Celebrar un siglo de la sanción de la ley que abrió el camino al voto popular, tiene tanto significado para los argentinos de hoy como, salvando las distancias, la celebración del Bicentenario de la Independencia, dado el camino que deben realizar nuestras postergadas sociedades en torno a lograr una democracia participativa.
Roberto Utrero / Especial para Con Nuestra América
Desde Mendoza, Argentina
La política es la ciencia social y moral por excelencia. Su ejercicio se transforma en un arte al superar los intereses individuales para intentar lograr el bien colectivo. Cambio social y política, pueden tener su correlato en que la política cambia la sociedad, utilizando la forma retórica del quiasmo para exponer, cómo han operado los cambios en nuestra sociedad a través de los profundos movimientos políticos y viceversa.
En este sentido, recordar aquel lejano 10 de febrero de 1912, cuando se sanciona en el Congreso Nacional, el proyecto de ley enviado por el presidente argentino Roque Sáenz Peña, es un hito político fundamental porque a partir de ella se romperá el orden conservador de más de seis décadas y dará paso al primer gobierno popular, encabezado por el caudillo radical, Dr. Hipólito Yrigoyen en 1916.
La Ley 8.871 establecía el voto masculino, obligatorio y secreto, tomando como base los datos del padrón militar, dado que previamente se había establecido la ley del servicio militar obligatorio. La utilización de un “cuarto oscuro” transparentaba el acto eleccionario e impedía el fraude de los poderosos que compraban los votos o, directamente, votaban sin el consentimiento del ciudadano.
A través del ascenso del radicalismo al poder se podrán en marcha procesos sociales largamente postergados, se mejorarán las condiciones laborales de los trabajadores y se llegará a la famosa Reforma Universitaria de 1918 que tuvo lugar en la ciudad de Córdoba, dentro de los varios cambios operados.
La participación democrática lentamente hará surgir a una importante clase media, cuyo dinamismo promoverá la movilidad social por la que Argentina será reconocida y destacada dentro de América y el mundo. El escritor uruguayo Florencio Sánchez, tempranamente observó este fenómeno y puso en escena a “M’hijo el dotor”, obra teatral que representa de alguna manera este proceso.
El aluvión migratorio llegado desde la segunda mitad del siglo XIX y las primeras décadas del pasado, trajo consigo obreros y artesanos que el joven país requería en su expansión, pero también con ellos venían las ideas que revolucionaban a la vieja Europa, las que de algún modo iban a ser resistidas por la oligarquía vernácula que estaba empeñada en mantener sus privilegios. Esa matriz racial y el mestizaje emergente al mezclarse con la población local, buscaron expresarse y participar de las ventajas económicas del ubérrimo país al que habían arribado. De su influencia surgieron sindicatos, cooperativas, mutuales, partidos políticos y un sin fin de organizaciones sociales que irrumpieron violentamente en la sociedad.
La clase dominante, nucleada sobre todo en torno al General Julio Argentino Roca, quien había expulsado a los indios y ganado para los grandes hacendados sus tierras, va a ser el flamante presidente que en 1880, liderará enérgicamente a la Generación que se identifica con ese año. Con ella surge la denominada Argentina moderna, enriquecida y reconocida por los efectos de su modelo agroexportador.
Seríamos injustos también si no mencionáramos que a ese grupo dirigente se le debe la Ley 1420 de Educación Común que colaboró con la transformación de nuestra sociedad. Siendo éste el instrumento fundamental que permitió alfabetizar a la joven comunidad en un país sumamente vasto y deshabitado.
Los cambios operados en el mundo en las primeras tres décadas, la Gran Depresión rompieron con el orden democrático que tantas esperanzas había alentado. El golpe militar de 1930, fogoneado por la oligarquía agroexportadora, rompió con los sueños populares y nuevamente se impuso el fraude en el manejo de la política.
La extrema ingerencia del Imperio Británico en las cuestiones nacionales, las consecuencias de la Segunda Guerra Mundial de la mano de los aliados y la incipiente formación del Estado de Bienestar, a través de la participación de la Secretaría de Trabajo y Previsión a cargo del entonces Coronel Juan Domingo Perón, sientan las bases del 17 de octubre, hecho político trascendental que va a dar nacimiento al movimiento obrero organizado como sujeto político y social.
Con el peronismo en el poder, desde 1946, se pone en marcha un nuevo proceso de transformación de la sociedad que llevará dentro de los derechos políticos, al voto femenino mediante la sanción de la Ley 13010 de 1947, comprendiendo la universalización del electorado.
Es decir, debieron pasar 35 años para eliminar con la discriminación de los derechos cívicos de la mujer.
Celebrar este siglo de la sanción de aquella Ley, tiene tanto significado para los argentinos de hoy como, salvando las distancias, la celebración del Bicentenario de la Independencia, dado el camino que deben realizar nuestras postergadas sociedades en torno a lograr una democracia participativa.
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