sábado, 11 de noviembre de 2023

Enrique Dussel, in memoriam

 Todavía hondamente conmocionado por la muerte de un amigo de larga data, como fue Enrique Dussel, no puedo, sin embargo,  abstenerme de externar algunos de los sentimientos que me embargan, al recordar el lugar que Enrique ocupó y seguirá ocupando al evocar algunos de los mejores momentos de  mi vida. 

Arnoldo Mora Rodríguez / Para Con Nuestra América
 
Enrique Dussel nació hace 88 años en la ciudad de Mendoza, Argentina, donde iniciaría sus estudios de filosofía.  Más tarde, en la Universidad de  París se doctoró en Historia de la Iglesia en América Latina. Su tesis abrió nuevos horizontes en esta especialidad, pues lo hizo a la luz de la teología de liberación. Años más tarde, formaría una asociación latinoamericana de estudios e investigación sobre la Iglesia en América Latina, fruto de la cual fue la  publicación de una serie de tomos dedicados a esta materia. Esa historia sigue siendo el mejor estudio de conjunto aparecido hasta el momento. Pero la verdadera vocación de Enrique  Dussel fue la filosofía, en la que se doctoró en la Universidad Complutense de Madrid. Al retornar a su ciudad natal, ejerció como docente en ética. 
 
Su pensamiento fue marcado por la influencia del filósofo francés de origen judío Emmanuel Lévinas, de donde extrajo la categoría de “alteridad”,  pero no en su dimensión metafísica como hace Lévinas, sino ética y política. La influencia del marxismo y de la teología de la liberación  latinoamericana se hace sentir con la afirmación de Dussel de que el “otro” no es sólo mi prójimo individual, sino ante todo, los pueblos. Aplicado a Nuestra América, nosotros somos el otro para las potencias de Occidente que ejercen su dominación mediante el colonialismo y el imperialismo. Inspirado en la categoría de “praxis” de Marx, Enrique concibe la función de la filosofía  como el pensamiento que  tiene como objetivo despertar la conciencia del oprimido, a fin de que se libere de toda forma de opresión económica, política y cultural. Estas ideas hacen de Enrique Dussel el fundador y mejor exponente de la “filosofía de la liberación” de América Latina. 
 
Pero la grandeza de  Enrique Dussel estriba no sólo en su pensamiento, ya de por sí altamente valioso, sino en su trayectoria de vida. Siempre vivió lo que enseñó. Prueba de ello fue la saña que mostró la dictadura militar argentina contra él y su familia. Su casa de habitación en Mendoza fue objeto de un atentado: una bomba destruyó  el frente de su casa; de inmediato se fue con su familia a México, donde moraría el resto de su larga y fecunda vida. Fue profesor universitario, rector de la Universidad Autónoma de la Ciudad de México, publicó 70 libros y 400 artículos y siempre mantuvo una militancia activa en el campo de la política, más recientemente en las filas de Partido Morena, fundado por el actual presidente de la nación, Andrés Manuel López Obrador quien, en sus habituales conferencias de prensa matutinas, le rindió tributo.
 
 Mi relación personal con Enrique data de mi tiempo en que ambos estudiábamos en Europa, él en París y yo en Lovaina.  Recuerdo que fue Javier Solís quien fue el primero que me habló de él.  Ya en Costa Rica, estos contactos se hicieron más frecuentes, debido a que era un invitado habitual a participar en las actividades y publicaciones que hacíamos en el  DEI (Departamento Ecuménico de Investigaciones) junto a otras grandes figuras del pensamiento crítico latinoamericano, como Franz  Hinkelammert, Pablo Richards y Hugo Assmann, todos ya fallecidos. Cuando venía a estas actividades, solía visitar nuestra casa.
 
La última vez   que lo traté fue en la oficina del entonces rector de la UNA, Alberto Salom,  amigo entrañable, con ocasión  de participar en la ceremonia académica en que esa universidad lo confería a Enrique el doctorado honoris causa. Con su muerte, es toda una generación de gigantes del pensamiento y del compromiso militante la que, en razón de su edad, ha dejado de estar presente físicamente entre nosotros. Pero su obra y su vida ejemplar permanecerán por siempre en la memoria y el corazón de los hombres y mujeres de bien del mundo entero, pero especialmente de Nuestra América. Su legado y su vida ejemplar deben inspirarnos, a fin de  continuar la lucha por la que entregaron lo mejor de sí sin claudicar nunca.

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