Desde la perspectiva histórica, son al menos cinco los factores centrales que impiden el desarrollo económico y social en América Latina: 1. La vigencia del sector primario-exportador; 2. Estados sin fuertes capacidades económicas; 3. La hegemonía de una clase empresarial sin visión social; 4. Gobiernos orientados al privilegio de los grupos del poder; 5. Sistema educativo tradicional.
Juan J. Paz-y-Miño Cepeda / www.historiaypresente.com
La época colonial marcó la preeminencia del sector primario-exportador en el conjunto de la economía. La fundación de las repúblicas no alteró esta matriz estructural. Tampoco las revoluciones industriales fueron aprovechadas para modernizar a los países latinoamericanos pues si bien México, Brasil o Argentina lograron avances industriales y medianamente Chile o Colombia, el resto de los países desarrolla industrias en el siglo XX, pero sin alterar la primacía del sector primario-exportador. Hasta hoy pesa más este sector y el terciario del comercio y, sobre todo, la banca. Industria y tecnología han sido relegadas.
Los Estados nacionales latinoamericanos del siglo XIX eran eslabones de las reducidas y poderosas clases terratenientes y comercial-financieras. La situación cambió lentamente en el siglo XX por el avance provocado con el fortalecimiento de los diversos movimientos sociales. Sin embargo, los Estados de la región no han adquirido fuertes capacidades de intervención económica, como ocurrió en Estados Unidos y particularmente en Europa. Estados institucionalmente débiles, cuyo “intervencionismo” es cuestionado por los grupos dominantes, carecen de fortalezas para asegurar a sus ciudadanos las inversiones en infraestructuras o servicios esenciales como educación, salud, medicina y seguridad social, universales y públicas, que caracterizan a países con desarrollo del bienestar social.
El dominio económico, social y político de la clase terrateniente surgida en la época colonial y consolidada durante el siglo XIX creó hábitos rentistas y explotadores de la fuerza de trabajo mayoritariamente campesina e indígena. La clase terrateniente carecía de visión industrializadora e incluso comercial-financiera. De allí provinieron los primeros núcleos empresariales. Desde mediados del siglo XX el crecimiento del empresariado latinoamericano será constante, pero su mentalidad ávida para los buenos negocios y las ganancias rápidas no ha promovido el mejoramiento de las condiciones de vida y trabajo de la población. Las élites empresariales siguen considerando a las leyes laborales como obstáculos a los negocios. No advierten las potencialidades para el crecimiento económico que proporciona la existencia de un fuerte mercado interno y el progreso material, industrial y tecnológico de los países, como se ha demostrado en las regiones de capitalismo central. Existe una clase empresarial que no está dispuesta a pagar impuestos, esconde capitales en paraísos fiscales o los saca del país, acumula riqueza sin responsabilidades sociales.
Desde luego, el fortalecimiento de capacidades estatales tiene que ver con el tipo de gobiernos que acceden al control del Estado. Aquellos gobernantes que privilegian los intereses exclusivos de las clases dominantes han resultado nefastos para el desarrollo económico y social en América Latina. En contraste, son los gobiernos con visión social los que mejor han fortalecido las capacidades estatales orientadas al bienestar colectivo. Así ocurrió con varios gobernantes liberales y radicales en el siglo XIX, con los “populismos” clásicos del siglo XX, con gobiernos desarrollistas y populares y, sin duda, con los gobiernos progresistas contemporáneos, tan combatidos por las derechas económicas y políticas.
Y, finalmente, la buena educación es un factor poderoso para movilizar las condiciones más favorables para la productividad, la innovación empresarial, el progreso material, científico y técnico. Por desgracia, en lugar de reforzar la educación pública y universal, potenciando sus capacidades, bajo la visión neoliberal se ha privilegiado la educación privada. No se ha alterado la matriz estructural de la educación tradicional y de las profesiones clásicas, lo cual, evidentemente, tiene que ver con el mantenimiento de economías primario-exportadoras que desalientan el progreso científico y la educación superior, como elementos de progreso.
Desde la época colonial la dependencia externa ha sido un factor que ha marcado el subdesarrollo de América Latina. A partir del siglo XIX actúa en el mismo sentido la expansión de las potencias capitalistas y particularmente de los Estados Unidos, al tratar de imponer sus intereses económicos incluso contra las soberanías nacionales. Sin embargo, las NN.UU. declararon como “década del desarrollo” a la de 1960 y el desarrollismo favoreció importantes cambios en los que se involucraron tanto la Alianza para el Progreso, promovida por los EE.UU. para impedir cualquier avance “comunista” en la región, como el pensamiento de la CEPAL, fundamental en las reformas estructurales de entonces. Se demostró posible converger en la búsqueda del desarrollo. Pero también el ilegítimo bloqueo norteamericano contra Cuba ha demostrado cuán pernicioso resulta un cerco económico que tiene el propósito de impedir el desarrollo de este país. También hay factores ideológicos y culturales que se convierten en obstáculos al desarrollo: en México, por ejemplo, hubo inicial oposición al Tren Maya construido por el gobierno de Andrés Manuel López Obrador -una infraestructura de positivo impacto para las comunicaciones, el transporte y la dinamización económica-, y se utilizaron argumentos ambientalistas y comunitarios en su contra.
En los esfuerzos por pensar el desarrollo nuevamente la CEPAL define estrategias para el presente. Su documento Panorama de las Políticas de Desarrollo Productivo en América Latina y el Caribe (https://t.ly/nNUnb), que acaba de lanzarse, merece particular atención, por recuperar una visión integradora para la promoción del desarrollo con bienestar social en la región. Allí se definen las “tres trampas que inhiben su desarrollo: una de baja capacidad para crecer, otra de alta desigualdad, baja movilidad social y débil cohesión social, y otra de bajas capacidades institucionales y de gobernanza poco efectiva”. La entidad pormenoriza sus análisis y ofrece más de 80 recomendaciones prácticas en torno a siete ejes de acción, para que los países latinoamericanos orienten su transformación productiva.
Lo que cabe destacar, adicionalmente, es que el nuevo pensamiento cepalino se aparta de la perversa idea de “libertad económica” que ha traído consecuencias desastrosas para las sociedades latinoamericanas, como se experimentó en las décadas finales del siglo XX y con los gobiernos empresariales del siglo XXI. En la actualidad sobresale Argentina, que bajo la ideología libertaria anarco-capitalista, ha producido una inédita ruina económica y ha liquidado cualquier camino hacia el bienestar de la población; pero también Ecuador, que desde 2017 ha revivido antiguas condiciones del subdesarrollo que han derivado en una combinación de economía en deterioro, dominio oligárquico, desinstitucionalización estatal y derrumbe de las condiciones de vida, trabajo y seguridad ciudadana, impactada por el avance que ha adquirido la narcodelincuencia.
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