sábado, 25 de agosto de 2018

Brasil: Crisis política y desesperanza general

En el Brasil de hoy debemos recuperar la esperanza de que el legado final de la presente crisis será la configuración de otro tipo de Estado, de política y de partidos, de justicia e incluso del destino mismo del país. 

Leonardo Boff / Servicios Koinonia

Uno de los efectos perversos de nuestra crisis nacional es, sin duda, la desesperanza que está contaminando a la mayoría de las personas. Nace de la angustia de no ver ningún horizonte desde el cual podamos atisbar una solución salvadora. Emerge la sociedad del cansancio y de la pérdida de la alegría de vivir.

Son las consecuencias de la falta de sentido, de que todo continuará con la misma lógica, hecha de corrupción, de falsificación de noticias (fake news) y de la realidad, difamación generalizada, la dominación de los poderosos sobre las masas abandonadas a su destino.

Esta desolación proviene también de la percepción del futuro de nuestro mundo y de la humanidad, importa poco lo que pueda suceder. Bien lo observó el Papa Francisco en su encíclica “Sobre el cuidado de la Casa Común”: «las predicciones catastróficas no pueden subestimarse con desprecio e ironía. A las próximas generaciones podríamos dejarles demasiadas ruinas, desiertos, basura. Dado que el estilo de vida actual es insostenible, sólo puede terminar en una catástrofe» (n. 161). Pero, ¿quién piensa en todo esto a no ser los que se mantienen al día acerca del discurso ecológico mundial?

Por lo tanto, además de las múltiples crisis que nos oprimen y nos hacen sufrir, tenemos esta sombría amenaza de naturaleza ecológica.

En este contexto, vuelven los pensamientos de molde nihilista, como los del Nobel de biología Jacques Monod: «Es superfluo buscar una sensación objetiva de la existencia, porque simplemente no existe. Los dioses están muertos, el hombre está solo en este mundo» (El Azar y la Necesidad, Vozes 1979, p. 108). O lo que el famoso C. Levy Strauss que tanto amaba a Brasil dejó escrito en sus admirables Tristes Trópicos (1955): «el mundo comenzó sin el ser humano y terminará sin él. Las instituciones y costumbres que he pasado toda mi vida en inventariar y comprender son una floración pasajera de una creación en relación a la cual no tienen sentido, a no ser, tal vez, el que permite a la humanidad desempeñar su papel» (n. 477).

¿Pero es que el ser humano no es lo inverso de un reloj? Éste funciona por sí mismo y continúa según sus mecanismos internos, pero el ser humano no es un reloj. Funciona correctamente cuando está en armonía permanente con el Todo lo que lo envuelve por todos los lados y lo sobrepasa. Por lo tanto, debemos dejar de lado todo antropocentrismo y asumir una lectura más holística del sentido de la vida.

El pensamiento del físico británico Freeman Dyson (*1923) es diferente: «Cuanto más examino el universo y los detalles de su arquitectura, más evidencia encuentro de que el universo sabía que un día, en el futuro, los seres humanos naceríamos» (Disturbing the Universe, 1979, p. 250). Casi con las mismas palabras lo dice el gran cosmólogo contemporáneo, Brian Swimme (The Universe Story, 1996, p. 84).

Las tradiciones espirituales y religiosas son un himno al sentido de la vida y del mundo. Por esto, el gran estudioso de las utopías, Ernst Bloch, en sus dos grandes volúmenes de El principio esperanza observaba: «donde hay religión, siempre hay esperanza».

La cuestión del sentido es inaplazable. Cito aquí al más crítico de los filósofos, Immanuel Kant: «Que el espíritu humano abandone definitivamente las cuestiones metafísicas (del sentido del ser y de la existencia) es tan poco probable como esperar que nosotros, para no respirar aire contaminado, dejemos de respirar de una vez por todas» (Prolegomena zu einer jede kunftigen Metaphysik, A 192, vol. 3, pp. 243).

Que el Cristo del Corcovado se haya escondido detrás de las nubes no significa que ha dejado de existir. Él está allí encima de la montaña, extendiendo sus brazos y bendiciendo a nuestra población sufrida.

En el Brasil de hoy debemos recuperar la esperanza de que el legado final de la presente crisis será la configuración de otro tipo de Estado, de política y de partidos, de justicia e incluso del destino mismo del país.

Termino con el profeta Jeremías, que vivió en el tiempo de la esclavitud de Babilonia bajo el rey Ciro. Los habitantes de Babilonia se burlaban de los judíos porque ya no cantaban sus canciones y, desanimados, colgaban sus instrumentos sobre las ramas de los sicómoros. Le preguntaron a Jeremías: «¿Tú tienes esperanza?», a lo que él respondió: «Tengo la esperanza de que el rey Ciro, con todo su poder, no podrá impedir que nazca el sol». Y yo añadiría: no podrá impedir el amor y los niños que de ahí nacerán y renovarán la especie humana.

Alimentamos una esperanza similar de que aquellos que han provocado esta crisis, que han roto la Constitución y no han seguido los dictados de la justicia, no prevalecerán. Saldremos purificados, más fuertes y con un mayor sentido del destino al que está llamado nuestro país, para beneficio de todos, empezando por los más pobres, y para toda la humanidad.
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