La lucha indígena es una herencia histórica vital para el país. Sus reivindicaciones sobre agua, tierras o minería son legítimas y válidas. No se puede minimizarlas o descalificarlas. Pero también hay algunas posturas inviables y otras maximalistas, bajo el supuesto de que son los indígenas los únicos capaces de dar luces ciertas y verdaderas para el medio ambiente y el buen vivir a toda la sociedad.
Juan J. Paz y Miño Cepeda / El Telégrafo
Como siempre, poco o nada orientan los “análisis” de los políticos y “opinadores” que ven a la reciente “marcha indígena” en Ecuador como simple pugna entre Gobierno y oposición.
Lo cierto es que la movilización impulsada por la Conaie no fue exclusivamente indígena. Desde el inicio se sumaron a ella otros actores políticos. Y en su avance por la Sierra no demostró las adhesiones que podían esperarse. En Quito, en cambio, antena política y simbólica del país, la “marcha” fue numerosa porque se nutrió del indudable apoyo de una serie de sectores sociales.
Tampoco puede negarse el enorme apoyo popular al Gobierno. Decir que en calles y plazas quiteñas se hallaban “funcionarios públicos”, gente “pagada” o “traída” desde otras provincias solo tiene sentido para el ataque político, pero no para un análisis razonado sobre la situación. Porque hubo, sin duda, ciudadanos de otras regiones, así como quiteños y, además, sectores indígenas, que genuinamente también apoyan al Gobierno.
La lucha indígena es una herencia histórica vital para el país. Sus reivindicaciones sobre agua, tierras o minería son legítimas y válidas. No se puede minimizarlas o descalificarlas. Pero también hay algunas posturas inviables y otras maximalistas, bajo el supuesto de que son los indígenas los únicos capaces de dar luces ciertas y verdaderas para el medio ambiente y el buen vivir a toda la sociedad.
Hay líderes indígenas con quienes es posible dialogar, algunos francamente impresentables y otros abiertamente golpistas, como los que se pronunciaron a favor de los policías insurrectos el 30-S. Imposible no reconocer que la Conaie está dividida y que, comparativamente, ha carecido de la fuerza y el respaldo de sus movilizaciones en 1990 o en 2000.
Lo más grave para la Conaie es que se unieron a su movilización algunas fuerzas políticas y personajes con agendas y consignas propias, que aparecen como supuestamente “populares” dentro del pliego de 19 puntos presentado a la Asamblea Nacional. También aprovecharon para mezclarse oportunistas, electoralistas y golpistas. Y las derechas supieron utilizar a todos ellos para sus aplausos. Diversas fuentes y datos objetivos dan cuenta de la indudable atención gubernamental a los indígenas, aunque siga pendiente una deuda histórica con sus nacionalidades. Pero también es cierto que no se han tendido los puentes necesarios para un diálogo entre Gobierno e indígenas. La marcha ha servido para iniciar algún acercamiento.
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