La imagen del exdictador Augusto Pinochet y de su gobierno tuvieron una llamativa mejora entre los chilenos, según datos del reciente sondeo “Barómetro de la política Cerc-Mori". Un 36% justifica el golpe de Estado de 1973, que derrocó al presidente socialista Salvador Allende.
Cecilia Diwan / Página12
El estallido
En octubre de 2019, Chile tomó impulso para rebelarse contra la desigualdad del modelo político, económico y social. “Un despertar” que según la BBC “resquebrajó” la retórica que mostraba a ese país como “un oasis de éxito” en una región con serios problemas. Luego vino el referendo popular, en octubre de 2020, donde el 79% le dijo SÍ a una nueva Constitución para sepultar la vigente, redactada por la dictadura, y cambiar los cimientos del país. Referentes de la izquierda, de los movimientos sociales e independientes fueron los elegidos mayoritariamente en las urnas para redactar la carta magna. Redistribución y derechos igualitarios eran algunas de las exigencias populares. Propuestas que hizo propias Gabriel Boric, por entonces un joven diputado progresista, y que lo llevaron a imponerse en el balotaje de las presidenciales, en 2021, ante su oponente ultraderechista José Antonio Kast. La revista Time elogió en su portada al ya mandatario en ejercicio, en septiembre de 2022: dijo que él representaba “un histórico momento de cambio”.
Pero a nueves meses de aquella tapa, Chile tomó otro rumbo. La constitución reformista fue rechazada por el 62%, a finales de 2022. El texto proponía una Nación Plurinacional, con acceso igualitario a derechos básicos. Aunque la letra no era refundacional, solo transformadora, generó incertidumbre. El filósofo chileno, Agustín Squella, explicó en la CNN que su país “se caracteriza por decir sí al cambio y luego asustarse cuando el cambio llega”. Un clima que fue aprovechado por quienes querían mantener sus privilegios para crear una burbuja artificial, fomentada por desinformación e ideas descabelladas, que provocó miedo en gran parte de la sociedad. Miedo al cambio, miedo al otro, al mapuche, a la igualdad. Ante la confusión, la ultraderecha ofreció recuperar “el orden” y “la moral” y así fue ganando adeptos.
La implosión
Ante el rechazo del primer proyecto, el presidente Boric promovió otra constituyente. En mayo de 2023, el Partido Republicano de José Antonio Kast se impuso por una mayoría contundente en la elección de los Consejeros que tendrán a cargo la redacción de la nueva carta magna, a partir de este 7 junio. La ultraderecha no solo logró dominar la asamblea, además, con más de tres millones y medio de votos se convirtió en el partido más votado desde 1965. Kast es el representante más puro de la defensa al pinochetismo en Chile, se dice admirador del ex dictador y niega sus crímenes. También se muestra afín a Jair Bolsonaro, Donald Trump, Santiago Abascal de Vox y se saca fotos con Javier Milei. Su discurso es un mejunje de las proclamas nacional-xenófobas que circulan en distintas partes del globo.
Si bien la nueva constitución no será escrita en una hoja en blanco, y se basará en un anteproyecto de 16 artículos redactados por un comité de expertos (foto, expertos entregan anteproyecto a consejeros) , la derecha tradicional y la extrema serán quienes definan el texto. Juntas sumaron 34 escaños en un consejo de 50 asientos, un número que les permitirá proponer y aprobar las normas que deseen al superar los tres quintos de quórum. En cambio, el oficialismo del presidente Gabriel Boric -con bajos índices de aprobación de su gestión- sacó solo 17 bancas y perdió el poder de veto, para el que necesitaba 21 miembros. Contra toda lógica, las fuerzas que se negaron por décadas a un cambio constitucional tienen ahora vía libre para escribirla a su gusto.
Voto obligatorio
Los últimos comicios en Chile fueron los primeros de carácter obligatorio con inscripción automática donde se elegían a candidatos de partidos políticos. En vez de votar 8 millones de chilenos, fueron 13 millones los que acudieron a las urnas -una gran masa de nuevos electores que no se sabía qué pensaba-. Su decisión según un estudio de la Universidad de Chile fue apoyar mayoritariamente a la derecha radical: de cada 10 de estos nuevos votantes, 6 optaron por el partido de Kast, 3 por las otras listas de derecha y sólo 1 por la izquierda oficialista o por la representada por la ex concertación.
¿Fue solo el temor al cambio el que se impuso por una histórica mayoría? ¿La obligatoriedad del voto puso en evidencia lo conservadora y derechista que es la sociedad chilena? ¿Se equivocaron los medios al hablar del “despertar de un país”?
Las crisis económica, migratoria y de seguridad que vive Chile -a las que se suman los errores del gobierno y el miedo fomentado por la oposición-, han llevado a los votantes a mostrar una posición más reaccionaria. Este cambio abrupto, que se evidenció en las últimas cinco elecciones que hubo desde 2020, muestra la volatilidad de la opinión pública. Y marca un fracaso de las fuerzas progresistas chilenas en la defensa de los preceptos democráticos y en la sedimentación de un juicio crítico y definitivo contra la dictadura. Ninguna otra nación latinoamericana valida la figura de un ex dictador como lo hace Chile.
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