sábado, 3 de marzo de 2018

México: Marichuy y la exclusión política

La campaña de Marichuy se transformó en evidencia viva de que una verdadera transición democrática sigue siendo asunto pendiente central de la agenda política nacional.

Luis Hernández Navarro / NODAL

Los promotores del voto útil pueden estar tranquilos. María de Jesús Patricio no quitará sufragios a nadie en la carrera presidencial. La voz de los pueblos indígenas en el país no aparecerá en la boleta electoral. La única aspirante a la Presidencia que durante estos meses recientes habló claramente sobre el despojo, la explotación, la opresión y discriminación que vive el México de abajo no será candidata.

Marichuy necesitaba 866 mil 593 firmas para obtener el registro. Aunque todavía falta una revisión final, obtuvo 281 mil 952 adhesiones, de las cuales 266 mil 385 fueron encontradas preliminarmente en la lista nominal. Falta aún verificar más de 10 mil rúbricas que se estamparon en papel y las inconsistencias que se tenían hasta el 19 de febrero, fecha del cierre del registro.

El nivel de confiabilidad de las firmas entregadas por la vocera del Concejo Indígena de Gobierno (CIG) es de 94.48 por ciento. Por mucho, el más alto de todos los aspirantes a una candidatura independiente. El resto hizo verdaderos actos de prestidigitación. El porcentaje validado de las firmas de Jaime Rodríguez, El Bronco, fue de apenas 59.46 por ciento; el de Armando Ríos Piter, 65.66 por ciento, y el de Margarita Zavala, 67.59 por ciento. El aspirante Édgar Portillo presentó apenas 2.63 por ciento de firmas verdaderas.

Las adhesiones de Marichuy fueron cosechadas por un ejército de voluntarios que no recibieron pago alguno ni recursos económicos para comprar los equipos telefónicos necesarios para escanear y transmitir las rúbricas al Instituto Nacional Electoral (INE). Mientras el resto de los aspirantes contrataron firmas especializadas o empleados para conseguir las firmas, el equipo de Marichuy (muchos de ellos jóvenes estudiantes) cooperó con la tarea sin paga alguna y sin otro estímulo que el de sumarse a una causa justa. En un país en que los votos se compran y el padrón electoral se vende, el grupo de apoyo del CIG dio un lección de dignidad y verdadera ciudadanía.

En prácticamente todo el mundo, participar electoralmente demanda grandes sumas de dinero. Hace años, se proyectó una película estadunidense titulada El gran despilfarro, que muestra cómo los comicios son una bestia insaciable que devora fortunas. En el filme, Montgomery Brewster, un jugador de beisbol venido a menos, recibe una herencia de 300 millones de dólares, condicionada a que sea capaz de gastarse 30 millones en un mes sin comprar nada. Para superar el reto no encuentra mejor salida que postularse como alcalde de Nueva York.

Como sucede en El gran despilfarro, en las contiendas electorales en México circulan ríos de dinero. Partidos y candidatos gastan enormes fortunas para triunfar o para evitar que sus adversarios ganen. Muchos de esos recursos no son lícitos, pero igual se usan. A contrapelo de esta tendencia, durante estos meses Marichuy se movió por prácticamente todo el país con muy poco dinero. Rechazó la ayuda oficial y dependió, en lo esencial, del trabajo libre y gratuito de sus simpatizantes. Las comunidades que visitó en los rincones más recónditos del país fueron sus anfitriones. Se mostró así que es posible hacer otra política que no gire alrededor del dinero.

Aun desde antes de que arrancara la campaña de María de Jesús Patricio, ella fue víctima del racismo y la misoginia más pedestre. Su doble condición de mujer e indígena sacó a relucir lo peor de la sociedad y la política mexicanas. Muchas buenas conciencias liberales, tan dispuestas a saltar a la arena pública a la primera oportunidad para cuestionar a personajes de nuestra vida política, guardaron silencio ante las agresiones.

Los ejemplos de las barbaridades que circularon en redes sociales son numerosos. La cuenta @nopalmuinoescribió: “Lo de #Marichuy es toda una payasada, votar por ella sólo por ser indígena y mujer… neta hay que estar pendejos”. Otro, que firma como Abogado del diablo, dijo: Yo sí votaría por #Marichuy. Se ve que tiene experiencia en limpiar a México. Otro más, que se hace llamar Gonz and Roses tuiteó: Esa #Marichuy se parece a la que limpia en mi casa. El enigmático 0111001Or disparó: Quién es #Marichuy y por qué no está haciendo pozole?

Sin embargo, no fueron éstas las únicas expresiones en su contra por la política más rancia. Desde las filas de cierta izquierda, algunos personajes quisieron presentarla no como lo que es, una mujer indígena brillante e inteligente con una larga trayectoria política propia, que defiende una causa ignorada en la campaña (la de los pueblos indígenas y el anticapitalismo), sino como una títere del zapatismo para restarle votos a ya sabes quién, e incluso, como un instrumento del gobierno o de Carlos Salinas de Gortari.

La campaña de María de Jesús Patricio tuvo gran éxito al evidenciar la existencia de esos resabios racistas, misóginos y excluyentes en la sociedad y la política mexicanas. De hecho, el que haya aflorado en la contienda electoral toda esta basura muestra una de las razones del porqué fue necesaria esa incursión.

Las dificultades que Marichuy y el CIG vivieron para aparecer en la boleta electoral muestran que, aunque formalmente existen en la ley las candidaturas ciudadanas, lo que prevalece es un régimen partidocrático en el que las cartas están marcadas en favor del monopolio de la representación política de los partidos. Pueden incursionar en la política como candidatos independientes (básica y casi exclusivamente) los políticos tradicionales.

Ese régimen partidocrático, elitista y excluyente, nacido del Pacto de Barcelona de 1996 (acordado por PRI, PAN y PRD), deja sin representación política a una enorme porción del país. Lejos de cuestionar la partidocracia, la lógica de los comicios de 2018 la refuerza. Basta ver las listas de candidatos a diputados y senadores de las distintas coaliciones y en sus propuestas de futuros gabinetes de gobierno, para ver que, en lo esencial, aunque compitan por siglas diferentes a su origen, muchos de los propuestos son los mismos de siempre. La campaña de Marichuy se transformó en evidencia viva de que una verdadera transición democrática sigue siendo asunto pendiente central de la agenda política nacional.

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