Si nuestro pasado es la larga lucha por la emancipación nacional y social, el presente no es otra cosa que la misma pugna librada en las condiciones de este momento histórico y político.
Oscar González* / LA JORNADA
Como los procesos de construcción de memoria y de formación de conciencia política e histórica son más lentos y de mayor espesor que la evolución de cada coyuntura, es todavía una incógnita el efecto y la magnitud que tendrán en el mediano plazo la enorme adhesión y amplio protagonismo popular que acompañó la celebración del bicentenario de la Revolución de Mayo.
Sin embargo, no hace falta ser demasiado perspicaz para detectar en ese episodio un cambio notorio del humor social vigente hasta esos festejos en que la multitud se apropió del espacio público para expresarse libremente.
¿Será que la evocación de hechos sucedidos hace dos siglos, un relato más ligado a lo emotivo que al registro intelectual de aquel entresijo histórico, pueda tener la virtualidad de actuar como disparador para el inicio de una recomposición positiva de las convicciones colectivas? ¿Este episodio es un parteaguas en detrimento del hasta ahora resistente individualismo, que afecta sobre todo a los sectores medios de la sociedad todavía anclados en la matriz neoliberal de las últimas décadas?
Si así fuera, estaríamos ante una reconfiguración sociocultural que se asimilaría a los procesos que se viven en varios países de la región, donde nuevas fuerzas pujan por un mejoramiento sustancial de las condiciones de vida y de trabajo de los pueblos, vía medidas de redistribución del ingreso, nuevos derechos sociales y desapego de recetas inducidas desde afuera para abordar los propios problemas.
Cuando desde estas latitudes se observa el curso europeo de la crisis mundial y cómo el capitalismo global le impone a Grecia, España, Portugal e Irlanda las mismas medidas que los argentinos ya experimentamos en carne propia, esa analogía nos lleva a constatar cómo los viejos paradigmas de la izquierda europea se deslegitiman al aplicar el manual fondomonetarista, más preocupado en salvar bancos que en preservar las condiciones de vida de los pueblos.
Lastima constatar que el primer ministro griego, George Papandreu, como su par de España, José Luis Rodríguez Zapatero, ambos socialistas, se vean conminados a acatar las durísimas medidas de ajuste que les impone la Unión Europea, que afectan gravemente salarios, jubilaciones, consumo y empleo.
Así, la izquierda europea realmente existente muestra su fragilidad y virtual renuncia a ser alternativa frente al agresivo modelo financiero, que tras llevar al mundo a una de las peores crisis de su historia, ahora pretende resolverla a costa de los trabajadores, los pequeños ahorristas y los productores.
Esa realidad contrasta con la de varios países de nuestro subcontinente, lo que nos permite reexaminar las viejas categorías políticas que se pretenden aplicar al sur del Río Bravo. Mientras la socialdemocracia europea, pese a una tradición abonada por memorables jornadas de lucha, desiste de toda pretensión de ponerle límites a la voracidad del capital financiero, aquí se vive un proceso de creciente independencia y de recuperación de autonomía nacional donde la izquierda encuentra su lugar y su destino.
Los académicos de los países centrales, a falta de nuevas denominaciones, le atribuyen a estos procesos un signo populista o nacionalista, categorías ambas insuficientes, tanto como la identificación europea de la socialdemocracia con la única izquierda posible. Al margen de las particularidades de cada gestión progresista latinoamericana, no cabe duda que del conjunto surge un rasgo común –que algunos llaman socialismo del siglo XXI y otros proceso de segunda emancipación– que, con sus fortalezas y debilidades, parte básicamente de no aceptar pasivamente las condiciones que el capital financiero impone al mundo frente a la crisis de su propio modelo.
Son cambios que alumbran una nueva conciencia social y política en la zona y que se fortalece en la reconstrucción de la memoria colectiva. Por eso, la teatralización de dramáticos episodios que se mostró en la celebración del Bicentenario tuvo el mérito de fundir la historia con el presente, en una gesta que arranca con los pueblos originarios y continúa hasta nuestros días. Si nuestro pasado es la larga lucha por la emancipación nacional y social, el presente no es otra cosa que la misma pugna librada en las condiciones de este momento histórico y político.
Entonces, las condiciones para una reconfiguración de la izquierda, aquí y en el resto de América Latina no pueden ser ajenas al desarrollo y profundización de estos procesos y a la cotidiana batalla de pueblos y gobiernos por una más justa distribución de la riqueza, la inclusión social, la soberanía nacional y la autonomía regional.
* Secretario de Relaciones Parlamentarias del gobierno de Argentina. Publicado por la agencia de noticias Télam el viernes 4 de junio.
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