Lucidez. Audacia. Sencillez. Realismo. Tantas lecciones de ese Uruguay que produjo a Mujica. La izquierda no es ni la utopía por venir ni el pasado guerrillero: es el presente contradictorio y complejo, eso que empieza este lunes en el Uruguay.
Recibió seis balazos en enfrentamientos armados en los duros setenta. Pasó quince años en la cárcel. Protagonizó dos fugas antes de ser amnistiado con el retorno a la democracia. Fue rehén de la dictadura cuando los militares amenazaban con ejecutarlo si los Tupamaros retomaban las acciones violentas. Fue diputado, ministro y senador. Este lunes asume la presidencia del Uruguay.
Después de los barbudos cubanos, el médico chileno y los muchachos nicaragüenses, parecía que este continente había agotado su capacidad de sorprender. En los noventa flotó a la deriva de los mitos neoliberales y con el nuevo milenio patea el tablero mundial. Después de un militar venezolano y un obrero brasileño, un indio boliviano, un economista ecuatoriano y un cura paraguayo, llega este campesino que fue guerrillero. Cuando en Chile asume el multimillonario de derecha, la izquierda se anota un porotazo al poner al Uruguay nuevamente en manos del Frente Amplio. Se anota, además, un tremendo triunfo al haber optado Tabaré Vázquez y Lula por la alternancia. (Deberíamos ir buscando una Dilma Rousseff o un Pepe Mujica en estas tierras, sería el mejor regalo que le podríamos hacer a la revolución ciudadana).
Mujica es un hombre rústico que ha sorprendido a más de uno a diestra y siniestra. Extraña que un tipo con ese currículum y ese perfil atípico seduzca a trabajadores y a inversionistas, a los postmodernos y los nostálgicos.
Miles de uruguayos le fueron a esperar en la cárcel, cuando salió: “Fue un abrazo fraternal interminable con todos. Aunque no puedo dejar de señalar que nunca dejé de ser libre. Puede sentirse como una monstruosidad, aparente, lo que voy a decir: le doy gracias a la vida por lo que he vivido. Si no hubiera pasado esos años de aprender el oficio de galopar para adentro, para no volverme loco de pensar, me hubiera perdido lo mejor de mí mismo. Me obligaron a remover mi suelo y por eso me hice mucho más socialista que antes”.
Impresiona su conciencia de necesidades esenciales como la crítica y el inconformismo para construir un cambio: “Queridos compañeros, critiquen, critiquen todo lo que quieran, pero no se sienten a criticar; vayan criticando en la medida que hacen, el que no hace no tiene derecho a criticar. Bienvenida la crítica de los que se comprometen, bienvenida la crítica de los que luchan. Malvenida la crítica de los cómodos, de los escépticos, de los que creen que no se puede cambiar nada. Estamos en una sociedad donde todos tendemos a ser un pequeño burgués, donde todos llevamos un consumista potencial adentro, no seamos tan jueces ni inflexibles con nuestros compatriotas y tengamos el coraje de ver nuestras propias debilidades. Si esta izquierda fracasa no viene una izquierda mejor, viene un derechazo que te hace retroceder décadas. Esta izquierda tiene sus defectos y sus carencias, pero esta izquierda es tu capital y es lo que pudimos conformar como sociedad y como pueblo a lo largo de muchas décadas”.
Lucidez. Audacia. Sencillez. Realismo. Tantas lecciones de ese Uruguay que produjo a Mujica. La izquierda no es ni la utopía por venir ni el pasado guerrillero: es el presente contradictorio y complejo, eso que empieza este lunes en el Uruguay.
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