Podemos pensar que se trata de segmentos sociales, que se han exiliado o migrado económicamente de sus lugares de origen para insertarse en economías más desarrolladas que les posibilitan la movilidad social, a la vez que un espacio mucho más amplio de libertades políticas, e inclusive de seguridad frente a los nuevos desafíos globales de conflictos bélicos y la violencia social que permea a distintos países de nuestra región latinoamericana y mundial. Escenario recrudecido por el perfeccionamiento de las nuevas dinámicas de la globalización neoliberal de nuestro tiempo. De ahí que, a inicios del siglo XXI, numerosos actores sociales de nuestra América y del mundo han tenido que recurrir al exilio, a la migración regular o irregular y a la condición de refugiados.
Esta situación, es la realidad de miles de migrantes de haitianos, hondureños, guatemaltecos, salvadoreños, colombianos, venezolanos y de otros países de la región y de otras partes del mundo. Como producto de su contexto económico, del desempleo, la inseguridad, así como de la afectación al medio ambiente y despojo de sus tierras por lo que han tenido que exiliarse o verse involucrados en una migración forzada. En ciertos casos han optado por una movilidad y un desplazamiento en condiciones de migrantes irregulares, donde logran ingresar al país receptor. De esa manera, la ACNUR lo reconoce cuando señala:
“Un número creciente de personas en Centroamérica están siendo forzadas a abandonar sus hogares. En todo el mundo, la cifra se acerca a las 597.000 personas refugiadas y solicitantes de asilo de El Salvador, Guatemala y Honduras. Estas personas huyen de la violencia (incluida la violencia de género), las amenazas, la prostitución y las extorsiones de las pandillas, así como el reclutamiento para integrar sus filas. Las personas LGBTI – lesbianas, gais, bisexuales, transgénero e intersexuales – también huyen de las persecuciones. Muchas más han sido desplazadas en más de una ocasión dentro de sus propios países o han sido deportadas de vuelta a ellos (con frecuencia, en condiciones riesgosas). La pobreza y la inestabilidad, combinadas con los estragos del cambio climático y el impacto socioeconómico de la pandemia de COVID-19, han agravado la situación” (https://www.acnur.org/es-mx/desplazamiento-en-centroamérica.htm).
El pasado 20 de junio de 2022, fue la fecha de la conmemoración del Día de los Refugiados, y el Subsecretario de Derechos Humanos, Población y Migración de la Secretaría de Gobernación del gobierno mexicano, Alejandro Encinas Rodríguez, manifestó que tanto los migrantes como los solicitantes de refugio en México “enfrentan problemas de intolerancia, de abuso de autoridad, de represión, o incluso lamentablemente de la expresión más cruda que es la desaparición de personas migrantes en nuestro territorio” (La Jornada, 21/04/22).
Comparando las condiciones de trato e inserción social que reciben los migrantes de nuestra región latinoamericana, frente a otro tipo de migrante como por ejemplo, con la llamada “operación militar especial” de Rusia en Ucrania. Donde arribaron a la frontera norte de México, más de 30 mil refugiados ucranianos, los cuales rápidamente lograron ser aceptados como refugiados en los EU. El mismo Encinas apuntó: “cerca de 30 mil personas originarias de Ucrania que arribaron al país tras el inicio de la invasión rusa, prácticamente ya no hay ninguno en territorio mexicano, pues la mayoría logró acceder al país vecino”.
Otro fenómeno migratorio en nuestra América es el que analiza la doctora, Caridad Massón Sena, con respecto a la llamada “Fuga de cerebros. Éxodo de jóvenes profesionales cubanos a México”. En su análisis ella aborda un tema prácticamente inexplorado en los medios académicos: el éxodo de profesionales jóvenes hacia otros países. La cuestión migratoria ha sido tratada con frecuencia desde otros ángulos, sin embargo, este asunto implica graves consecuencias para Cuba, una nación pequeña y subdesarrollada, cuyo Estado ha invertido cuantiosos recursos en la preparación de profesionales competentes, que luego se van a brindar sus servicios y conocimientos a otros lugares en detrimento del desarrollo interno.
En tanto que desde nuestra óptica el fenómeno de la migración, el refugio y el desplazamiento forzado de diversos actores sociales de países periféricos que trazan su ruta hacia el norte hoy adquiere una nueva dimensión y tensión global. Por ejemplo, en octubre de 2022 se proyectó en las pantallas de la televisión a miles de venezolanos intentando entran por la frontera sur de los EU procedentes de México izando su bandera. Parecería una invasión latina a los EU. Tal como también lo hacen los haitianos en Tijuana o centroamericanos en la frontera con Nuevo Laredo en Tamaulipas, México. Las alertas se prenden en los círculos de poder de los EU y en las elecciones del martes 8 de noviembre ante la “amenaza hispana” (más de 40 millones de mexicanos radican regular e irregularmente en el imperio), así, los electores conservadores estadounidenses se inclinan por el bando republicano.
Los procesos del destierro, del exilio y el refugio de nuestros días sirven de antecedente para nombrar y dar voz a los que han sido callados como son los millones de migrantes irregulares que en todo el planeta buscan desesperadamente entrar al Primer Mundo. En las economías de esa naciones se les rechaza y reprime sabiendo que requieren esa mano de obra, pero perversamente esa política implica abaratar su mano de obra. Este fenómeno del exilio económico o la migración forzada de millones de personas que buscan transitar de la periferia al centro del mundo desarrollado, es uno de los grandes problemas de nuestro tiempo, de nuestra América y del mundo. No podemos soslayar que cada vez se requiere nuestra mayor atención y sensibilidad para comprender la dinámica de esos millones de hermanos latinoamericanos que hoy viven en los EU y suman más de 65 millones, “héroes” quienes en gran medida aportan la mayoría de los ingresos que en forma de remesas llegan a nuestras frágiles economías latinoamericanas.
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