¿Cuál es el significado de este cambio radical, más veloz que cualquier otro experimentado por el continente hasta la fecha, que ha producido el mayor número de gobiernos progresistas, sean de izquierda o de centro-izquierda, visto en toda su historia?
Emir Sader
El nuevo siglo arranca en América Latina con un sorprendente comienzo. El continente, que había sido un territorio privilegiado para el neoliberalismo y donde primero fue aplicado –en Chile y Bolivia–, se ha convertido rápidamente en el área privilegiada no sólo de resistencia sino de construcción de alternativas al mismo. Se trata de dos caras de la misma moneda: precisamente por haber sido el laboratorio de los experimentos neoliberales, América Latina se está enfrentando ahora a sus consecuencias. Las décadas de 1990 y 2000 han sido dos décadas radicalmente opuestas. Durante la primera, el modelo neoliberal se impuso en diversos grados en prácticamente todos los países del continente, si exceptuamos Cuba. Clinton, que ni siquiera cruzó el río Grande para firmar el primer el Tratado de Libre Comercio de América del Norte, se vio obligado poco después a aprobar un superpréstamo de Washington cuando estalló en México la primera crisis derivada del nuevo modelo. Estados Unidos continuó presionando en pro de una Área de Libre Comercio de las Américas (ALCA), presentando tal iniciativa como el resultado natural de la extensión sin fisuras de las políticas de libre comercio.
En el encuentro de la Cumbre de las Américas celebrado en 2000 en Canadá, el presidente de Venezuela Hugo Chávez fue el único líder que votó contra la propuesta formulada por Clinton de una ALCA, mientras que Cardoso, Menem, Fujimori y sus colegas aceptaron dócilmente la propuesta. Con ocasión de su primera Cumbre Iberoamericana, recordaba Chávez, Castro le pasó una nota en la que había escrito: «Al fin, no soy el único diablo dando vueltas por aquí». En 2003, por consiguiente, Chávez –elegido presidente de Venezuela en 1998– asistió con cierto alivio a las investiduras de Lula en Brasilia y de Néstor Kirchner en Buenos Aires, antes de asistir a las de Tabaré Vázquez en Montevideo en 2004 y Evo Morales en La Paz en 2006 y a las de Daniel Ortega en Managua y Rafael Caldera en Quito en 2007, a las que siguió en 2008 la de Fernando Lugo en Asunción. Entretanto, la propuesta de libre comercio estadounidense, que había sido casi unánimemente aprobada en 2000, estaba muerta y enterrada en 2004. Desde esa fecha, el propio Chávez ha sido reelegido, al igual que lo fue Lula en 2006; en abril de este año, Kirchner fue sucedido por su mujer, Cristina Fernández, y Lugo triunfó en Paraguay, poniendo fin a más de 60 años de gobierno del Partido Colorado.
¿Cuál es el significado de este cambio radical, más veloz que cualquier otro experimentado por el continente hasta la fecha, que ha producido el mayor número de gobiernos progresistas, sean de izquierda o de centro-izquierda, visto en toda su historia? El continente despliega ciertamente los más altos niveles de desigualdad del mundo y un diferencial de renta agravado por la década neoliberal, pero, aun con todo, los duros golpes que castigaron a las luchas populares del pasado y la solidez del establishment neoliberal hicieron que la rapidez del cambio fuese realmente inesperada. En el resto del artículo, intentaremos comprender las condiciones que transformaron a América Latina en el eslabón más débil de la cadena neoliberal.
En el encuentro de la Cumbre de las Américas celebrado en 2000 en Canadá, el presidente de Venezuela Hugo Chávez fue el único líder que votó contra la propuesta formulada por Clinton de una ALCA, mientras que Cardoso, Menem, Fujimori y sus colegas aceptaron dócilmente la propuesta. Con ocasión de su primera Cumbre Iberoamericana, recordaba Chávez, Castro le pasó una nota en la que había escrito: «Al fin, no soy el único diablo dando vueltas por aquí». En 2003, por consiguiente, Chávez –elegido presidente de Venezuela en 1998– asistió con cierto alivio a las investiduras de Lula en Brasilia y de Néstor Kirchner en Buenos Aires, antes de asistir a las de Tabaré Vázquez en Montevideo en 2004 y Evo Morales en La Paz en 2006 y a las de Daniel Ortega en Managua y Rafael Caldera en Quito en 2007, a las que siguió en 2008 la de Fernando Lugo en Asunción. Entretanto, la propuesta de libre comercio estadounidense, que había sido casi unánimemente aprobada en 2000, estaba muerta y enterrada en 2004. Desde esa fecha, el propio Chávez ha sido reelegido, al igual que lo fue Lula en 2006; en abril de este año, Kirchner fue sucedido por su mujer, Cristina Fernández, y Lugo triunfó en Paraguay, poniendo fin a más de 60 años de gobierno del Partido Colorado.
¿Cuál es el significado de este cambio radical, más veloz que cualquier otro experimentado por el continente hasta la fecha, que ha producido el mayor número de gobiernos progresistas, sean de izquierda o de centro-izquierda, visto en toda su historia? El continente despliega ciertamente los más altos niveles de desigualdad del mundo y un diferencial de renta agravado por la década neoliberal, pero, aun con todo, los duros golpes que castigaron a las luchas populares del pasado y la solidez del establishment neoliberal hicieron que la rapidez del cambio fuese realmente inesperada. En el resto del artículo, intentaremos comprender las condiciones que transformaron a América Latina en el eslabón más débil de la cadena neoliberal.
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