Reivindicar a la Revolución Liberal Alfarista en el presente no es solo una cuestión de simbología histórica, sino que requiere avanzar y completar las tareas que todavía siguen pendientes para la conquista del Buen Vivir que es un postulado de la Constitución de 2008.
(Fotografía: a la derecha, sentado, el líder ecuatoriano Eloy Alfaro)
El 5 de junio de 1895 se inició en Guayaquil la Revolución Liberal ecuatoriana, que pasó a dirigirla el célebre Eloy Alfaro. Después de las luchas por la independencia del país (1808-1822), la liberal fue la segunda y más importante revolución en la historia nacional.
El liberalismo triunfante y su caudillo Alfaro siempre reivindicaron la gesta de la independencia. En 1909 Eloy Alfaro conmemoró el Centenario del Primer Grito de Independencia en Hispanoamérica, realizado el 10 de agosto de 1809, y de ello queda como testimonio monumental la columna a los héroes de esa gloriosa revolución en el centro de la Plaza de la Independencia en Quito.
Uno de los ideólogos más destacados del liberalismo, Abelardo Moncayo, interpretó que la revolución de independencia, que había traído la libertad para el Ecuador, fue interrumpida desde los gobiernos de Gabriel García Moreno (1860-1865 y 1869-1875), que convirtieron a la Iglesia en aparato del Estado, afirmaron la hegemonía de los conservadores, consolidaron el control cultural del país a través de la religión católica y pusieron la economía al servicio de los “señores feudales” de la Sierra ecuatoriana, con todo lo cual se perdió la libertad soñada por los patriotas y próceres de la Independencia. Por eso es que Moncayo, junto con otros jóvenes liberales complotados, consideraron que solo el magnicidio del fanático Presidente podía salvar al Ecuador.
Si bien el asesinato de García Moreno debilitó al conservadorismo, no lo apartó del poder. De manera que en 1895 debió arrancar un proceso de guerra civil, alimentado con el apoyo de las montoneras a la revolución liberal, que en su desarrollo captó los intereses de los montubios, los campesinos medianos y pequeños propietarios y los indios serranos, sus bases más importantes de apoyo popular.
Durante los gobiernos de Eloy Alfaro (1895-1901 y 1906-1911), el radicalismo triunfante en el poder procuró reflejar los intereses populares que le habían respaldado, pero al mismo tiempo expresó el ascenso de la oligarquía costeña y de sus incipientes burguesías. Esta contradicción explica los resultados del liberalismo: transformó las esferas políticas y jurídicas con la conquista del laicismo, la secularización de la cultura, la introducción de la legislación civil, la separación del Estado y la Iglesia, entre los más significativos logros, pero en materia económica y social no pudo realizar una transformación verdaderamente profunda, como la que, casi por la misma época, desarrollaría la Revolución Mexicana de 1910, con amplio apoyo campesino.
Y esa podría considerarse la mayor enseñanza de la Revolución Liberal. Es decir, no basta con llegar al poder, sino que si ese mismo poder no se respalda en un amplio sustento de los sectores populares, no tiene bases para el largo plazo ni para hacer transformaciones radicales. Reivindicar a la Revolución Liberal Alfarista en el presente no es solo una cuestión de simbología histórica, sino que requiere avanzar y completar las tareas que todavía siguen pendientes para la conquista del Buen Vivir que es un postulado de la Constitución de 2008.
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