sábado, 13 de enero de 2024

La revolución planetaria actual

 Lo que hoy está en crisis no son los ideales de la Ilustración sino su ausencia en vastas regiones que vienen saliendo del  colonialismo europeo, como es el caso del Medio Oriente, Asia y África, o  del imperialismo norteamericano como es el caso en Nuestra América.  

Arnoldo Mora Rodríguez / Para Con Nuestra América


Al hablar de “revolución planetaria” en el fondo estamos haciendo un planteamiento filosófico de la más honda envergadura, pues nos estamos planteando la pregunta fundamental, a saber, cómo construir lo  “humano” en la sociedad de hoy o, como decía el filósofo social Tônnies, cómo pasar de la “sociedad” ( entre los griegos ”demos”) a la “comunidad” (entre los griegos ”polis”) , o sea, cómo hacer que la humanidad, además de ser una especie biológica, se constituya en una sola y verdadera familia ( entre los griegos”coinonía”). 

 

Para eso debemos comenzar por hacer un análisis o diagnóstico muy general de la realidad actual. Todo debe comenzar por  hacernos la pregunta primera y fundamental sobre dónde estamos parados en estas primeras décadas del tercer milenio que se inició con el presente siglo. Se ha dicho con razón que no estamos en una época de cambios sino en un cambio de época; cabe, entonces, preguntarse sobre cuál  es la época que ha terminado y qué indicios tenemos de la época que ha comenzado, a qué parto de humanidad estamos asistiendo, pues, como decía Nietzsche, la humanidad es posible porque es el resultado del más monstruoso de los incestos, dado que somos al mismo tiempo padres e hijos de nosotros mismos, llevamos en nuestras entrañas la gestación de lo que nosotros mismos seremos; somos gente que está embarazada de sí misma, ya que gracias a nuestras relaciones sociales y culturales estamos construyendo la humanidad; el ser humano no existe como ya dado, sino que lo hacemos, lo construimos o destruimos cada día con cada uno de nuestros actos (Sartre). 

 

De ahí la pregunta: ¿Qué tipo de humanidad estamos construyendo? ¿Estamos engendrando monstruos de los que nosotros mismos somos sus progenitores y sus víctimas? ¿Qué perspectivas, qué esperanzas,  qué peligros y amenazas acechan a la humanidad? La filosofía, más que ofrecer respuestas como si fueran recetas de botica, plantea interrogantes (Heidegger); la razón no es  tanto la capacidad de afirmar dogmáticamente o negar tajantemente, cuanto la capacidad de interrogar y, sobre todo, de interrogarse, como solía hacer Sócrates en las calles de la clásica Atenas.  Pero los grandes interrogantes a que se aboca la reflexión filosófica, si bien se dan en la intimidad y el silencio de nuestras subjetividades, en realidad no son más que el reflejo o el eco de los conflictos culturales y políticos de la época en que nos ha correspondido vivir, basados en la estructura económica de la sociedad en cuyo seno se vive y se muere;  nuestra angustia existencial es la expresión de los problemas que agitan a la humanidad entera, son los desafíos propios de una época, a la que tipifican y definen. …Veamos, entonces, en breve diagnóstico, lo que está pasando en el mundo actual. 

 

A propósito de la época en que vivimos después de la Guerra Fría, esto es, en el tránsito de un siglo a otro, se hablaba de “postmodernidad”; de mi parte, prefiero hablar de “crisis de la modernidad”;  “crisis” en filosofía no significa problema en el sentido peyorativo del término, sino la toma de conciencia de que algo tiene límites; la razón se define por su capacidad de establecer los límites del tema de que se ocupa, con lo que ese asunto u objeto de estudio se desmitifica, se descubre en su condición de contingente o finito (Kant). De ahí que, cuando hablamos de ”crisis de la modernidad”, debemos preguntarnos cuándo comenzó la modernidad, cuándo se dio su  génesis o término a quo; lo cual hace de la temporalidad la materia constitutiva u óntica del ser humano (Heidegger). 

 

A la pregunta sobre los orígenes de la modernidad, debemos responder que ésta comenzó con la  ideología ilustrada, lo que posibilitó forjar los estados nacionales.  Hablamos de la  ideología más radical que ha forjado Occidente y que los franceses llamaron “Ilustración”. Se trata de una ideología con pretensiones de universalidad absoluta (los revolucionarios franceses hablaban de los “derechos del hombre y del ciudadano”); hasta el punto de que en los dos siglos posteriores se ha extendido al mundo entero y ha definido el ámbito de lo que se entiende por “política”. En el caso concreto de nuestra Independencia de España, lo que se dio en estas tierras fue su incorporación al movimiento universal ilustrado con mayor o menor intensidad, lo que nos  posibilitó forjar los estados nacionales y, con ello, nuestras nacionalidades excepto en aquellas naciones pluriétnicas donde el factor cultural predominó sobre el político; tal es el caso de Bolivia en el Cono Sur y de Guatemala en Centro América. 

 

Lo que hoy está en crisis no son los ideales de la Ilustración sino su ausencia en vastas regiones que vienen saliendo del  colonialismo europeo, como es el caso del Medio Oriente, Asia y África, o  del imperialismo norteamericano como es el caso en Nuestra América.  Los ideales, la utopía, el modelo de humanidad que forjó la Ilustración es lo que hoy está en crisis en los propios países que los engendraron, gracias a que hicieron las revoluciones democrático-liberales de los siglos XVIII y XIX; pero ahora, debido al auge de los movimientos fascistoides en Europa,  en los Estados Unidos y, por su influencia en  todo el mundo, también en nuestra región cunde la amenaza de nuevas versiones del fascismo, como lo vemos  y padecemos en países grandes que vivieron  no hace mucho bajo sangrientas dictaduras, por lo que sus instituciones democráticas son todavía muy débiles; tal es el caso de Brasil hace poco y de  Argentina actualmente. 

 

Más grave  aún es la amenaza de una conflagración planetaria de imprevisibles consecuencias, provocada por la  absurda y criminal pretensión de Occidente de arrogarse la pretensión de ser la única potencia dominante en el mundo, dado el poder que da el arsenal nuclear en manos de las   grandes potencias y de sus satélites. Las guerras dejaron de ser locales o regionales para adquirir un carácter planetario, que amenaza con destruir a la humanidad entera; las guerras dejaron de ser un enfrentamiento militar para convertirse en masacres de poblaciones indefensas enteras; hoy los muertos no son soldados sino niños, mujeres, ancianos y enfermos; lo que hoy hace el nazisionismo en Gaza es lo que le espera a la humanidad si sigue en esta espiral de violencia genocida; lo que hoy vivimos es un estado demencial de delirio suicida  de la especie sapiens; la “civilización” no es más que barbarie  desenfrenada. 

 

Hemos comenzado el peor de los años de la historia de la humanidad. Como salida  a esta ominosa realidad sólo cabe construir un nuevo ser humano, una nueva humanidad, lo que yo suelo llamar un nuevo “sujeto histórico”, un ser humano que sea capaz de escribir una nueva historia de paz en el planeta, una paz  entre los humanos basada en la justicia, una paz impregnada de amor hacia la Naturaleza  y una paz que sea el reflejo de un estado permanente de  paz consigo mismo…Tal es  la nueva utopía, que se ha convertido en destino en el sentido griego de la palabra “moira”, esto es, una realidad que se impone más allá de nuestro albedrío, pero que en este caso significa nuestra perpetuación como seres vivientes  como única alternativa frente a nuestra autodestrucción en un final apocalíptico proveniente, no de una divinidad sino causado por  nuestra incapacidad de administrar el descomunal poder  de que nos ha proveído el avance ilimitado de la ciencia y la tecnología. Estamos ante el dilema de Hamlet: ser o no ser.     

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