sábado, 28 de septiembre de 2024

Asamblea General de la ONU: sin lugar para el optimismo

 Ninguno de los líderes mundiales que desfilaron por el podio de la ONU esta semana tuvo una visión favorable de la época ni de la coyuntura que vivimos. No es para menos.

Rafael Cuevas Molina / Presidente AUNA-Costa Rica 

La guerra
 asola o amenaza las cuatro esquinas del mundo. En la que se desarrolla en el corazón de la “civilizada” Europa, la sombra de la bomba nuclear no ha sido nunca tan clara como ahora. Ya Rusia modificó su doctrina al respecto, e hizo ver a los cabezas calientes de los Estados Unidos, Gran Bretaña y la OTAN, que no vacilará en usarla si se pasan ciertos límites que ha puesto como líneas rojas que no se pueden cruzar. Pero el discurso guerrerista que va en dirección contraria se mantiene. Alemania va camino de transformarse en nueva potencia militar mundial y, a como van las cosas, podría pasar que en no mucho tiempo la tengamos nuevamente, como en los años treinta del siglo XX, armada hasta los dientes y con un gobierno de extrema derecha. 
 
La masacre en Medio Oriente (que no puede ser llamada propiamente una guerra) es un verdadero polvorín. La humanidad contempla cómo sobre las costas del Mediterráneo -espacio en el cual se gestaron los pilares de la hoy mundialmente dominante civilización occidental- Israel perpetra un genocidio contra los palestinos. Israel es la ficha de Estados Unidos en la estratégica región del Medio Oriente, y actúa ahí con total impunidad. Joe Biden lo dejó claro en su discurso ante la Asamblea General, no solo continuará apoyándolo, sino que echará las culpas de todo lo que pasa a los enemigos del Estado sionista. 
 
Es decir que, en un radio no mayor a mil quinientos kilómetros cuadrados, hay dos focos bélicos peligrosísimos que ponen en riesgo no solo la paz, sino también la vida sobre el planeta Tierra.
 
Eso, para no mencionar las crecientes tensiones en el sudeste asiático, en donde las dos mayores potencias de nuestro tiempo se rozan amenazantes, y los socios menores se golpean el pecho -como los grandes simios en son de guerra- lanzando misiles potenciales portadores de ojivas nucleares, y se acusan mutuamente de cruzar constantemente las zonas de sus respectivos dominios en mar y aire.  
 
Por otro lado, el cambio climático. El diario El País cataloga como “catastrofista” la visión de quienes ven con desaliento y horror el mundo que ya se nos vino encima, y menciona de forma explícita el discurso de Gustavo Petro. El País sabe, de sobra, que este punto de vista no es catastrofista, sino realista. Un rápido vistazo a lo que las noticias nos traen diariamente da cuenta de un mundo asolado por inundaciones, sequías, incendios y otras desagracias provocadas por el cambio climático. Sin ir más lejos, la capital del Ecuador, Quito, se encuentra con cortes de energía eléctrica casi permanentes por el desabastecimiento de los embalses que producen la electricidad en el país, y una inédita ola de incendios devastan, igual que en Bolivia, los bosques que, en estos casos, llevan sus consecuencias hasta sus respectivas capitales. En Bolivia, hasta La Paz llegan las nubes de humo que la envuelven, y en Quito, el fuego cerca zonas residenciales de las que la gente sale huyendo despavorida. Y no ahondamos en lo que sucede en la Amazonía. En el principal pulmón del mundo, las sequías inéditas no dan tregua. Las imágenes que nos llegan son pavorosas, ríos totalmente secos, extensas zonas desertificadas por la tala indiscriminada para transformar la tierra en pastizales o apta para cultivos como la soja.
 
Solo mencionamos dos de las dimensiones más importantes de esta crisis sistémica de la civilización occidental, que parece estarnos condenando a una agonía mundial que en la ONU se expresó como gritos de desaliento y alarma, pero que parece que no encuentra el eco requerido en la vida de los humanos que no bajan ni modifican sus índices de consumo, no toman medidas para disminuir (ojalá llevar a la desaparición) de las desigualdades, atizan el fuego de la guerra y parecen querer dominar sobre un mundo que puede quedar reducido a cenizas.
 
Todo lo contrario. Las tendencias del desarrollo actuales dan cuenta de cómo todos estos males, que nos amenazan como espada de Damocles, no solo siguen impertérritos su camino, sino que se aceleran y profundizan. Es posible que haya quienes sigan confiando en el ser humano, en alguna mano divina o en un golpe de suerte que cambie el rumbo que llevamos. Pero nada de eso se avizora en el horizonte.

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