Leer a Bolívar Echeverría, conocerlo,será una forma de recuperarlo, enriqueciéndonos.
Tenía un corazón muy trabajado, golpeado, y este dijo basta. Negarse a latir significó llevarse a uno de los ecuatorianos más lúcidos que yo he conocido.
Cantidad de intelectuales le deben mucho a su vocación de maestro, no solo de aquí, también en Méjico, en donde gozaba de un enorme respeto.
Entre Alemania, en donde se formó, y Méjico, en donde enseñó, se le fueron casi cincuenta años, sin embargo su país, nuestro país Ecuador, estaba siempre presente en su obra. Era un erudito en historia, Walter Benjamin, a quien conocía con rigor académico, le enseñó a escavar para que los vencidos no sean olvidados, segmentados. Desde el marxismo, que también lo asumió con espíritu crítico, nos regalaba lecturas políticas muy ricas, jamás se dejó aturdir por el barullo de una historia contada por los medios que, precisamente, nos la han transmitido siempre desde la perspectiva de los vencedores.
Cuando regresaba de Venezuela, en donde le otorgaron el premio Libertador al pensamiento crítico, no ocultaba la sorpresa que le había resultado Chávez, al punto de producirle una cierta admiración que la expresó con claridad. Esa era otra forma de vincularse con la política: decir lo que pensaba, siempre con esa fluida erudición tan de él. Sin embargo algunos amigos cercanos no dejaban de exigirle, porque él podía marcar derrotero, que asumiera compromisos políticos más directos. No lo hizo, sartreano como era, prefería la distancia para jamás perder la capacidad de crítica.
Era filósofo en ejercicio diario, poseedor de una brillante prosa que nos la ha dejado en sus libros. Amante del barroco que abundantes lecturas le permitía.
En “Vuelta de siglo” dejó clara su postura desoladora frente a una izquierda que tanto lo desconcertaba porque él también veía al mundo desde ahí.
De la modernidad, tema que mucho trabajó, decía que representaba a un mundo que se solazaba devorando sus propios escombros. Eso, como se apreciará en las fotos que veremos probablemente en estos días, le daba esa mirada como pesimista sobre el género humano, tan lleno de estupideces.
Yo no puedo decir que goce del privilegio de su amistad, sí de su amabilidad, de su profunda palabra dicha con la sencillez de los que de verdad saben y conocen lo que hablan.
Uno de sus grandes amigos, su álter ego, compañero de estudios en Alemania, Luis Corral, de la Academia Ecuatoriana de Filosofía, pensaba invitarlo a que sea parte, otra vez, de cursos filosóficos sobre Walter Benjamin. Lo imagino aturdido, desconcertado frente a esta muerte que tiene algo de absurda porque Bolívar Echeverría, a sus 69 años, todavía tenía mucho que decir, que entregar.
A sus buenos amigos, a su familia, conocí a su esposa mejicana Raquel, al universo de la academia, quiero decirles que he sentido un dolor que me permite imaginar el de ellos, por eso mi saludo solidario que no esconderá ese pesar que la muerte nos produce. Leer a Bolívar Echeverría, conocerlo, será una forma de recuperarlo, enriqueciéndonos.
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