sábado, 24 de junio de 2023

Próximo domingo, elecciones en Guatemala: la historia de nunca acabar

La historia de Guatemala es, desde su independencia, la del aplastante recorrido de un proyecto conservador que apenas conoce algunos breves períodos de respiro que rápidamente fueron sentenciados o se esfumaron entre el cenagal de la política local.

Rafael Cuevas Molina / Presidente AUNA-Costa Rica

Lo importante del proyecto ha sido siempre asegurar su continuidad. Eso no significa que en su seno no pueda haber contradicciones, disputas, pleitos y enfrentamientos, pero todo debe ocurrir entre ciertos límites que garantizan que incuestionables intereses no sean tocados, y que el sistema seguirá funcionando sin que lleguen “metecos” a hacer ruido.
 
Cuando eso ha ocurrido, el proyecto conservador activa las alarmas y, al unísono, los interesados se ponen en movimiento. El rango o abanico de posibilidades del que echan mano es amplio, y su tono es beligerante y agresivo.
 
En la historia reciente, las alarmas se prendieron cuando la Comisión Internacional Contra la Impunidad en Guatemala (CICIG) empezó a destapar corruptelas y coadyuvar en el juzgamiento de criminales de los años de la guerra (1960-1996). Asustados, articularon un plan siniestro que acabo con el mandato de la CICIG, e iniciaron el proceso de cooptación del sistema judicial con el fin de conseguir la impunidad.
 
Igualmente, otros poderes de la república fueron copados por intereses asociados con la corrupción, la impunidad y la delincuencia organizada. A esta estructura conformada por rufianes se le ha dado el nombre de Pacto de Corruptos. 
 
Para el Pacto de Corruptos, la legitimidad que ofrecen las elecciones es fundamental. Sin ella, quedarían al descampado, expuestos como lo que son, viles bandidos sin escrúpulos. El Estado y sus instituciones les ofrecen un refugio, un lugar en el que pueden hacer de las suyas bajo la apariencia de la legalidad e, incluso, del bien común.
 
Para obtener esa apariencia de legitimidad, las elecciones, como las que se realizarán el próximo domingo 25 de junio, son fundamentales. La parafernalia electoral -más parecida a un circo- obnubila y pone una cortina de humo para difuminar los perfiles delincuenciales de muchos de los candidatos. Que hayan pasado por la cárcel, que tengan acusaciones de malversación de fondos, de tráfico de niños o de asociaciones ilícitas no los ruboriza y pareciera que no hace mella en el perfil de la persona que deberá ser electa para la primera magistratura del país.
 
En la población cunde el desánimo y el oportunismo. Ante ese panorama que parece no tener alternativa, algunos se aferran a los espejismos que les venden, a sabiendas, sin embargo, que nada de lo que se les ofrece es cierto y no se hará nunca realidad. Y hay quienes, también, desde su pequeño lugar y sus pequeños y mezquinos intereses, tratan de aferrarse a la carroza del carnaval del que, tal vez, puedan agarrar algún caramelo que la desborde. 
 
Lo que prevalece es un ambiente de descomposición que abarca todo. Tonto quien no se pliegue a la ola de los que tratan de aferrarse a los festones de la orgía. Extraño quien enarbole principios e intente el tono ecuánime y el razonamiento sustentado. Con él no se va para ningún lado, no hay posibilidad de obtener el lugar en el que se pueda alargar la mano pecadora. 
 
Es la sociedad del homo homini lupus en medio de la mayor pobreza imaginable, la muerte de los infantes desnutridos, el mayor porcentaje de analfabetos de América Latina. Una vergüenza.
 
Hay quienes, en este maremágnum, tratan de hacer la diferencia, pero son arrollados por el carro del proyecto conservador galvanizado por los intereses espurios que deben defender a toda costa.
 
Estas elecciones no serán el momento en que el proyecto conservador guatemalteco sea derrotado. Por el momento, las ambiciones de quienes son perseguidos y vapuleados por la infamia y la mentira del Pacto de Corruptos aspiran, cuando menos, a que cese tal estado de cosas. Son pretensiones mínimas en el marco de la anormalidad que se vive en el país. Y una inmensa mayoría hastiada, que solo está esperando que pase la parafernalia circense de las elecciones para que los dejen en paz y puedan seguir rebuscándose la vida. Es la historia de nunca acabar.

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