sábado, 5 de noviembre de 2022

Brasil, o mais

 Este 30 de octubre se celebraron las elecciones más reñidas del gigante verde amarelo con el triunfo de Luiz Ignacio Lula Da Silva, con un estrecho margen 50,9 contra 49,1 de Jair Bolsonaro. 

Roberto Utrero Guerra / Especial para Con Nuestra América
Desde Mendoza, Argentina

Lula, el líder más popular que ha tenido Brasil, con sus 77 jóvenes años volvió desde los abismos más profundos del averno para asumir su tercer mandato. Caso único en la historia del inmenso y contradictorio país continente, como un Cristo resucitado, como lo bautizó el periodista de Página 12, Martín Granovsky. Caso único por las infamias que le hicieron padecer 580 días de prisión, hasta ser liberado en noviembre de 2019, lo que impidió que pudiera participar en las elecciones del año anterior y así triunfara el ex capitán Jair Bolsonaro, quien nombraría ministro de Justicia a Sergio Moro, justamente el juez que lo acusó de corrupción dentro del sonado escándalo  del lava jato, donde cayeron políticos, empresarios de la construcción y funcionarios del holding Petrobrás.

 

Quien ha vivido en Brasil no puede dejar de reconocer que es un país mágico, exuberante, que seduce y atrapa con toda la belleza multicolor del trópico, sobre todo a los que venimos de zonas templadas con fríos inviernos, introvertidos por ser gente de desierto y de montaña, aquello la brasilianidad nos muestra como lo opuesto, como una posibilidad de reconocer en nosotros mismos otra imagen desconocida. 

 

Un fenómeno particular y subjetivo que pudo haberles sucedido a Luis Buñuel y André Breton al conocer México, que lo descubrieron surrealista, justamente ellos que habían creado ese movimiento revolucionario totalizador.

 

Para el inconsciente colectivo popular, al menos carioca, Brasil é o mais – Brasil es lo máximo – seguramente por su extensión desmesurada, que contiene regiones tan distintas y dispares como la composición de las sociedades que alberga. Un sur gaúcho, con migración europea, donde el estado Río Grande do Sul intentó separarse del imperio a mitad del siglo XIX tras diez años de lucha, en la guerra de los farrapos. Los estados de San Pablo y Minas Gerais, cuyas élites cafetaleras y ganaderas establecieron la política del “café con leche”, porque se alternaban en la conducción desde 1889 y 1930, fenómeno social conocido como la república vieja. Por el contrario, las regiones que durante la dominación portuguesa habían tenido preeminencia como Bahía y Pernanbuco (estado nordestino donde nació Lula), con la explotación del azúcar o el caucho, las progresivas sequías trajeron la miseria. Situación grave que sale a la luz en 1956, con la publicación de la ficción de Guimaraes Rosa, Sertao Veredas, que pone en dudas la modernización del Brasil en momentos en que, con la construcción de Brasilia, la capital del futuro, se integraba el inmenso espacio interior dominado por la gran meseta central, distante 2.400 kilómetros de Boa Vista, 2 mil de Manaus, 1.400 de Porto Alegre y mil de Bahía y de Río de Janeiro y el palacio de Catete, sede de las autoridades gubernamentales. 

 

Guimaraes Rosa visibiliza el esclavismo, el atraso sertanejo, las luchas de yagunzos y caboclos, “la guerra del fin del mundo” que novelizó Mario Vargas Llosa.

 

No obstante, Brasilia se construyó en el tiempo récord de 36 meses. Hizo realidad el sueño del paisajista Lucio Costa y el arquitecto Oscar Niemeyer. Orgullo de la modernidad y la arquitectura que semeja un avión vista desde arriba, rodeada su trompa por el lago Paranoá; su forma estuvo inspirada curiosamente en la cruz, cruz que cargarían las inmensas mayorías que lucharían por un sueño más inalcanzable que los edificios y avenidas de esa ciudad fría y deshumanizada, el sueño de la democracia y la igualdad de derechos. A pesar de sus ciudades satélites que albergan a empleados y obreros desde la década de 1960, su distancia de los grandes conglomerados urbanos la alejó de las necesidades de las grandes mayorías postergadas, quienes ejercieron el poder, conspiraron contra sus representados y se ensañaron con ellos una vez que tomaron el poder. Joao Gulart es derrocado por un golpe militar en marzo de 1964 y las FFAA se proyectarán por veinte años, tiempo sumamente extenso como para generar una cultura de ejercicio de la prepotencia y el odio, promovida por Estados Unidos con el Plan Cóndor que aplicó en toda la región e intentó arrasar con los dirigentes de izquierda, encarcelando, torturando, exterminando a estudiantes, obreros, artistas y obligando a exilarse a otra cantidad. Prueba de ello fue la prisión sufrida por la joven dirigente Dilma Rousseff, de 22 años entonces, en 1970 y que la tuvo tres años presa. Lo mismo que a Lula, quien estuvo preso un mes en 1980, por liderar una huelga general, coincidiendo con Bolsonaro cuando era oficial del ejército. De allí que el ahora ex presidente siga obedeciendo a idéntica prepotencia y odio contra las instituciones democráticas. 

 

Bolsonaro, luego de una reclusión de dos días desde el pasado domingo, habló sólo 2’ 33 segundos, dirigiéndose a los 50 millones que lo votaron, mientras sus simpatizantes cortaban las principales rutas del país con camiones…”Seguiré cumpliendo el mandato de la Constitución…la derecha surgió de verdad en nuestro país – expuso – Nuestra robusta representación en el Congreso muestra la fuerza de nuestros valores: Dios, patria, familia y libertad. Integramos distintos liderazgos en Brasil y nuestros sueños siguen más vivos que nunca.”[1]

 

Sin reconocer en ningún momento el triunfo opositor, ni mucho menos pronunciar el nombre de su contrincante, Luiz Ignacio Lula Da Silva, cuesta entender cómo puede hablar de democracia desestimando esa otra mitad del electorado que llevó como candidato al líder de los trabajadores. Candidato y líder, Lula desde luego, que tuvo que hacer concesiones y armar una alianza hasta con antiguos enemigos, dado que de otra manera hubiera sido imposible llegar al triunfo. Triunfo celebrado por los líderes de la región y el mundo que quieren ver de pie a Brasil, como sucedió en los otros dos mandatos en que ascendieron 20 millones de brasileños a la clase C, de consumidores. Gente que pudo acceder a tres comidas diarias, a la vivienda, a la educación universitaria, a los vuelos internacionales, a las vacaciones en el exterior. 

 

Los argentinos sabemos lo que significa Brasil, ya que es nuestro principal socio regional, con un rol en el bloque del BRICS importantísimo en este momento crucial pospandémico y de guerra en Ucrania, puesto que Lula se ha comprometido a fortalecer los mecanismos de integración en este momento crítico de reordenamiento geopolítico del mundo. 

 

Sus primeras palabras, en las antípodas del autoritarismo y el odio de la derecha, fueron: “Vamos a encontrar una salida para que el país vuelva a vivir democráticamente… viviremos un nuevo tiempo de paz, amor y esperanza”, enfatizó desde el búnker emplazado en un hotel de la ciudad de San Pablo, al que habían concurrido políticos y periodistas de todo el mundo para presenciar y comunicar minuto a minuto lo sucedido con el reñido escrutinio que comenzó por los distritos geográficos alineados al bolsonarismo, los estados del centro y sur de Brasil, como estaba pautado. Hecho que le dio más dramatismo a las expectativas, viendo que lentamente los valores porcentuales iban inclinando la balanza a favor de Lula. 

 

“Estoy aquí para gobernar este país en una situación muy difícil, pero con la ayuda del pueblo vamos a encontrar una salida para que el país vuelva a vivir democráticamente… Esta elección puso frente a frente a dos proyectos políticos diferentes de país, pero hubo un solo ganador, el pueblo brasileño. Esta es la victoria de un inmenso movimiento democrático que se formó dejando de lado intereses políticos y personales para que la democracia salga victoriosa. A nadie le interesa vivir en un país dividido en permanente estado de guerra. Este país necesita paz y unión. Voy a gobernar para todos los 215 millones de brasileños, incluso para quienes no me votaron. No existen dos Brasil… acusando a Bolsonaro de haber puesto en marcha la máquina del Estado al servicio de su reelección y de haber diseminado el odio en el país. La mayoría del pueblo dejó bien claro que desea más y no menos democracia, más y no menos inclusión social, más y no menos respeto y entendimiento entre los brasileños. El pueblo desea más libertad, igualdad y fraternidad en nuestro país. El pueblo quiere comer bien, vivir bien, quiere empleo bien remunerado, quiere políticas públicas de calidad, quiere libertad religiosa y libros en lugar de armas.”[2]

 

Brasil o mais, en los extremos de los extremos, entre la violencia desatada y furiosa y la reconstrucción amorosa de la sociedad, intentando curar heridas, mitigar los daños dejados por la pandemia y el desguace de las políticas públicas, el imperio de las lawfare, el militarismo, la discriminación y la persecución homofóbica.

 

En 2019, la periodista y cineasta Petra Costa, presentó el documental Al filo de la democracia, sobre el proceso político brasileño reciente, donde no hay operaciones de montaje, muestra la realidad filmada. Responde a la audiencia televisada a todo el país en 2017, en la que se decidió la culpabilidad y condena de Luiz Ignacio Da Silva, en el esquema de corrupción del Lava jato; en ella, en plano continuo, y sin cortes, el procurador de la nación afirma: “No vamos a presentar pruebas concluyentes de que Lula es el propietario legal del apartamento porque, precisamente, el hecho de que no figure como propietario del triplex en Guarujá es una forma de ocultar su propiedad”[3].  

 

El premiado documental muestra también las aberraciones descomunales cuando desplazaron del mandato a Dilma Rousseff, la asunción de Temer, las evidentes traiciones de quienes armaron todo y desde luego, el martirologio de Lula, quien reclamaba justicia, cuando era trasladado desde San Pablo a la prisión de Curitiba.

 

El film de casi dos horas de duración, muestra a un Bolsonaro exultante empuñando armas y exhortando a sus seguidores a exterminar enemigos políticos. 

 

Esa es la desmesurada derecha de estos tiempos que logró moldear la subjetividad de las personas, incitándolas a sacar lo peor de cada uno, el rencor más antiguo y primitivo. Ese rencor que nos lleva a desaparecer de la faz de la tierra.



[1] Perfil, Discurso de Jair Bolsonaro, 2 de noviembre de 2022.

[2] Página 12, Discurso de Inácio Lula Da Silva, 30 de octubre de 2022.

[3] https://revistaguay.fahce.unlp.edu.arAl filo de la democracia de Petra Costa, 16 de abril de 2020. 

 

No hay comentarios: