Las cumbres de Brasil evidenciaron como nunca antes, que un cambio de época ha tenido lugar en las tierras de la América mestiza y que las ideas libertarias de Bolívar y Martí han retornado, esta vez en busca de la segunda y definitiva independencia.
Nidia Díaz / TeleSUR
La I Cumbre de América Latina y el Caribe y las que la acompañaron del MERCOSUR, UNASUR y del Grupo de Río, celebradas en Salvador de Bahía, Brasil, los días 16 y 17 de diciembre últimos, marcaron un momento de trascendencia mundial - más allá del continente-, y señalaron un antes y un después en la accidentada historia de esta región, fundamentalmente en sus relaciones con el poderoso vecino imperialista del Norte.
Las cumbres de Brasil evidenciaron como nunca antes, que un cambio de época ha tenido lugar en las tierras de la América mestiza y que las ideas libertarias de Bolívar y Martí han retornado, esta vez en busca de la segunda y definitiva independencia.
Al margen de las diferencias políticas e ideológicas que existen en ese amplio conjunto de 33 países que se dieron cita en Salvador de Bahía con la exclusión consciente del tutelaje estadounidense o la sombra cómplice de Canadá u algún que otro representante del viejo colonialismo, lo cierto es que pesaron más los lazos históricos, culturales y de otra índole en el objetivo de alcanzar plataformas comunes, que van desde los esquemas de integración económica y comercial solidarios hasta las decisiones políticas de más largo alcance y profundidad como fue la declaración unánime contra el bloqueo yanki a Cuba y el ingreso pleno de nuestro país al Grupo de Río.
Ambas decisiones convalidaron una importante reivindicación histórica, aislaron totalmente las posiciones del gobierno de los Estados Unidos respecto al tema, y mostraron que no es posible una nueva política latinoamericana desde Washington si antes no se resuelve la "asignatura pendiente" cubana, esto es, el levantamiento del bloqueo y el restablecimiento de relaciones diplomáticas o la apertura de negociaciones sobre bases de absoluta igualdad y respeto mutuo para poner fin al absurdo diferendo iniciado por el imperio contra la Isla hace ya más de 50 años.
La totalidad de América Latina y el Caribe, de forma unánime, arribó a tales conclusiones y lo plasmó en las declaraciones final y especiales de esos encuentros que consiguieron por primera vez en casi 200 años reunir, -como afirmó el presidente Lula-, a latinoamericanos y caribeños sin tutelaje de ninguna especie.
Especial significación tuvieron, además, las decisiones adoptadas por la Cumbre de UNASUR de crear el Consejo de Defensa Sudamericano y el Consejo Sudamericano de Salud. El primero, porque no podría obviarse el hecho de la fuerte presencia militar estadounidense en la región, acompañada ahora por la IV Flota de la Marina yanki. El Consejo de Defensa Sudamericano será una garantía en la defensa de la soberanía latinoamericana y caribeña, amenazada más de una vez por lo que eufemísticamente se denominó Tratado Interamericano de Defensa (TIAR) cuyo signo injerencista nunca engaño a nadie.
El Consejo Sudamericano de Salud vendrá a resolver urgentes problemas en esa materia en un momento en que el camino a su solución ha sido avalado por la experiencia cubana en esa área y su puesta en práctica en muchos países de la región por el internacionalismo y la solidaridad de la Revolución Cubana. Palabras de elogio en ese sentido tuvieron varios mandatarios quienes destacaron a la Operación Milagro como un ejemplo que pudiera extender en beneficio de todos.
Hubo coincidencias sobre la necesidad de crear una arquitectura financiera en la que nuestra región no sea espectadora sino protagonista y en ese camino asumieron la creación de una moneda común en las relaciones comerciales interregionales y la prioridad de enfrentar la crisis económica y financiera mundial poniendo a salvo a los sectores más vulnerables de la sociedad para garantizar la continuidad de los programas de justicia social. Importante resultó el principio que reconoce el derecho de los Estados a construir su propio sistema político, libre de amenazas y medidas coercitivas unilaterales.
Finalmente, los mandatarios de América Latina y el Caribe se dieron cita para febrero del año 2010, en México, en el simbólico aniversario de la primera independencia alcanzada entonces por varias naciones de la región y darle vida a una nueva organización, con reglas y principios propios que pudiera llamarse Unión Latinoamericana y Caribeña u Organización Latinoamericana y Caribeña en la que no habrá espacio para intereses foráneos sino sólo para los pueblos de Nuestra América, dejando atrás los tiempos de la desprestigiada Organización de Estados Americanos. Es el precio que, obviamente, ha tenido que pagar la OEA, por haberse convertido en un ministerio de colonias, aunque nunca para apegarnos a la verdad nunca tuvo otros objetivos.
El regreso de Cuba a la concertación latinoamericana y caribeña, la construcción de una nueva integración sobre bases solidarias sin condicionamientos políticos entre sus miembros y la evidente muerte oficial de la OEA, constituyen, sin duda, las más altas expresiones de esta nueva hora latinoamericana y caribeña a cuyas páginas tendrán que acudir las generaciones venideras cuando busquen los momentos más trascendentes que iniciaron la caída del Imperio norteamericano.
Las cumbres de Brasil evidenciaron como nunca antes, que un cambio de época ha tenido lugar en las tierras de la América mestiza y que las ideas libertarias de Bolívar y Martí han retornado, esta vez en busca de la segunda y definitiva independencia.
Al margen de las diferencias políticas e ideológicas que existen en ese amplio conjunto de 33 países que se dieron cita en Salvador de Bahía con la exclusión consciente del tutelaje estadounidense o la sombra cómplice de Canadá u algún que otro representante del viejo colonialismo, lo cierto es que pesaron más los lazos históricos, culturales y de otra índole en el objetivo de alcanzar plataformas comunes, que van desde los esquemas de integración económica y comercial solidarios hasta las decisiones políticas de más largo alcance y profundidad como fue la declaración unánime contra el bloqueo yanki a Cuba y el ingreso pleno de nuestro país al Grupo de Río.
Ambas decisiones convalidaron una importante reivindicación histórica, aislaron totalmente las posiciones del gobierno de los Estados Unidos respecto al tema, y mostraron que no es posible una nueva política latinoamericana desde Washington si antes no se resuelve la "asignatura pendiente" cubana, esto es, el levantamiento del bloqueo y el restablecimiento de relaciones diplomáticas o la apertura de negociaciones sobre bases de absoluta igualdad y respeto mutuo para poner fin al absurdo diferendo iniciado por el imperio contra la Isla hace ya más de 50 años.
La totalidad de América Latina y el Caribe, de forma unánime, arribó a tales conclusiones y lo plasmó en las declaraciones final y especiales de esos encuentros que consiguieron por primera vez en casi 200 años reunir, -como afirmó el presidente Lula-, a latinoamericanos y caribeños sin tutelaje de ninguna especie.
Especial significación tuvieron, además, las decisiones adoptadas por la Cumbre de UNASUR de crear el Consejo de Defensa Sudamericano y el Consejo Sudamericano de Salud. El primero, porque no podría obviarse el hecho de la fuerte presencia militar estadounidense en la región, acompañada ahora por la IV Flota de la Marina yanki. El Consejo de Defensa Sudamericano será una garantía en la defensa de la soberanía latinoamericana y caribeña, amenazada más de una vez por lo que eufemísticamente se denominó Tratado Interamericano de Defensa (TIAR) cuyo signo injerencista nunca engaño a nadie.
El Consejo Sudamericano de Salud vendrá a resolver urgentes problemas en esa materia en un momento en que el camino a su solución ha sido avalado por la experiencia cubana en esa área y su puesta en práctica en muchos países de la región por el internacionalismo y la solidaridad de la Revolución Cubana. Palabras de elogio en ese sentido tuvieron varios mandatarios quienes destacaron a la Operación Milagro como un ejemplo que pudiera extender en beneficio de todos.
Hubo coincidencias sobre la necesidad de crear una arquitectura financiera en la que nuestra región no sea espectadora sino protagonista y en ese camino asumieron la creación de una moneda común en las relaciones comerciales interregionales y la prioridad de enfrentar la crisis económica y financiera mundial poniendo a salvo a los sectores más vulnerables de la sociedad para garantizar la continuidad de los programas de justicia social. Importante resultó el principio que reconoce el derecho de los Estados a construir su propio sistema político, libre de amenazas y medidas coercitivas unilaterales.
Finalmente, los mandatarios de América Latina y el Caribe se dieron cita para febrero del año 2010, en México, en el simbólico aniversario de la primera independencia alcanzada entonces por varias naciones de la región y darle vida a una nueva organización, con reglas y principios propios que pudiera llamarse Unión Latinoamericana y Caribeña u Organización Latinoamericana y Caribeña en la que no habrá espacio para intereses foráneos sino sólo para los pueblos de Nuestra América, dejando atrás los tiempos de la desprestigiada Organización de Estados Americanos. Es el precio que, obviamente, ha tenido que pagar la OEA, por haberse convertido en un ministerio de colonias, aunque nunca para apegarnos a la verdad nunca tuvo otros objetivos.
El regreso de Cuba a la concertación latinoamericana y caribeña, la construcción de una nueva integración sobre bases solidarias sin condicionamientos políticos entre sus miembros y la evidente muerte oficial de la OEA, constituyen, sin duda, las más altas expresiones de esta nueva hora latinoamericana y caribeña a cuyas páginas tendrán que acudir las generaciones venideras cuando busquen los momentos más trascendentes que iniciaron la caída del Imperio norteamericano.
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