sábado, 4 de mayo de 2019

Washington, el golpismo y la tentación de abril

Estados Unidos ha sufrido una nueva derrota en la larga guerra que mantiene contra la Revolución Bolivariana, pero el imperio está lejos de resignarse, y cabe esperar que escale en sus acciones de agresión política, económica, mediática, psicológica y militar en las próximas semanas.

Andrés Mora Ramírez / AUNA-Costa Rica

Cuando a mediados del recién pasado mes de abril el asesor de seguridad nacional de Estados Unidos, John Bolton, acudió a un hotel de Coral Gables en Miami, para anunciar otra vuelta de tuerca en las sanciones arbitrarias e ilegales contra Cuba, Venezuela y Nicaragua, hizo algo más que nutrir de titulares a las usinas mediáticas hegemónicas y cosechar rabiosos aplausos de un auditorio repleto de contrarrevolucionarios cubanos –veteranos de la Brigada 2506-, opositores venezolanos y demás variantes del antilatinoamericanismo militante, quienes padecen su autoexilio en la metrópoli del sol, la fiesta y la fantasía capitalista.

Con su discurso, que coincidió con el 58 aniversario de la fallida invasión de Playa Girón en abril de 1961, apoyada y organizada por la inteligencia norteamericana para derrocar a la naciente Revolución Cubana, Bolton refrendó los compromisos electorales de la alianza de la administración Trump con el senador por Florida, Marco Rubio, y al mismo tiempo, puso en escena el modus operandi de la Casa Blanca en su política exterior hacia América Latina, que se sostiene en dos pilares: impostura y gestualidad.

Impostura de un discurso que invoca la libertad y la democracia como argumentos que encubren las verdaderas intenciones detrás de la agresión contra la Revolución Bolivariana –la apropiación de los recursos energéticos de Venezuela, el control de esta plaza geopolítica vital, y la contención de  la influencia de Rusia y China en el continente-, y de las amenazas y maniobras injerencistas que se urden contra países a los que se considera enemigos (Cuba, Nicaragua, Bolivia); y gestualidad, como base de una  estética y praxis imperial que, con bravatas y gamberrismo diplomático, evoca los tiempos del más tosco y duro intervencionismo vivido en el Caribe y Centroamérica hace casi un siglo.

Bajo esa lógica, la administración Trump, en la figura de sus agentes y operadores políticos extraídos de lo profundo de la ultraderecha venezolana, ha dado otro paso en falso en su guerra total contra Venezuela, al confirmarse el fracaso logístico y de movilización militar y popular del intento de golpe de Estado impulsado el pasado 30 de abril por el autoproclamado “presidente” Juan Guaidó, y por el ahora prófugo de la justicia Leopoldo López.  Sin reivindicar su autoría intelectual, pero confesando que seguían de cerca el desarrollo de los acontecimientos, el alto mando de la Casa Blanca –desde el presidente Trump al Secretario de Estado, Mike Pompeo-, no tuvo otra opción que mirar con frustración cómo se diluía una nueva asonada golpista, que ni siquiera el oficioso apoyo de las grandes cadenas noticias pudo mantener a flote.

Una vez más, como ya había ocurrido en Playa Girón hace casi seis décadas, o como sucedió en Caracas en 2001, cuando el pueblo y los militares comprometidos con el proyecto nacional-popular liberaron al presidente Hugo Chávez, derrotando así a los golpistas apátridas y al presidente George W. Bush, Estados Unidos cedió a la tentación del golpismo en abril y obtuvo idénticos resultados.

Washington sigue errando en su lectura de la situación política en Venezuela: no solo porque no quiere la paz, sino además porque ignora la dignidad nacional que recobró el país desde hace 20 años; porque obvia las raíces profundas que –a pesar del desgaste- ha echado el chavismo en un sector nada despreciable de la población y que explican su tenaz resistencia, y porque pasa de largo del patriotismo de otros sectores, muchos de ellos de la oposición, que no quieren la intervención extranjera y en cambio anhelan una solución pacífica y negociada a la actual crisis política y económica. Ha sufrido una nueva derrota en la larga guerra que mantiene contra la Revolución Bolivariana, pero el imperio está lejos de resignarse, y cabe esperar que escale en sus acciones de agresión política, económica, mediática, psicológica y militar en las próximas semanas.

Recordando los hechos del golpe que sufrió en 2001, el presidente Hugo Chávez reflexionaba de esta manera en el año 2010: “es necesario abonar, con el mejor fertilizante, la memoria; porque, allí siguen el Imperio, la burguesía y las empresas de la comunicación, llamando al Golpe: siguen tratando de dividir, siguen conspirando para desestabilizar el país, siguen saboteando y manipulando. La batalla no ha terminado. Es una historia que está viva, que sigue palpitando”. Un diagnóstico válido, hoy, para Venezuela y toda nuestra América.

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