Esta cuestión en torno a Malvinas es la punta del iceberg de lo que en materia geoestratégica se puede esperar a corto plazo. Las potencias hegemónicas no van a ahorrar esfuerzos por asentarse en el Atlántico Sur –la zona actualmente más preciada del planeta, Patagonia Argentina incluida- a fin de servirse de sus recursos.
Lo más notable del apoyo latinoamericano que Argentina recibió en Cancún es el simple reconocimiento de que antes estas cosas no pasaban. No se decían.
Es que a nadie escapa que el saqueo del Atlántico Sur que Londres avala con firmeza es un asunto que excede el interés de Buenos Aires, en un contexto en el que los países al sur del Río Grande buscan diferenciarse a través de organizaciones suprarregionales propias, que entiendan en lo que consideran problemas que les son comunes.
No es casualidad que el respaldo a la presidenta Cristina Fernández de Kirchner haya nacido desde el Grupo Río tan sólo un instante antes de que dicha Asamblea se dispusiera a tratar la creación de una Organización continental “tipo OEA” (Organización de Estados Americanos) pero sin Estados Unidos ni Canadá.
Paralelamente al consenso obtenido por la posición argentina, Estados Unidos, a través de declaraciones del vocero del Departamento de Estado, Philip Crowley, informó que adoptaba una posición “neutral” frente al problema de soberanía y que instaba al “diálogo” entre Londres y Buenos Aires.
No hay nada de TIAR (Tratado Interamericano de Asistencia Recíproca) en las manifestaciones de Crowley. Tampoco hay nada de “están con nosotros o contra nosotros”. Sí hay oposición al espíritu de Cancún, que parece haber tomado como propia la ofensa causada por la incursión británica en aguas reclamadas por Argentina.
¿Qué hubiera pasado en 1962 si alguien se declaraba “neutral” al bloqueo de Cuba?
¿No hubo una guerra cuando el empresario argentino Constantino Davidoff intentó desensamblar una factoría en las Georgias durante 1982?
Llegados a esta instancia es necesario repetir –una vez más y hasta el hartazgo- por qué son importantes las Islas Malvinas y por qué Gran Bretaña se toma tantas molestias con ellas.
Hay tres causas fundamentales que explican el interés británico.
La primera es el carácter geoestratégico, fundado en el hecho de que el archipiélago custodia uno de los puntos de estrangulamiento de la navegación mundial: el Estrecho de Magallanes y el Pasaje de Drake. Porque si bien es cierto que el pasaje Atlántico –Pacífico puede ejecutarse a través del canal de Panamá, también es importante decir que ese paso no tiene las dimensiones que permitan el tránsito de una flota basada en portaaviones.
La segunda es la riqueza natural del área. No sólo es petróleo, también es biodiversidad marina y explotación de pesca.La tercera es la proyección antártica. Nadie quiere perderse el acceso a esa “Caja de Pandora” congelada por siglos. Pero para tener pretensiones sobre el continente blanco, al menos habría que estar mínimamente cerca en términos geográficos. Las Malvinas, Georgias y Sandwich del Sur aportan ese requisito a Londres, al menos como para sentarse a la mesa de discusiones cuando llegue el momento.
Este último punto explica en parte las durísimas declaraciones hacia la posición británica del presidente brasileño Luiz Inacio Lula Da Silva, estableciendo la necesidad de aclarar “la razón geográfica, política y económica por la cual Inglaterra está en Malvinas”. Otra vez, cometer la irrespetuosidad de pedir razones en ese tono a una potencia mundial; antes no se hacía.
La posición del presidente de Brasil corresponde a la de un estadista que ha asumido la totalidad de las obligaciones que hacen falta para poner a su nación como potencia regional y mundial.
Pero Lula no se quedó en la defensa de su socio menor y de Latinoamérica toda. También le exigió una explicación a Naciones Unidas (ONU) por no "haber tomado una decisión que dijera que no es posible que Argentina no se adueñe de Malvinas y que, por el contrario, lo haga un país que está a 14 mil kilómetros de distancia de las islas" y la crítica, que antes no se hacía, fue un cachetazo para una organización que hace rato que no sirve para nada.
El posicionamiento latinoamericano liderado por Brasil y la búsqueda de lo que se denominó “una OEA sin Estados Unidos y Canadá” no hace más que –usemos terminología argentina pura- “marcar la cancha” o, sin temor a aventurarse demasiado, colaborar a un deseo compartido por los gobiernos implicados de que “Latinoamérica sea para los latinoamericanos” y éstos se manifiesten en organismos que funcionen.
Para esto también Estados Unidos tuvo respuesta en la boca del el máximo responsable del Departamento de Estado para América Latina, Arturo Valenzuela, quién simplemente contestó con modo arrogante “¿Reemplazar a la Organización de Estados Americanos?”
El entuerto argentino-británico por Malvinas ha desatado algunas cuerdas que marcan que nuevos aires soplan en estos tiempos.
El gran logro es el paso adelante en el sentido de que los recursos naturales de Latinoamérica son de los latinoamericanos y no están sujetos a la depredación de empresas privadas, a cuyos deseos son funcionales gobiernos de otro hemisferio.
Sin embargo debe reconocerse que la maravillosa actitud de defender lo propio ha puesto a la región frente al desafío de sustentar los dichos con hechos concretos.
¿Qué hacer cuando quede claro que a los británicos les importa un soberano pepino Real los reclamos de un puñado de países no mayormente White-anglo/saxon-protestant?
Esta pregunta tiene múltiples respuestas que van desde acciones comerciales y políticas hasta la disuasión militar, y cuya resolución pondrá a prueba al espíritu de Cancún.
La maraña de intereses comerciales británicos en Latinoamérica es difícil de analizar en pocas líneas y se iría descubriendo con el correr del tiempo. Para darse una idea, ya circulan versiones de que la misma empresa que entiende en el canje de la deuda argentina estaría detrás de la petrolera británica que insiste en perforar el lecho marino malvinense.
Lo militar es algo más sencillo de explicar.
En principio, la matriz de pensamiento común hoy en Latinoamérica –exceptuemos Colombia- es de neto carácter no bélico. Aún así, el Poder de Combate Relativo entre Latinoamérica y la alianza Gran Bretaña- Estados Unidos es, sin dudas, desventajoso para los primeros. Eso sin siquiera contar el desequilibrio nuclear y la carencia de una organización latinoamericana que entienda las cuestiones de defensa –y todo lo que ello implica-, con perspectiva regional.
No es risible pensar en las armas atómicas en momentos en que es de dominio público que Inglaterra transportó al escenario bélico de 1982 el 65 por ciento de su arsenal nuclear y, obviamente, no para sacarlo de simple paseo. Es más, el HMS Sheffield -hundido por la Aviación Naval Argentina en pleno conflicto- se habría llevado a pique unas cuantas ojivas contaminantes al fondo del mar.
Por lo pronto, el diario inglés The Times anunció el 24 de febrero que un submarino nuclear había sido despachado a la zona de litigio. La noticia, obtenida desde el entorno del mismísimo Gordon Brown, confirma que a la hora de la guerra los “casacas rojas” van “a por todo” sin que les importe nada.
Un submarino nuclear desequilibra aún más la ecuación bélica del Atlántico Sur, ya descompensada por la Base malvinense de Mount Pleasant, impresionante complejo militar que concentra aviones Tornado y misiles Rapier de última generación.
En lo político, apuntar a la ineptitud que demuestra el actual diseño de la ONU –condenada en Cancún por Cristina Fernández de Kirchner y Lula Da Silva- tiende a forzar cambios que atentan contra la concepción del “yo tengo una pistola y ustedes no”, que parece ser la vara que mide las controversias internacionales en todo el orbe y que es sostenida por las grandes potencias que ocupan el Consejo de Seguridad del organismo.
Para finalizar, esta cuestión en torno a Malvinas es la punta del iceberg de lo que en materia geoestratégica se puede esperar a corto plazo. Las potencias hegemónicas no van a ahorrar esfuerzos por asentarse en el Atlántico Sur –la zona actualmente más preciada del planeta, Patagonia Argentina incluida- a fin de servirse de sus recursos.
A la complejidad del problema se suma el comportamiento de las oposiciones internas de cada país -en particular de Brasil y de Argentina- y del futuro –por muy poco- oficialismo chileno, representantes de una matriz tradicionalmente funcional al poder británico/estadounidense y anclada en la idea de que la unión de Latinoamérica sencillamente no existe, no es posible y jamás sucederá.
Pero esa es otra historia.
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