sábado, 5 de octubre de 2019

Estados Unidos: migrantes, fascismo y racionalidad imperial

No estamos ante un incidente aislado, sino ante la expresión desalmada de una ideología y de un programa político que declara la guerra a los pobres y excluidos, a esa humanidad desesperada que emprende peligrosas travesías para acceder, al menos, a una mínima fracción de las condiciones de vida que les son negadas en sus países de origen. 

Andrés Mora Ramírez / AUNA-Costa Rica

Disparar a las piernas de los migrantes que intenten ingresar irregularmente a los Estados Unidos; construir un foso lleno de agua y repleto de caimanes y serpientes, que complemente la seguridad del muro de la infamia que se levanta en la frontera con México; fortalecer las medidas de seguridad de las barreras fronterizas existentes, colocando púas en la parte superior y sistemas que realicen descargas eléctricas contra quienes intenten superarlas: estas son sólo algunas de las medidas que, de acuerdo con publicaciones de la prensa estadounidense, el presidente Donald Trump puso sobre la mesa en diferentes reuniones sostenidas con sus asesores de seguridad nacional durante los últimos meses. Todo un ideario fascista de represión y exterminio del otro, que poco tendría que envidiar a las ideas planteadas en su tiempo por el ideólogo del nazismo Heinrich Himmler.

Pero no son estos los únicos exabruptos lanzados recientemente por el mandatario en relación con el problema migratorio, que ha convertido ya en el eje de su campaña para la reelección presidencial en los comicios de 2020. En la Asamblea General de la ONU, un Trump agresivo y vociferante no dudó en amenazar a las personas que intenten ingresar irregularmente a los Estados Unidos: “si llegan no se les permitirá entrar, pronto serán retornados a sus países, no se les dejará libres (…). Mientras yo sea el presidente aplicaremos nuestras leyes y protegeremos nuestras fronteras”, en tanto que omitió toda referencia a las violaciones de derechos humanos que comete el gobierno federal contra niños y adultos en los campos de detención de migrantes en la frontera con México.

No estamos ante un incidente aislado, sino ante la expresión desalmada de una ideología y de un programa político que declara la guerra a los pobres y excluidos, a esa humanidad desesperada que emprende peligrosas travesías para acceder, al menos, a una mínima fracción de las condiciones de vida que les son negadas en sus países de origen. Esa visión de mundo, esa mentalidad devenida hegemónica de la mano del capitalismo, encarna coyunturalmente en la figura de Trump, pero va más allá de este odioso personaje.

Como bien lo afirmó el intelectual Howard Zinn, “no hay país en la historia mundial en el que el racismo haya tenido un papel tan importante y durante tanto tiempo como en los Estados Unidos”. Este fenómeno, que está en la génesis de su surgimiento como república y su posterior desarrollo como imperio, nos ayuda a comprender el ascenso de Trump como una consecuencia perfectamente posible y casi natural de la evolución del sistema político, económico, social y cultural estadounidense, y de la matriz ideológica que lo sustenta –el destino manifiesto como proyecto civilizatorio, las visiones supremacistas y de predestinación divina para dominar el mundo, el racismo y la xenofobia, que acabaron por imponerse a los principios emancipadores del liberalismo-. Es aquí, y no en las teorías de la conspiración (la trama rusa), donde deben buscarse las causas de la crisis profunda que vive la potencia del norte, la gran miseria que corroe los cimientos de la democracia imperial.

Desde esa perspectiva, nada de extraño tiene que la lógica del ejercicio del poder y la racionalidad imperial que produjo, por ejemplo, las perturbadoras prácticas de tortura en las cárceles de Abu Ghraib en Irak o de Guatánamo en Cuba, gestadas en el marco de la guerra infinita contra el terrorismo y del supuesto resguardo de la seguridad nacional de los Estados Unidos, produzcan ahora las imágenes igualmente perversas –fosos, reptiles venenosos, descargas eléctricas- que subyacen al discurso y las políticas anti-inmigrantes que emanan desde la Casa Blanca en Washington. 

Quizás por eso, hace casi setenta años, en su Discurso sobre el colonialismo, el poeta martiniqueño Aimé Césaire, en su demoledora crítica sobre el rumbo civilizatorio que seguía Occidente a pocos años de finalizada la Segunda Guerra Mundial, nos advirtiera del “gran riesgo yanqui”: la estadounidense, decía, “es la única dominación de la que no se sale. De la que no se sale por completo indemne, quiero decir”. ¡Cuánta razón en sus palabras, comprobadas durante décadas de intervencionismo, opresión, desprecios, ultrajes y  violencias de todo tipo, sufridas por los pueblos latinoamericanos y del resto del mundo!

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