sábado, 18 de enero de 2025

Notas para el debate ambiental (II)

 Hoy asistimos a una nueva lectura de los debates ambientales presentes en la geocultura mundial entre mediados del siglo XIX y del XX, desde una valoración renovada de la cultura de la naturaleza de nuestras sociedades, y ante la preocupación por el lugar y las opciones de nuestra América en la crisis socio-ambiental generada por el Antropoceno.

Guillermo Castro H. / Especial para Con Nuestra América

Desde Ciudad de Panamá


Una economía de la sostenibilidad.

La crisis socio-ambiental global ha estimulado el desarrollo de formas innovadoras de poner el conocimiento al servicio de la sostenibilidad del desarrollo humano. Eso es necesario, por ejemplo, para fomentar prácticas productivas más armoniosas con las limitaciones de los sistemas ambientales; generar formas de organización productiva correspondientes al carácter innovador de esas prácticas, e identificar sus vínculos de afinidad y conflicto con el pensamiento económico dominante. 

 

Entre nosotros, esto se vincula a los conflictos asociados a la transformación de la naturaleza en capital natural, y al que tiene lugar entre los sectores económicos que procuran agregar valor a recursos naturales como el agua y la biodiversidad, y aquellos cuya prosperidad ha dependido del acceso a menudo gratuito a los ecosistemas que proveen esos recursos. Encarar estos conflictos demanda un marco de referencia para orientar la asignación de recursos escasos entre fines múltiples y excluyentes en la lucha por la sostenibilidad del desarrollo humano.

 

En esto es necesario partir de que, siendo el ambiente el producto de las interacciones entre la sociedad y su entorno natural, quien aspire a un ambiente distinto deberá contribuir a la construcción de una sociedad diferente. Así, una economía de la sostenibilidad debe encarar el hecho de que los modelos económicos y empresariales dominantes no fueron diseñados para los tiempos en que vivimos. 

 

Lo ambiental, en efecto, constituye un eje de organización cultural finalmente inasimilable por las estructuras de gestión del conocimiento creadas entre 1850 y 1950 para garantizar el crecimiento económico sostenido, y no la sostenibilidad del desarrollo humano. La crisis ambiental, sin embargo, demanda una gestión del conocimiento capaz de vinculare de modo nuevo con la gestión la de los procesos de producción material. 

 

Así, una economía ambiental no puede asumir a la naturaleza como capital natural, ni a los elementos naturales como recursos gratuitos para actividades productivas. Lo que hace de la biodiversidad un recurso, por ejemplo, es el trabajo socialmente organizado para su aprovechamiento.  Si ese trabajo tiene un carácter extractivo, destruye más valor del que agrega.  Si se orienta hacia el manejo de los ecosistemas para preservar y fomentar su capacidad para sostener una biodiversidad abundante, el valor agregado resulta mucho mayor. 

 

Esto significa que el desafío mayor de una transición entre economías finalmente antagónicas radica en fomentar el capital natural mediante el fomento del capital social. Aquí se trata, en breve, de escoger entre los inconvenientes de una tasa de ganancia menor, o los de la destruir la capacidad de la naturaleza para proveer las condiciones que hacen posible cualquier producción. 

 

Para que esto sea un problema político debe ser primero un problema cultural, pues la política, a fin de cuentas, siempre es cultura en acto. La economía que necesitamos será la de la sostenibilidad, o no será. Cuando lleguemos a esa meta nuestros problemas de hoy se verán reducidos en lo más sencillo a cucos para asustar niños, y como el último capítulo en la historia de la barbarie, en lo más complejo del quehacer de los filósofos.

 

La educación ambiental, y la otra educación

 

En su momento, el educador ambiental Kleber De Lora lo expresó con toda claridad: la educación ambiental, dijo, es la educación. En efecto, vivimos en un cambio de tiempos en que no basta añadir lo ambiental como una materia más a la educación para el crecimiento sostenido. Hoy es necesario pasar a otra educación, que facilite hacer sostenible el desarrollo de la especie humana.

 

Ya hemos vivido cambios así. En la Edad Media, toda la cultura se organizaba en torno a la salvación del alma, y toda el conocer giraba en torno a la teología, como disciplina que se ocupa de ese problema. Entre 1450 y 1650, la acumulación de ganancias pasó a convertirse en el problema mayor, y la teología cedió su lugar a la economía, que se ocupa de garantizar esa acumulación mediante el crecimiento económico sostenido. 

 

Con ello, la idea de que se vivía en la naturaleza, como parte de una misma Creación, fue desplazada por la de que era justo y necesario vivir de la naturaleza, asumida a una escala cada vez más amplia como capital natural. En el proceso, una nueva organización del saber expulsó a la naturaleza de las ciencias sociales y las Humanidades, y la encerró en las ciencias naturales y las ingenierías, para dominarla de manera cada vez más completa.

 

De aquí resultó, como dijera el geógrafo Carl Sauer en 1956, “una confianza simple en las capacidades del avance ilimitado de la tecnología. Los científicos naturales eran y aún podrían ser de la estirpe de Dédalo, dedicados a inventar reorganizaciones cada vez más osadas de la materia y por tanto, lo quieran o no, de las instituciones sociales” 

 

Todo eso ha contribuido a que hoy las relaciones de nuestras sociedades con la naturaleza generen una combinación de crecimiento económico con deterioro social y degradación ambiental. Eso plantea una lección de sencilla complejidad: si deseamos un ambiente distinto debemos crear sociedades diferentes. 

 

Allí radica el desafío mayor de la educación ambiental en nuestro tiempo. Ella sólo merecerá su nombre en cuanto su razón de ser consista en contribuir a la sostenibilidad del desarrollo de la especie humana, a partir de una visión de las relaciones entre los sistemas sociales y los naturales que se corresponda con el potencial de armonía de cada uno. Pero deberá ganarse ese derecho actuando en el marco de sistemas educativos que no están diseñados para cambiar el mundo, sino para conservarlo organizado como está. 

 

Aquí conviene recordar que no hay ya entre nosotros batalla entre la civilización y la barbarie sino “entre la falsa erudición y la naturaleza”, como lo advirtiera José Martí. Tal es el vínculo mayor entre la educación ambiental y la crisis que la hace indispensable. Estamos, ya, ante el problema de encontrar los medios para encauzar los cambios de la época hacia objetivos superiores de desarrollo humano y neutralizar los riesgos que pueden plantear a la sobrevivencia de nuestra especie. Y esto se hará con todos, o no será.

 

De nuestra historia ambiental

 

La historia ambiental es aquella que se ocupa de las interacciones entre la especie humana y sus entornos naturales mediante procesos de trabajo socialmente organizados, y de las consecuencias de esas interacciones para ambas partes a lo largo del tiempo. Años más, años menos, esa historia tiene su punto de origen en la década de 1970. Su desarrollo vendría a coincidir con la bancarrota del marxismo soviético y del humanismo liberal, para confluir con el despliegue de la geocultura neoliberal, y la formación de un clima de escepticismo generalizado en torno a la capacidad de los humanos para encarar el deterioro del ambiente forjado en el marco del desarrollo del mercado mundial. 

 

En nuestra América, ese origen se ubica en 1980, con la publicación del ensayo “Notas sobre la historia ecológica de América Latina”, del agrónomo Nicolo Gligo y el biólogo Jorge Morello. Acá, al Sur, ese desarrollo inicial ocurrió en el marco del agotamiento del desarrollismo cepalino; el acoso incesante a sus remanentes por el pensamiento único neoliberal, y las cómodas vanidades de aquello que se llamó a sí misma la posmodernidad.

           

Esto ha empezado a cambiar con la crisis cultural y política del neoliberalismo y el paso de la posmodernidad a la posteridad. Hoy asistimos a una nueva lectura de los debates ambientales presentes en la geocultura mundial entre mediados del siglo XIX y del XX, desde una valoración renovada de la cultura de la naturaleza de nuestras sociedades, y ante la preocupación por el lugar y las opciones de nuestra América en la crisis socio-ambiental generada por el Antropoceno.

 

Esto ha incluido una valoración renovada del papel del trabajo en la producción del ambiente en que transcurre el desarrollo de la especie humana. Así, por ejemplo, tiene un interés renovado lo que planteara en 1875 Carlos Marx al decir que el trabajo “no es la fuentede toda riqueza. La naturaleza es la fuente de los valores de uso […], ni más ni menos que el trabajo, que no es más que la manifestación de una fuerza natural, de la fuerza de trabajo del hombre.”[1]

 

La historia ambiental está en curso de convertirse en la historia natural de la especie humana. Como tal, hace parte ya del conjunto mayor de la historia ecológica, que se ocupa de la formación y las transformaciones de los ecosistemas que organizan la vida en la Tierra. Esa historia abarca unos 3,500 millones de años, mientras que la de los ambientes creados por nuestra especie abarca hasta donde sabemos unos 2 millones de años.

           

Hoy, nuestra historia ambiental nos ofrece ya una lección de sencillez correspondiente a la enorme complejidad de su contenido. Se trata, en breve, de que si deseamos un ambiente distinto tendremos que crear sociedades diferentes. 

 

Identificar esas diferencias, y los medios para crearlas y ejercerlas, es la tarea fundamental de nuestro tiempo. No hacerlo implica dejarnos llevar por la deriva de la crisis socio-ambiental que nos conduce hoy en dirección a la barbarie, y quizás a la extinción de nuestra especie en un plazo más corto de lo que imaginamos. 

 

Richard Cooke en la profundidad de la historia

 

En el año 2022, la Secretaría Nacional de Ciencia, Tecnología e Innovación publicó un libro de gran importancia para el futuro de nuestro país: Los Pueblos Originarios de Panamá y su Relación con el Ambiente Natural: 50 años de estudios, cuyo autor principal fue el arqueólogo anglo-panameño Richard Cooke (1946-2023). Allí se confirma lo advertido por el historiador británico Chris Wickham, para quien “el desarrollo histórico no va a ninguna parte, sino que, al contrario, procede de algún sitio.” 

 

En lo que hace a Panamá, dice Cooke, ese desarrollo procede de una “historia profunda” de unos quince mil años de duración, de los cuales solo el 5% cuenta con registros escritos. Conocerla permite entender que “la contribución de las sociedades originarias y de sus ancestros a la formación de las naciones modernas comprendidas en la subregión istmeña es mucho mayor de la que le atribuye habitualmente, tanto en la educación como en el modus pensandi popular.” 

 

A esa ignorancia ha contribuido la ausencia, en la educación que tenemos, de tres datos elementales. El primero consiste en la antigüedad de la presencia humana en el Istmo. El segundo, en la organización cambiante de esa presencia humana en el territorio del Istmo a lo largo de esos 150 siglos. Y el tercero consiste en el papel de las 52 cuencas hídricas del país en la organización natural del territorio en que tiene lugar nuestro desarrollo humano, para entender, por ejemplo, cuáles de esas cuencas, y por qué, estuvieron mucho más pobladas y fueron más prósperas en nuestro largo pasado que en el presente, en el Darién como en Coclé y Chiriquí.

 

Estos no son meros dato de historia y geografía escolares. Por el contrario, son recursos culturales imprescindibles para comprender las consecuencias nuestra relación con la naturaleza del Istmo en nuestro presente y nuestro futuro. Razón tenía Richard Cooke al señalar la necesidad de otorgarle “una mayor importancia a la milenaria era precolombina en los colegios y universidades.” Él sugería incluir una materia titulada “Historia profunda de las sociedades originarias”. Sin embargo, pero ya sería necesario ir más allá. 

 

Hoy necesitamos una síntesis innovadora de lo que hemos llegado a saber de nuestra historia, que integre en un solo programa lo que hoy es ofrecido de manera fragmentaria e inconexa. La obra de Cooke y otros arqueólogos abriría así las puertas a nuestra historia profunda; la de historiadores como Alfredo Castillero lo haría en cuanto al Panamá colonial; la de Alfredo Figueroa Navarro, para el Panamá colombiano, y las de Patricia Pizzurno, Celestino Araúz y Marixa Lasso para el Panamá republicano nos traerían a nuestro pasado reciente, y la de Omar Jaén Suárez ilustraría la geografía histórica del Istmo. 

           

Los cimientos están allí. Falta levantar el edificio de la comprensión del país desde todo el pasado del que procede el desarrollo histórico que hemos conocido, para explorar desde allí los futuros que emergen del cambio de épocas que compartimos con la Humanidad entera. Y Richard Cooke nos acompañará sin duda en ese largo camino hacia la historia profunda de nuestro futuro.

 

Fuego

 

“Creo en el fuego y en el movimiento.  Su generación y sus trances explican tal vez toda la vida universal.”

José Martí, 1894[2]

 

En ocasiones, las cosas más usuales – como la presencia del fuego en nuestra vida cotidiana, por ejemplo – ocultan dimensiones insospechadas. En este caso, no solo se trata de que los humanos somos la única especie que controla una fuente de energía externa a su cuerpo. Además, se trata de que ese control ha sido un factor de primer orden en nuestra propia evolución.

 

Así, para 1878, Federico Engels podía plantear que en los inicios de la historia de la especie que hemos llegado a ser “se encuentra el descubrimiento de la transformación del movimiento mecánico en calor: la producción del fuego por frotamiento.” Para entonces, “en el último estadio de la evolución ocurrida hasta hoy se encuentra el descubrimiento de la transformación del calor en movimiento mecánico: la máquina de vapor.” Y aun así, la producción del fuego por frotamiento la superaba “en cuanto a eficacia liberadora del hombre respecto del mundo”,

 

Pues el fuego producido por frontamiento dio por vez primera al hombre el dominio sobre una fuerza natural, y le separó así definitivamente del reino animal. La máquina de vapor no producirá nunca en la evolución de la humanidad un salto tan descomunal, por mucho que se nos aparezca como representante de todas esas poderosas fuerzas productivas que se apoyan en ella y con cuya imprescindible ayuda se hace posible un estadio social sin diferencias de clase, sin angustias por los medios de la existencia individual, y en el que pueda hablarse por vez primera de real libertad humana, de existencia en armonía con las leyes naturales conocidas. 

 

Así, para Engels - dentro de lo que en su tiempo se conocía del mundo natural - “toda la historia transcurrida hasta hoy” cabía en lo que iba “desde el descubrimiento práctico de la transformación del movimiento mecánico en calor hasta el de la transformación del calor en movimiento mecánico.”[3]

 

El control del fuego estimuló nuestro gregarismo; nos facilitó ocupar ecosistemas distantes y distintos a los del origen de  nuestra especide; diversificó nuestra alimentación y nos permitió recorrer el camino que va del paleolítico al Antropoceno. Hoy podemos entender que el fuego es un elemento natural que nosotros hemos convertido en un recurso cuyo carácter productivo o destructivo depende de la organización de los procesos de trabajo, y de la mesura o desmesura de sus ambiciones por parte de las sociedades que lo utilicen.

           

Vivimos en tiempos en que alimentar al fuego con combustibles fósiles ha generado – y amplía – el calentamiento global que amenaza nuestra existencia. Y, al propio tiempo, el fuego será siempre un recurso decisivo para hacer posible la sustentabilidad del desarrollo humano, si lo utilizamos para trabajar con la naturaleza y no para crear las condiciones de nuestra propia extinción trabajando contra ella.

 

Panamá, 30 de diciembre de 2024

 



[1] https://www.marxists.org/espanol/m-e/1870s/gotha/index.htm

[2] Cuadernos de Apuntes, 18 (1894). XXI, 410-411.

[3] La Revolución de la Ciencia de Eugenio Dühring ("Anti-Dühring "). 1878.

https://www.marxists.org/espanol/m-e/1870s/anti-duhring/

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