Una negociación global sobre el futuro de la humanidad no se puede hacer a mitad de una guerra y menos en un contexto de un brutal genocidio.
John Saxe-Fernández / LA JORNADA
En este contexto de crisis global, de crisis civilizatoria, ante los eventos bélicos que amenazan con confluir en una guerra total como lo ha señalado el analista Pepe Escobar, existe una comunidad internacional –refiriéndome más específicamente a esa constelación de intereses al que llaman el Occidente global– incapaz de hacer frente a las élites de poder bélico industrial y financiero, de cuestionar la agenda militarizada que le impone Estados Unidos, incapaz de hacer modificaciones sólidas y necesarias frente a un unilateralismo y una diplomacia de fuerza ya agotados para adaptarse al mundo multipolar que se está configurando como tendencia histórica en los tiempos más recientes.
Una guerra santa de aniquilación, dice la periodista Olga Rodríguez, “este es el modo que el mandatario israelí elige para referirse a la operación militar en Gaza que ha provocado ya una masacre sin precedente en la franja… y esta es la estrategia que ha elegido respaldar sin fisuras la mayor parte de la comunidad internacional occidental, con Estados Unidos a la cabeza. Todo un genocidio.
La Asamblea General de la ONU aprobó el viernes 27 de octubre una resolución que pide una tregua humanitaria inmediata, duradera y sostenida que conduzca al cese de las hostilidades con 120 votos a favor, 14 en contra (entre ellos EU, Israel, Guatemala, donde está en litigio la presidencia por la derecha, y Paraguay, donde domina también la derecha) y 45 abstenciones.
A pesar de que no tiene carácter vinculante, sí peso político, ya que revela correlaciones cambiantes: una Europa dividida en su voto con Francia y España entre ocho naciones europeas a favor, con la abrumadora aprobación del mundo árabe, Rusia y China, buena parte de América Latina y de los países africanos, lo que configura una foto histórica, la cual muestra a EU y la Unión Europea en creciente aislamiento.
Así lo percibió el ex primer ministro francés Dominique de Villepin, advirtiendo que hoy estamos solos ante la historia, atrapados, con Israel, en este bloque occidental que hoy ha sido desafiado por buena parte del mundo, apoyando una lucha hacia lo que se parece a una guerra religiosa o civilizatoria.(Olga Rodríguez, Occidente ante la masacre de Gaza, Rebelión.org, 3/11/23)
El caso de Cuba amerita atención. Desde hace 65 años en la ONU se vota de manera abrumadora a favor de la suspensión de las ilegales sanciones impuestas por EU desde 1960. La votación mas reciente (1/11/23) concluyó con 187 votos a favor, dos en contra (EU e Israel) y una abstención (Ucrania), con lo que quedó más clara la marginación imperial.
Con saña y precisión quirúrgica se ataca a los sectores más sensibles de la economía y se busca deliberadamente infligir el mayor daño posible a las familias cubanas denunció el canciller Bruno Rodríguez.
Analizar el papel de lo militar en este tema es de alta prioridad por su complejidad y por su proyección en la coyuntural actual. En una investigación publicada por el Instituto de Estudios Peruanos (1971) y en una versión revisada y actualizada para la editorial Amorrortu (Buenos Aires, 1974) me referí al aumento de la participación militar en la formulación de la política exterior estadunidense como rasgo característico de la época de la posguerra, acicateado por la guerra de Vietnam y la evidente gravitación política del complejo militar industrial.
Sin embargo, es como reacción a la revolución cubana cuando EU inaugura sistemática y coherentemente una doctrina, una financiación y una administración contrarrevolucionarias, postura que se fue despojando de sus vestiduras desarrollistas y civiles para cuajar en una estrategia militar que ha permitido construir las bases de la estrategia de poder y la diplomacia de fuerza que maneja EU.
La arrogancia de poder reflejada en esa idea basura de que EU es la nación imprescindible, que tiene suficiente fuerza militar para prevalecer sobre las demás, debilita algo tan esencial en toda negociación que evite una hecatombe mundial que es la confianza.
Una negociación global sobre el futuro de la humanidad no se puede hacer a mitad de una guerra y menos en un contexto de un brutal genocidio. Se necesita la memoria histórica, pero no su distorsión, como dice Enzo Traverso.
En una entrevista aparecida en el medio francés Mediapart (J. Favreux y M. De Jean 5/11/23) el historiador italiano que ha hecho trabajos notables sobre los totalitarismos, manifestó su preocupación por los que considera potenciales “efectos devastadores de la instrumentalización de la memoria del Holocausto para justificar una guerra genocida llevada a cabo por el ejército israelí en Gaza… puede hacer remontar el antisemitismo”.
Siendo consciente de que el concepto de genocidio no se puede usar a la ligera, una guerra genocida a nombre de la memoria del Holocausto no puede más que ofender y desacreditar ese memorial, concluye Traverso.
No hay comentarios:
Publicar un comentario