Uno pensaría que Estados Unidos podría haber aprendido algunas lecciones de los errores del régimen de Bush. Pero parece que hoy está intentando repetir el mismo escenario con Brasil.
Cuando alrededor de 1970 Estados Unidos se percató por vez primera de que su dominación hegemónica era amenazada por la creciente fuerza económica (y por ende geopolítica) de Europa occidental y Japón, cambió su postura, buscando evitar que asumieran una posición demasiado independiente en los asuntos mundiales.
Estados Unidos dijo, en efecto, aunque no con palabras: hasta ahora los hemos tratado como satélites, les hemos requerido que nos sigan sin cuestionamiento alguno en la escena mundial. Pero ahora son ustedes más fuertes. Así que los invitamos a ser socios, socios menores, que tomarán parte con nosotros en la toma de decisiones colectiva, siempre y cuando no se alejen demasiado por cuenta propia. Esta nueva política estadunidense se institucionalizó de múltiples maneras –notablemente con la creación del G-7, el establecimiento de la Comisión Trilateral y la invención del Foro Mundial Económico de Davos como espacio de encuentro de la amigable elite mundial.
El objetivo principal de Estados Unidos era desacelerar la decadencia de su poder geopolítico. La nueva política funcionó tal vez durante 20 años. Finalmente la deshicieron dos eventos sucesivos. El primero fue la desintegración de la Unión Soviética en 1989-1991, que desmanteló el argumento principal que Estados Unidos había usado con sus socios, de que no debían ser demasiado independientes en el escenario mundial. Y el segundo evento fue el militarismo macho unilateral y autoderrotado del régimen de Bush. En vez de restaurar la hegemonía estadunidense, resultó en el devastador fracaso de Estados Unidos en 2003, cuando no pudo conseguir el respaldo del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas para su invasión de Irak. Las neoconservadoras políticas de Bush fueron un absoluto tiro por la culata y convirtieron el lento declinar del poder geopolítico estadunidense en una precipitada caída. Hoy, casi todos reconocen que Estados Unidos ya no tiene la influencia que alguna vez tuvo.
Uno pensaría que Estados Unidos podría haber aprendido algunas lecciones de los errores del régimen de Bush. Pero parece que hoy está intentando repetir el mismo escenario con Brasil. No pasarán 20 años para que este intento se desmadeje.
La principal jugada geopolítica que Obama ha emprendido es convertir la reunión del G-8 en una reunión de un G-20. El grupo crucial que fue añadido a la reunión son los llamados países del BRIC, que otros han llamado los países emergentes. BRIC son las siglas de Brasil, Rusia (ya incluida en el G-8), India y China.
Lo que Estados Unidos le está ofreciendo a Brasil es asociarse. Esto es muy claro en un informe reciente de un Grupo de Trabajo del Consejo de Relaciones Exteriores titulado US-Latin America Relations: A New Direction for a New Reality [Las relaciones Estados Unidos-América Latina: una nueva dirección para una nueva realidad]. El Consejo de Relaciones Exteriores es la voz del establishment centrista, y este informe probablemente refleja el pensamiento de la Casa Blanca.
Hay dos frases cruciales en este informe en lo que respecta a Brasil. La primera dice: el Grupo de Trabajo considera que profundizar las relaciones estratégicas con Brasil y México y reformular los esfuerzos diplomáticos con Venezuela y Cuba, no sólo establecerán una mayor interacción fructífera con estos países sino que también transformará positivamente las relaciones Estados Unidos-América Latina.
Y la segunda frase del documento aborda directamente a Brasil: El Grupo de Trabajo recomienda que Estados Unidos construya su colaboración existente con Brasil en lo que respecta al etanol para desarrollar una sociedad más consistente, coordinada y amplia que incorpore un amplio rango de asuntos bilaterales, regionales y globales.
Este informe se publicó en 2009. En diciembre, el Centro de Relaciones Exteriores organizó con la Fundación Getulio Vargas un seminario sobre el Brasil emergente. Por coincidencia, el seminario se realizó justo en un momento en que ocurrían la crisis política hondureña y la visita del presidente Mahmud Ahmadinejad a Brasil. Los participantes estadunidenses en el seminario no hablaban el mismo lenguaje que los brasileños.
Los estadunidenses consideraban que Brasil debería actuar como una potencia regional, es decir, como un poder subimperial. Los participantes estadunidenses no podían entender la desaprobación de Brasil hacia los nexos militares y económicos de Colombia con Estados Unidos. Pensaban también que Brasil debería asumir algunas responsabilidades en el mantenimiento del orden mundial, lo que significaba unirse a Estados Unidos en su presión sobre las políticas nucleares de Irán, mientras los brasileños sentían que la posición estadunidense respecto de Irán era hipócrita. Finalmente, aunque los participantes de Estados Unidos miraban la Venezuela de Chávez como lejos de ser democrática, los brasileños hacían eco de la caracterización de Venezuela que hace el presidente Lula al decir que sufre de un exceso de democracia.
En enero de 2010, Susan Purcell, una analista estadunidense conservadora, publicó en el Miami Herald una crítica a la política de su país respecto de Brasil, y le llamó pensamiento ilusorio. Bien puede tener razón. Desde su punto de vista, Washington necesita repensar sus suposiciones acerca del grado en que puede depender de Brasil para lidiar con problemas políticos y de seguridad en América Latina en modos que sean compatibles con los intereses estadunidenses.
También en enero, Valter Pomar, secretario de Relaciones Internacionales del Partido de los Trabajadores, el partido de Lula, dijo que la intención estadunidense de constituir un G-20 era “una tentativa de absorber y controlar los polos alternativos del poder… una tentativa de mantener la multipolaridad bajo control”. Él insistió en que, ante el conflicto entre respaldar los intereses capitalistas en el mundo como poder subimperial y respaldar los intereses democrático-populares, Brasil terminaría asumiendo esta segunda postura.
Dada la mayor fuerza de Europa occidental y Japón a principios de los años 70, Estados Unidos les ofreció promoverlos al estatus de socios menores. Francia y Alemania optaron por proseguir más todavía hacia un papel independiente en el mundo en 2003. Y Japón, en sus elecciones nacionales de 2009 y su elección de alcaldes en Okinawa en 2010, parece optar por lo mismo ahora.
Dado su incremento en fuerza, a Brasil le ofrecieron ser socio menor apenas en 2009. Parece que insistirá en un papel independiente en el mundo, casi de inmediato.
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