Al igual que en la novela de Gabriel García Márquez, aunque el trágico final estuviera cantado desde las primeras páginas, en América Latina se siguió con atención los sucesos políticos de Bolivia, que se venían desarrollando en cámara lenta en los últimos años.
Rafael Cuevas Molina / Presidente AUNA-Costa Rica
Se trató de un caso de insensato suicidio colectivo, en el que los contrincantes hicieron lo posible por infringirse el mayor daño posible, logrando al final eliminarse mutuamente. Y, para colmos, una vez derrotados, uno de los contendientes salió a celebrar como si hubiera logrado una victoria “para el pueblo”, según dijo.
El proceso de transformaciones socio políticas emprendido por Bolivia, fue uno de los de mayor radicalidad e impacto de los emprendidos en América Latina en las primeras décadas del siglo XXI por fuerzas progresistas y de izquierda.
Grupos sociales históricamente marginados, discriminados y abusados, tuvieron acceso al poder político a través del MAS, y emprendieron reformas que le dieron un cariz nuevo y revolucionario a Bolivia, lo que constituyó un verdadero hito en un contexto de países de herencia colonial.
Evo Morales, su líder indiscutible, de procedencia campesina y sindical, fue una de las figuras carismáticas de lo que, a estas alturas, podríamos llamar la época de oro del progresismo latinoamericano de las primeras dos décadas del siglo XXI. Nunca renegó de su origen popular y, además de las reformas a profundidad que emprendió en sus dos períodos presidenciales, tuvo gestos simbólicos reivindicativos de fuerte impacto, como cuando se presentó ante el rey de España, en visita oficial, con atuendo popular boliviano.
Evo y Álvaro García Linera conformaron un equipo formidable: uno, líder popular forjado en las lides de la lucha de masas; el otro, un político e intelectual comprometido, de singular visión prospectiva. Ambos encabezaron un proceso de más de diez años no exento de grandes dificultades, como todo cambio de transformaciones radicales como el que encabezaban.
Un proceso de ese tipo, que fue resultado de una larga tradición de lucha, que excede con mucho las que precedieron inmediatamente a la llegada al gobierno del MAS, en el que los sindicatos mineros tuvieron siempre un papel relevante, no merecía el final (temporal, dice García Linera) que está teniendo.
Al movimiento popular latinoamericano nos deja varias lecciones, algunas de ellas obvias, pero que no está de más remarcar: 1) la dependencia de líderes carismáticos que, al faltar, ponen en riesgo la continuidad de los procesos. Es remarcable, en sentido contrario, la experiencia uruguaya, que ha sabido construir un sólido movimiento basado en la organización popular, que ha llevado al poder a importantes personalidades que han puesto su marca personal, pero que, al faltar, no desestabilizan lo logrado; 2) la ingente necesidad de la unidad popular. Sin ella, nada es posible, ni llegar al poder ni mantenerlo. Una de las quejas dolorosas de Andrónico Rodríguez, el joven líder que podría haberse catapultado como continuador del proceso de cambio revolucionario en Bolivia, fue que de parte del evismo recibió ataques como si se tratara de un enemigo de clase. 3) La necesidad de hacer a un lado las ambiciones personales. En este caso, que no es una excepción en el movimiento popular latinoamericano, son las pequeñas ambiciones personales que ponen sus intereses por encima de las del movimiento.
A estas alturas, cabría hacer una actualización de lo que la madre de Boabdil le dijo cuando sollozaba al dejar en manos de los Reyes Católicos su amado reino de Granada: “Llora como mujer lo que no supiste defender como hombre”, porque ya llegará el momento de las lágrimas amargas cuando la derecha boliviana empiece a deshacer lo tan arduamente logrado por los sectores populares, e inicien la cacería de brujas de la que ya hubo premonición durante el golpe de Estado que terminó presidiendo Jeanine Añez.
Una durísima lección la que nos deja Bolivia.
No hay comentarios:
Publicar un comentario