sábado, 26 de noviembre de 2022

Argentina: Hebe, luchadora incansable

 Este 20 de noviembre – Día de la soberanía nacional – murió Hebe Bonafini, fundadora de las Madres de Plaza de Mayo a los 93 años. Desde los reclamos ante la dictadura por la desaparición de sus hijos, hace 45 años frente a la Casa Rosada, nunca dejó su puesto de lucha. Es más, la lucha era lo que más la alimentaba. Tanto como la alegría que eso le producía.

Roberto Utrero Guerra / Especial para Con Nuestra América

Desde Mendoza, Argentina


Por eso es un ícono, un estandarte flameando por encima de las injusticias. Hecho que la indignó desde el secuestro de sus hijos y reclamó ante la dictadura, sin saber a quién tenía enfrente, los carniceros más perversos, escondidos tras uniformes militares del estado nacional y respaldados por la flor y nata de la oligarquía y la clase media que rumiaba orden y paz, aconsejando a sotto voce el culposo y argentinísimo “no te metás”, eufemismo del añejo, ¿yo?, argentino. 

 

Según sus propias palabras: “Antes de que fuera secuestrado mi hijo, yo era una mujer del montón, un ama de casa más. Yo no sabía muchas cosas. No me interesaban. La cuestión económica, la situación política de mi país me eran totalmente ajenas, indiferentes. Pero desde que desapareció mi hijo, el amor que sentía por él, el afán por buscarlo hasta encontrarlo, por rogar, por pedir, por exigir que me lo entregaran; el encuentro y el ansia compartida con otras madres que sentían igual anhelo que el mío, me han puesto en un mundo nuevo, me han hecho saber y valorar muchas cosas que no sabía y que antes no me interesaba saber. Ahora me voy dando cuenta que todas esas cosas de las que mucha gente todavía no se preocupa son importantísimas, porque de ellas depende el destino de un país entero; la felicidad o la desgracia de muchísimas familias”.[1]

 

Imposible no conmoverse con su confesión, confesión que la pone por encima de las controversias y agravios que recibía y recibe de parte de la fachoprensa por sus tajantes declaraciones, aún después de muerta. 

 

Hebe como Maradona, su gran amigo, no tenían pelos en la lengua. No se callaban ante nadie, fuera quien fuera. No obstante, ella, hablando del Diego, decía: no hay que permitir que te endiosen como le pasó a él, reflexionando después de su muerte anunciada, porque el pobre Diego lloraba ante ella por su imposibilidad de estar solo, ser libre de andar por la calle sin que nadie lo reconociera. Como madre, como si fuera Doña Tota, lo consolaba en sus brazos. 

 

Imposible no sentirse en los subsuelos de la mediocridad más miserable, cuando esa mujer sencilla, casi centenaria, que sólo había cursado la escuela primaria y que contaba sonrojada, que sus padres cuando era adolescente la llevaban en colectivo al balneario de Punta Alta, con la maya puesta; cuando esa misma persona sencilla y humilde, era requerida para dar conferencias en diversos lugares del mundo. Anduvo en un campamento de los Sin Tierra, en el Mato Grosso en el Brasil profundo, como en las profundidades de la selva Lacandona, en Chiapas, México, invitada por el Subcomandante Marcos.

 

También estuvo en los momentos claves en los que tejió lazos fundamentales dentro de la Patria Grande en esa etapa brillante surgida a partir de la Cumbre de Mar del Plata en 2005, junto a Chávez, Lula, Néstor, Evo, Correa, Mujica y Cristina.

 

Pero antes, en los fatídicos noventa del menemismo, se reveló contra la amnistía de las vergonzosas leyes de obediencia debida y punto final, que tiró por el suelo con la condena de los nueve comandantes en jefe de la dictadura, logrado por el memorable juicio del Fiscal Strassera, durante el gobierno de Alfonsín en 1985. 

 

Otra vez en la calle, continuar las porfiadas marchas de los jueves en la Plaza, con los pañuelos a la cabeza como única protección, protestando, reclamando como siempre, Memoria, Verdad y Justicia. Siempre acechada por los verdugos sueltos, por ese aparato represor que jamás se desarticuló totalmente, que cada tanto producía un hecho sangriento como para dejar en claro que estaban vivitos y coleando.

 

En 1996, fue herida en la cabeza por el cuerpo de infantería de la terrorífica Bonaerense, en una manifestación estudiantil en repudio de la reforma del estatuto de la Universidad Nacional de La Plata y a la Ley de Educación superior. Sangrando y cubriéndose la herida con el pañuelo, gritaba, ¡No nos van a parar! ¡Ni un paso atrás, carajo! Recuperada, volvió a la lucha, acompañó a los docentes en las luchas históricas de la Confederación de Trabajadores de la Educación de la República Argentina CTERA en la Carpa Blanca de 1997 y – veinte años después, con Macri – en 2017; “brindando su solidaridad, sus palabras de aliento, poniendo el cuerpo y el alma” –, como expresó la Sonia Alesso, Secretaria General de CTERA en Página 12.[2]

 

Estuvo varias veces en el Vaticano con el Papa Francisco, en una relación que fue del odio (cuando era el cardenal Jorge Bergoglio), al amor, manteniendo momentos de preocupaciones compartidas, de discusión y esperanza, por la eterna necesidad de justicia, acabar con las desigualdades, la miseria y pobreza, la ampliación de derechos y muchas cuestiones más, que sólo el mejoramiento de la política puede modificarlas, coincidiendo en la oración como camino de fortalecer el espíritu y conceder generosidad y compromiso en la dirigencia. Ambos concluían en fomentar la buena educación como instrumento indispensable para formar a la juventud, ávida de valores. 

 

Hebe estaba convencida que la política es dar, no pedir. En los últimos tiempos, el cura de Opción por los pobres, Paco Oliveira, muy ligado a Francisco servía de nexo entre ambos.

Hace menos de dos meses, cuando ignoraba que tan cerca estaba su partida, evocando a Néstor Kirchner dijo, “siempre se van los imprescindibles, pero te quedan los discursos”. Humilde como pocos, jamás lo hubiera dicho de ella, sencilla hasta la médula. Sin embargo, con ella se fue una luchadora imprescindible. Un ser irreemplazable como tantos otros ha dado esta maravillosa patria.

 

Este jueves, cuando se cumplían 2.328 marchas, fue despedida la presidenta de la Asociación de Madres de Plaza de Mayo. Concurrieron miles de personas, notables y no notables, pero todos se notaban consternados, asombrados por la convocatoria. Todos seguramente recorrían en sus memoria aquellas primeras marchas de inocente pedido por la aparición de sus hijos, sanos y salvos. Todos, en ese mismo recorrido se desengañarían a medida que las bestias iban demostrando su furia, su odio incontenible, ese que inspiraba a las multitudes a marchar tras los carteles de “El amor vence al odio”. Todos rescataban “la alegría de lucha” que dejó Hebe.

 

Sus restos y un rosario enviado por el Papa Francisco, descansarán al pie de la Pirámide, monumento simbólico de la nacionalidad, lugar que parece concentrar el topos primigenio, muestra de la insurrección criolla ante la cautiva corona hispana; allí concurrieron indignados todos los representantes de ese interior naciente e indefinido, diverso y disperso, ignorado e invisibilizado por el poder, también allí concentrado, tutelado por el imperio de turno.

 

Fue un desfile lento y silencioso de madres casi centenarias como ella, compañeras desde el primer momento de Hebe, acompañadas por el calor y la ternura de miles de seres anónimos conmovidos por su maravilloso e inclaudicable ejemplo. No las acobardaron los 34° de temperatura, ni su precario estado de salud o la humedad agobiante del verano porteño. No. Nada pudo impedir que esas mujeres cubiertas de canas y arrugas, ni esa marea humana que las rodeaba, dejara su tributo de agradecimiento a esa madre ejemplar. Madre de miles que nunca más volvieron a su hogar, madre de los treinta mil desaparecidos, para aquellos que insisten en cuantificar contingencias humanas tan naturales como la muerte; como si se pudiese mensurar un inconmensurable genocidio; los mismos que ponen los precios a todo diariamente, desde el pan hasta el ataúd o la parcela del cementerio privado.

 

Estuvieron todos y los que no estuvieron, estuvieron presentes entre los que allí tuvieron la fortuna de estar. Millones de compatriotas de todo el país, muchos más hermanos de esta Patria Grande, muchísimos más de este castigado planeta sedientos de justicia.



[1] Expresado en una iglesia de Madrid, 1982.

[2] Página 12, 23 de noviembre de 2022.

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