quienes se arriesgan a atravesar los montes y bosques de sur chileno.
 
Las comunidades de las zonas turísticas disfrutan y padecen de esa pujante actividad económica; soportan durante los meses de mayor intensidad de una atmósfera artificial ampliamente conocida en infinidad de lugares que viven de ese preciado recurso, desde la presión económica por el mejoramiento e incremento de plazas y servicios hasta los efectos culturales que arrastran los viajeros distorsionando la vida de los locales. Quienes tienen mejor poder adquisitivo acceden a mejores condiciones como los visitantes, mientras que los obreros prestadores de servicios, sienten la presión de los precios de temporada, además de ser invisibilizados por el exitismo de la actividad que beneficia a un sector del empresariado local.
 
Sin embargo, no deja de sorprender la mentalidad nativa en su reacción frente a la incertidumbre y la rápida respuesta y adaptación a los cambios que el Cambio propuso; cómo el gen nativo sale airoso de situaciones que lo ponen a prueba. Aunque, cuando uno trata de explicar que lo sucedido en tan corto tiempo es producto del sufrimiento impuesto a la población masivamente, la perplejidad y descrédito de los rostros evidencia que no entendieron nada y que están dispuestos a seguir tropezando con la misma piedra antes de arriesgarse a pensar críticamente, un beneficio de las mieles que ofrecen las redes todo el tiempo al servicio del poder y la ilustración tiktok.


[1] Ámbito, 18 de septiembre de 2024.

[2] Pedrazzoli, Mara, Caída histórica en bienes de consumo masivo, Página 12, 16 de enero de 2024. 

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