Un nuevo escenario de ajuste de la dominación está abierto en Centroamérica. Estados Unidos intenta consolidar su bloque de contención regional. En ese marco se inscribe el triunfo del PLN en Costa Rica. Y allí, también, deben leerse y seguirse con sentido crítico los comicios que tendrán lugar en Nicaragua y Guatemala en 2011.
Andrés Mora Ramírez / AUNA-Costa Rica
Andrés Mora Ramírez / AUNA-Costa Rica
(Fotografía: Laura Chinchilla, presidenta electa de Costa Rica)
Quizá la imagen más adecuada para describir las consecuencias inmediatas del triunfo del Partido Liberación Nacional (PLN), y de su candidata Laura Chinchilla, en las elecciones del pasado domingo 7 de febrero en Costa Rica, sea la de un cerrojo –otro más- que asegura la continuidad de las políticas neoliberales y la concentración de poder en torno a un reducido grupo político y económico (el de los hermanos Oscar y Rodrigo Arias, Presidente y Ministro de la Presidencia, respectivamente, y su círculo más inmediato).
Los datos ofrecidos por el Tribunal Supremo de Elecciones, tanto para la elección de Presidente y Vicepresidentes, como de Diputados a la Asamblea Legislativa, son contundentes: casi un 70% de los electores se inclinaron por opciones políticas que defienden los intereses de la derecha costarricense –un amplio abanico de pseudosocialdemócratas, liberales populistas y socialcristianos-, responsable de la imposición y ejecución del modelo de desarrollo neoliberal en el país (que arranca desde mediados de la década de 1980, con los programas de ajuste estructural del Banco Mundial / FMI), y afines a la hegemonía estadounidense en Centroamérica.
La magnitud de estos resultados son sorpresivos porque los dos últimos procesos electorales, a saber, las elecciones nacionales del 2006 y el referéndum sobre el TLC con los Estados Unidos en 2007, mostraron, más bien, la imagen de un país dividido, polarizado en torno a dos opciones antagónicas: una, condescendiente con el modelo económico del libre comercio y del neoliberalismo; y otra, sumamente crítica de este modelo y defensora de las históricas conquistas y derechos sociales costarricenses.
Sin embargo, el clima de inseguridad ciudadana reinante en el país, la novedad y entusiasmo de la candidatura de una mujer –por primera vez con opciones reales de acceso al poder-, la fragmentación y deriva estratégica de las fuerzas progresistas, unido a las viejas prácticas clientelistas que se realizan desde el aparato estatal, inclinaron la balanza a favor del continuismo del actual partido en el gobierno.
No obstante, la discusión sobre la vía neoliberal costarricense al desarrollo –y lo que se entienda hoy por este concepto- sigue abierta, y en el futuro, según las contradicciones de ese modelo económico-cultural y la dinámica de lucha y resistencia del movimiento social, podría configurar nuevos escenarios políticos.
Servidumbre estratégica.
Ahora bien, si ese cerrojo al que hicimos alusión al inicio cumple funciones específicas en Costa Rica, lo mismo cabe decir para el contexto regional, donde el triunfo del PLN se suma a una serie de acontecimientos y resultados electorales que reflejan los límites que ya enfrenta el llamado cambio de época en América Latina, y que condicionan las posibilidades de emprender transformaciones políticas y sociales más profundas.
Dos fenómenos marchan en paralelo en la actual coyuntura latinoamericana: por un lado, el despliegue de la política de EE.UU para América Latina, que se resume en contención y desestabilización del bloque de países del ALBA y gobiernos afines (Venezuela, Bolivia, Honduras, Paraguay o Argentina); y por el otro, el avance de la derecha latinoamericana y el reordenamiento de los equilibrios de fuerzas políticas en la región, mediante el apuntalamiento de un sistema de alianzas que incluye a México, Honduras (bajo el nuevo gobierno), Costa Rica, Panamá, Colombia, Perú y Chile.
Desde esa perspectiva, el triunfo del PLN supone un paso más en el afianzamiento del control geopolítico de los Estados Unidos ahora sobre el territorio mesoamericano, mediante la articulación de los tratados de libre comercio, el Proyecto Mesoamérica (Puebla-Bogotá) o los planes policíaco-militares Mérida y Colombia. De hecho, la presidenta electa propuso, en su plan de gobierno, aumentar la participación de Costa Rica en el Plan Mérida.
Y en el contexto centroamericano, la continuidad en el poder de la derecha costarricense solo ratifica el proceso de “ajuste del orden dominante” y de la hegemonía norteamericana, que se ha profundizado desde la firma del Tratado de Libre Comercio de Centroamérica, República Dominicana y Estados Unidos. Basta recordar que, en el marco de la negociación de ese tratado con la administración Bush, Costa Rica, El Salvador, Honduras y Nicaragua se unieron a la coalición internacional que, en el año 2003, apoyó la invasión norteamericana a Irak. Las élites centroamericanas se rendían, así, a la servidumbre estratégica de los intereses estadounidenses.
Esta tendencia se vio interrumpida, temporalmente, por la incorporación de Nicaragua y Honduras al ALBA (2007 y 2008, respectivamente), por la participación de los países centroamericanos en Petrocaribe y por la victoria electoral del Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional en El Salvador (2009). Así, nuevos factores aparecieron en la geopolítica de la región, relacionados ahora con el acercamiento a los gobiernos progresistas y nacional-populares de América del Sur. En particular, el de Venezuela.
No obstante, la reacción de las élites políticas y empresariales centroamericanas, y de los sectores más conservadores de los Estados Unidos, no se ha hecho esperar: ahí están, como prueba, la elección de Ricardo Martinelli en Panamá, el golpe de Estado contra Manuel Zelaya en Honduras y la posterior elección de Porfirio Lobo, y las presiones que recibe el Frente Farabundo Martí de parte de la Embajada de los Estados Unidos en San Salvador, para que su gobierno no se acerque al bloque del ALBA.
Un nuevo escenario de ajuste de la dominación está abierto en Centroamérica. Estados Unidos intenta consolidar su bloque de contención regional. En ese marco se inscribe el triunfo del PLN en Costa Rica. Y allí, también, deben leerse y seguirse con sentido crítico los comicios que tendrán lugar en Nicaragua y Guatemala en 2011.
Los próximos años serán decisivos: en juego estará la casi completa reconfiguración del mapa político regional, que por ahora favorece –desgraciadamente- la norteamericanización de la economía y la cultura, los espejismos del consumo que entrampan a la sociedad centroamericana, y la prolongación de la servidumbre estratégica: esa concepción política que pretende atar el destino de nuestros países al Norte y no al sur de nuestra América.
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