sábado, 12 de octubre de 2019

Argentina: Los anclajes esotéricos del neoliberalismo

Desde los años vividos, con menor o mayor empeño en observar la realidad, acompañado por más o menos luces, incluyendo sorderas y miopías propias, pueden ser útiles al momento de hacer un raconto personal sobre indicios que se fueron dando para llegar donde estamos. Insisto, los sesgos y obsesiones son de total responsabilidad.

Roberto Utrero Guerra / Especial para Con Nuestra América
Desde Mendoza, Argentina

No hay que ser entendido para advertir que en la estética de los ’70 había inspiración en imágenes exageradas, inspiradas por el ácido lisérgico que comenzaba a circular a raudales entre la juventud. Botamangas anchas, colores estridentes, dibujos búlgaros, hasta el film Submarino amarillo de los Beatles, aparecía influido por esa visión.

Tampoco podemos pecar de ingenuos que “hacer el amor y no la guerra” no implicaba una rebelión contra las invasiones del imperio que debía alimentar su perversa industria terminada la Segunda Guerra. Eso bullendo en el seno de su propia sociedad, en el corazón sensible de los grupos musicales que invadieron los sesenta, los que luego se juntaron en Woodstock.

Pero que al sur del río Bravo, vivíamos nuestras propias insurgencias. Luego del triunfo de la revolución cubana y la contraofensiva imperial de la Alianza por el Progreso, que tuvo respuesta en la Conferencia de Punta del Este, donde el Che asistió personalmente, para esclarecer con su inconfundible verbo y marcar el paso de lo que luego vendría. Sus ideales y temperamento lo sacarían de la función pública y volvería a la lucha, en la creencia de que los pueblos campesinos que encontraba a su paso le seguirían. No fue así, lo sabemos, encontró la muerte en Bolivia el 9 octubre de 1967.

Fue el triunfo del imperio, celebrado con sus sumisos cómplices latinoamericanos, oficiales y suboficiales becados en la Escuela de las Américas de Panamá, dispuestos a combatir sus respectivos pueblos, cuyas luctuosas consecuencias hemos vivido en cada uno de nuestros países.

Los años setenta fueron más intensos que la década anterior, la Trilateral Comission con Nelson Rokefeler a la cabeza, pensaba que una sociedad católica como la nuestra debía tener un talón de Aquiles religioso, cientos de mormones y Testigos de Jehová invadieron las calles y ciudades, miles de biblias protestantes fueron repartidas gratis entre la población.

Milton Friedman ya había desarrollado su teoría económica monetarista y junto con el golpe de Pinochet en Chile, se pusieron en práctica allí. El blanco fueron militantes de la Unión Popular, comunistas, socialistas y cualquiera que se pusiera enfrente. No fue extraño que en la convulsiva Argentina que abría sus puertas al viejo caudillo proscripto y exiliado 18 años para asumir tras la “primavera Camporista”, la oscura Triple A saliera de caza de brujas. Era de esperar también que después del 24 de marzo de 1976, se desatara un vendaval de terror.

La permanencia del estado sitio como prevención de insurgencia, fue replegando a las personas a refugiarse en sus casas. El miedo imperante fue un estímulo al individualismo que se profundizaría después. Luego de tantos desmanes de los hombres, buscar la luz divina operó como una opción milagrosa. Los ateos, agnósticos o diversos creyentes comenzaron a advertir la necesidad de encontrar otras alternativas existenciales, el advenimiento de una nueva era, un cambio de paradigma ante la cercanía del nuevo milenio.

Por esos años Marilyn Ferguson publica La conspiración de Acuario y vende millones. La meditación trascendental, el hinduismo, el yoga comienzan a extenderse. Previo a esto aparecen científicos que vinculan campos de conocimientos poco explorados. Algo que ya había ocurrido a fines del siglo XIX con el impacto de la teoría evolucionista frente la religión tradicional y quienes vincularon la teología con la filosofía dando nacimiento a la Teosofía. La física cuántica con el misticismo oriental, el Tao de la Física de Fritjof Capra revolucionó y perturbó a las mentes inquietas. Otros estudiosos se plegaron a esa vanguardia desde la psicología, la economía, dando cada uno su aporte y conformando escuelas que revolucionarán el desarrollo personal.

Así como en su momento los Beatles fueron atraídos por los monjes tibetanos, muchos partieron a Big Sur, en California al Esalen Institute. Un prestigioso centro formativo creado en los cincuenta por donde pasaron muchas celebridades y que cobró bríos en los ochenta, justamente cuando varios estudiosos como Capra coinciden allí.

En lo personal, la caída de la dictadura, el advenimiento de la democracia y mis posgrados en Río de Janeiro y San Pablo, donde me sorprendió la rápida convocatoria a elecciones, el triunfo radical y el retorno masivo de exiliados.

El gobierno de Alfonsín y de Sarney coinciden en sentar las bases del MERCOSUR y, con un grupo de amigos nos animamos a fundar el Instituto Cultural Argentino Brasileño, con el objeto de acercar la lengua y la cultura del gigante vecino, luego de las dictaduras que sólo estimulaban las hipótesis de conflicto entre hermanos. En 1978, con las estridencias del Mundial de fútbol, habíamos soportado las bravuconadas de los militares de ambos lados de la cordillera. El General Menéndez hacía alardes que de invadir Chile a la tarde se mojaba los pies en el Pacífico. Años negros, descarados y sangrientos que, mientras nos avergüenzan a la mayoría, otros, los beneficiarios económicos, los evocan con nostalgia.

Advertir las ventajas de la construcción de relaciones culturales, más allá de las comerciales y complementarias entre los países signatarios del Tratado, fue un aire renovado para quienes habíamos vivido la experiencia de compartir estudios con latinoamericanos en los dos cursos realizados.

Sin embargo, la fragilidad gubernamental del líder radical fue arrasada por el aluvión menemista que, ya había traicionado el mandato popular tras su alianza con lo más conservador y retrógrado de la política argentina.

Su asunción coincide con el Consenso de Washington, el fin de la historia, la caída del Muro de Berlín. Prolegómenos de una segunda experiencia neoliberal, aunque en aquellos tiempos no teníamos el término preciso para designar lo que vendría tras la envestida de reformas estructurales.

Yo había conocido a Menem como gobernador de La Rioja años antes, me había sorprendido su magnetismo personal, me ofreció dos trabajos allí, uno en el gobierno y otro en la Universidad y, por esas raras intuiciones, desistí el ofrecimiento que, de haber estado a su lado, seguramente, estaría acompañándolo en el gobierno nacional, como lo hicieron mis comprovincianos Eduardo Bauzá y José Roberto Dromi, mi profesor de Derecho Administrativo, autor de las nefastas Ley de Reforma del Estado y Emergencia Económica que privatizaron las empresas del Estado y derrumbaron el modelo de país que caracterizó al peronismo fundador.

A partir de entonces, era muy difícil explicar nuestra adhesión al movimiento nacional y popular. Cuestión que trajo grandes disidencias como fue el Grupo de los Ocho, de donde salió Carlos Chacho Álvarez, Juan Pablo Cafiero y otros que después desafiarían en las elecciones en la reelección del riojano y, luego conformarían la Alianza.

Desde la derrota, desde el retiro voluntario de Ferrocarriles Argentinos, donde trabajé 25 años y la reinvención profesional que dejó la intemperie, mirar desde abajo las esquirlas del exitismo de unos pocos, fue empezar a husmear esos indicios extraños que iban contagiando a los sectores progresistas de la sociedad.

Ahí entendimos que la venta de las joyas de la abuela se celebraban con pizza con champán, que las relaciones carnales con EEUU posibilitaban viajar sin visa a Miami y que, la paridad del uno a uno con el dólar, nos igualaba a cualquier yanqui de a pie. El engaño mejor logrado, tanto como el actual “Sí se puede” pleno de mentiras de este renovado y viejo predador de ojos celestes.

El menemismo fue una época súper cholula en que, para abstraernos hacíamos cursos de desarrollo personal, programación neurolingüística PNL y psicología trascendental; indagábamos en la carta astral para ver qué nos reservaban los planetas, buscábamos el equilibrio interno, meditábamos y nos recluíamos en círculos cerrados, creyendo que de esa forma crecíamos interiormente, mientras la sociedad se iba al carajo en mil pedazos por todos los rincones.

El fantasma de un individualismo extremo destrozaba los lazos familiares deteriorados por el desempleo en el seno de cada hogar de obreros y empleados de las empresas privatizadas; las organizaciones sindicales, barriales, los clubes, todas las experiencias solidarias colectivas estaban siendo socavadas, boicoteadas por un consumismo en donde la envidia al vecino era el motor que movía todas las ambiciones en ese universo material. Eso nos llevó a este puerto inhóspito en que estamos anclados. Pero entonces eran retortijones espirituales, fogonazos esporádicos en pesadillas culposas que acosaban a quienes sospechábamos de tanta estupidez farandulesca.

Caer de bruces de la noche a la mañana en diciembre de 2001. Fue un antes y un después. Despertarse gritando ¡Que se vayan todos! Cansados de la política y el descrédito de todos los dirigentes, puso de un plumazo la cruda realidad oculta hasta el momento.

Los espejitos de colores con forma de globos amarillos del 2015 y los candidatos nos puso en guardia a sabiendas de lo que se venía, de cuya crónica semanal hemos dado testimonio no sin antes sorprendernos de lo rápido y devastador que ha sido el tsunami macrista.

Señales que ya no eran sólo locales sino que abarcaban un amplio espectro de países de la región, junto con el advenimiento de un personaje como Donald Trump en la primer potencia bélica y otros tantos derechosos en Europa.

De modo que todos aquellos ingredientes dispersos y hasta inconciliables luego de medio siglo, nos recuerdan el aleteo de la mariposa amazónica originando el huracán caribeño que vino después. Más sofisticadas, más groseras, íntimas o colectivas como la Iglesia Universal, nos arrastraron nuevamente al pozo más profundo e injusto, donde está en vilo la dignidad de ciudadanos, las instituciones democráticas frente a los caprichos y apetencias de los poderosos y, sobre todo, los derechos adquiridos luego de siglos de lucha por sociedades políticamente soberanas, económicamente libres y socialmente justas.

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